miércoles, diciembre 10, 2008

Historia Breve 0013

Esa mañana fue el último día que vimos a mi padre. Se levantó muy temprano y despertó a mi madre para que le hiciera el desayuno. Hicieron brevemente el amor, ya que me desperté y los interrumpí. Amorosamente, mientras ella iba al sanitario, mi padre me levantó de la cuna y me dijo cuánto me amaba. Yo era muy pequeño entonces para notar la nostalgia y la trsiteza en su tono de voz. Mi madre regresó con mi papilla y mi mamila preparadas y me alimentó mientras mi padre se dispuso a tomar un baño. Mi madre me dejó en la cama mientras se fue a preparar los alimentos de mi padre. Mi padre regresó a la recámara y se vistió casi en silencio. Sólo me dirigió algunas miradas mientras yo balbuceaba tratando de comunicarme con él para decirle que se quedara en casa. Tuve pesadillas esa noche. Soñé que había un gran vacío en mi vida y que se trataba de su ausencia. Mi padre, tras vestirse me tomó en brazos y me besó la mejilla. Me repitió muchas veces cuánto me amaba. Yo me sentía inquieto por lo que podría venir después. Mi madre llegó a decirle que la mesa estaba puesta y se quedó conmigo mientras él se devoró lo que le sirvió. Se cepilló los dientes y regresó a la recámara a decirle a mi madre que la amaba y le agradecía la vida que habían llevado juntos, le agradeció por mi existencia y nos abrazó con gran emoción pero sin fuerza en sus actos. Mi padre se puso su abrigo, tomó sus herramientas y se fue al trabajo. Ese día esperé su regreso como nunca. Y nunca regresó. Ha sido la espera de toda una vida su regreso a casa. Mientras tanto, llegó su último acto de amor a nosotros: mis hermanos. Dos niños iguales que ocuparon el mayor tiempo de mi madre. Dos seres tan distintos como idénticos. Dos seres que, sumados a mí, son el vestigio del paso de mi padre por esta tierra. Aunque ellos no lo hayan conocido. Y nunca lo hayan abrazado. Son tan hijos de él como yo lo he sido todo este tiempo. Mi madre aún lo espera por las noches. Y he notado que habla con él en ocasiones. Aunque no lo vea. Yo lo he conocido por lo que dejó atrás de sí. Lo he comprendido mejor que mucha gente que vivió con él. Mi padre no era de este mundo. Mi padre no era de aquí. No lo pudo soportar más y se fue a buscar su lugar. Y sé que en el momento oportuno, a mí me tocará llegar al lugar donde jamás pudo llegar. Donde sea que se encuentre, si lo llego a alcanzar, le diré cuánto lo extrañamos mamá... y yo.

martes, diciembre 09, 2008

Historia Breve 0012

He encontrado el objeto más amado por tu padre. Pero él no lo sabrá hasta que sea demasiado tarde... Es triste que tú te hayas enterado primero... Sobretodo si consideramos que ni siquiera hubieras pensado en dárselo...

miércoles, diciembre 03, 2008

Historia Breve 0011

Comenzó a escarbar entre sus propias memorias para encontrar alguna que le diera una pista de su actual paradero. Era imposible conseguir siquiera un atisbo de luz que le guiara tímidamente entre tanta letra arrumbada y tanto trazo sin terminar. Únicamente logró hacer un agujero tan grande e intenso que terminó tragado por su propio vacío. Jamás se le volvió a ver.

jueves, noviembre 27, 2008

Historia Breve 0010

De regreso al trabajo, tras pasarme de mi hora de comer, me atoré en el tráfico. Maldito tránsito... malditas facilidades de las concesionarias para que cualquier pelagato pueda adquirir un vehículo, maldita corrupción que permite que cualquiera obtenga una licencia para conducir por sólo pagar por ella... Mi mente viajaba por una pléyade de pretextos para justificar mi regreso retrasado. Pensaba en los pendientes que tenía en la oficina, en la nueva portada que debía entregar en menos de dos horas y de la cual no había avanzado mucho por la mañana. En las cuentas por pagar y en la noticia reciente de mi jefa al mencionarme que no se registró a tiempo mi período vacacional y que ésos días de ausencia serían descontados de mi sueldo. Con desgano prendí la radio y busqué una estación de radio... fué cuando me reencontré con una parte de ese lugar feliz al que voy muy de vez en cuando. Todo gracias a la Adicción de Juana, cantando acompañada de rítmicas guitarras "lo que dice Juana"... entonces fue que reparé en ese sol que pintaba de un amarillo pastel las níveas superficies del bus del transporte público que provocaba el atorón del tránsito. Miré el cielo sin nubes y repleto de azul, de ese azul libre que me acompañaba en las largas caminatas por los espacios inmensos y solitarios de aquéllos días en los qu el canto de Juana era novedad... El lugar feliz que rebasó la realidad y pintó de amarillo y naranjalas superficies que gustosas recibín su tintura me escupía a los ojos los vestigios de su existencia. Y la fluídez nula de aquella situación vial pasó a segundo término. Mi propio corazón quizo atesorar el momento y se detuvo en un destello fulminante de amarillo alegre para abrazarlo y prenderse de él. Para siempre. Por siempre.

Y ya nunca llegué a ningún lado.

Quedé feliz... en mi lugar feliz.

lunes, octubre 27, 2008

¡gggrrrrhhhh!

Hace rato que se dejaron de escuchar los golpes en las paredes y en las puertas. Es increíble la fuerza que deben de tener esas cosas para lograr tal escándalo.

No tengo idea de cómo empezó todo esto...

Sólo recuerdo que venía de casa de mi ahora exnovia. Mi exnovia desde hace dos horas. Habíamos salido de esa estúpida fiesta de Halloween, en la que se pasó toda la noche bailando y coqueteando con el imberbe aquél... en fin... si esta situación trasciende, el pobre idiota se quedará con las ganas.

En fin... comienzo a divagar... Todo fue tan rápido... veníamos discutiendo en el taxi de regreso a su casa acerca de lo sucedido. Ella me reclamaba que yo no mostraba el menor atisbo de celos ante sus provocaciones, yo le decía que eso no era necesario... fue cuando el resplandor nos sacó de nuestra insulsa e improductiva charla... Sólo vimos aquél edificio quemándose en su tercer piso y la gente saliendo de él a toda marcha. Uno de ellos se atravesó la avenida y el chofer del taxi no pudo esquivarlo del todo y lo golpeó.

Le ordené que se detuviera y enseguida salí del vehículo para ver si estaba bien. Mi ex me gritó que no debería hacerle al héroe y que regresara con ella y el taxista. Unos pasos antes de llegar con el caído, éste se levantó y a trompicones se acercó a mí. Honestamente me asusté y me arrepentí de mi valentonada corriendo de regreso al taxi. Fue ahí cuando me dí cuenta de que los demás ya rodeaban al vehículo. Lo agitaban y se estrellaban en contra de él como locos.

En momentos así uno evalúa si es conveniente arriesgar la vida por alguien que uno desconoce y por alguien a quien hubiera preferido mejor no conocer. Fue así que mejor decidí dejar salir al cobarde que hay en mí y corrí hacia una calle que daba cerca del centro comercial. En mi desesperación busqué un teléfono público o una caseta de vigilancia para dar parte de lo sucedido. No me dí cuenta que un par de esos sujetos ya iban tras de mí. Al tratar de alcanzar una cabina telefónica, mi zapato resbaló con una gran mierda de perro y me estampé de nalgas con la cabina. Maldije al dueño y al perro.

Mi espalda y mis pantalones estaban batidos de aquella suciedad y yo estaba en franca desventaja con respecto a mis perseguidores. Uno de ellos se abalanzó hacia mí y apenas pude usar su propio impulso para proyectarlo contra la cabina. Lamentablemente su baba viscosa me cayó en la cara y algo de ella se me metió en la boca. No pude contener el asco y recibí al segundo atacante con una nutrida vomitada.

La piel de mi cara parecía encenderse del asco y del enojo que de mí se apoderó y opté por desquitarme con el segundo sujeto. Él intentó asirme del cuello pero una gran (y atinada) patada logró distanciarlo un poco.

El primer sujeto se desembarazó de los cristales de la cabina e intentó agarrarme por detrás. Nuevamente usé su impulso y su peso en su contra y fue a parar al charco de vómito. El segundo sujeto se abalnzó contra mí y lo esquivé. Aproveché el momento para tomarlo del cabello y recargué mi peso contra su cuerpo, los dos rodamos al piso y comencé a estrellarle su cara contra el pavimento. Mi furia era tal que mis fuerzas se incrementaron de una manera que desconocía.

No paré hasta que el otro sujeto me tomó por sorpresa y mordió mi cráneo. Más fúrico me puse y de un codazo en la nariz lo aparté de mí. La cabeza de mi adversario era ya una masa sanguinolenta, pero yo seguía estrellándolo contra el suelo. Tuve un destello de sensatez y solté la cabeza de mi oponente, listo para echármele encima al otro... Había desaparecido.

La negrura de la noche no podía ser compensada por la luz ámbar del alumbrado público, así que él debería estar escondido en algún punto de la arbolada que rodeaba aquella calle. Una sensación de incomodidad se apoderó de mi estómago y volví a vomitar. Una especie de caldillo amarillo expulsé, supongo que era bilis o algo así. Me limpié la boca con la mano, me sentí mareado y desorientado hasta que ubiqué la dirección del centro comercial. Hacia ahí me dirigí.

Mientras corría, mi cabeza comenzaba a darme vueltas, un par de ocasiones parecía perder el equilibrio y el aliento. Así que me detuve en una esquina para tomar aliento. Malo, volví a vomitar. Poco a poco comencé a sentir el frío de la noche recorriendo mi cuerpo, fue cuando me dí cuenta del estado lamentable en el que me encontraba. Parecía un borracho de barrio bajo. Recién expulsado de un bar de mala muerte. Mi ropa estaba húmeda del vómito, de la sangre, y de los orines que se me salieron mientras peleaba con aquellos dos sujetos. Vaya estampa.

A un par de cuadras de donde me encontraba logré divisar la luz de una tienda local que aún estaba abierta. El típico negocio de barrio, atendido por adultos mayores que esperan sacar un poco más de plata, sacrificando unas pocas horas de sueño en pos de que adolescentes trasnochados les consuman dulces y bebidas que disimulen un poco su aliento alcohólico, antes de llegar a casa y pasar por la inspección de los padres. Traté de disimular un poco mi poco agraciado aspecto cuando ví que un automóvil se derrapó casi enfrente del negocio aquél. De su interior salieron varios individuos que parecían pelear entre ellos.

Con terror noté que los ancianos comenzaban a apagar luces y a cerrar el local, como pude corrí hacia ellos y en el camino identifiqué a uno de los revoltosos. Era el motivo de mi rompimiento con mi exnovia. A pesar de ello, y más que nada por tratarse de una cara conocida y posible aliado, me acerqué a ayudarle en contra de los otros sujetos que se le amontonaban. Con gran esfuerzo, lo sustraje de la trifulca y nos acercamos a la entrada del local. Gritamos y pedimos ayuda, mientras mi improvisado colaborador les arrojaba botellas de refresco, mismas que los ancianos habían olvidado meter al negocio a los fascinerosos que nos estaban rodeando. Uno de los ancianos se asomó, y supongo que se apiadó de nosotros, así que nos dejó entrar.

Una vez adentro nos pusimos al día de lo sucedido en las últimas horas y estuvimos al pendiente de lo que decían en la radio, sólo hablaban de reportes de personas que se violentaban y que arremetían las unas contra las otras. Como siempre, quisimos denunciar los hechos, pero los servicios de denuncia nos dejaban en tono de espera.

La situación era muy tensa, dado que el resto de los ancianos (cuatro, contando al que nos ayudó a entrar) nos miraba con desconfianza y temor. Dos de ellos, supongo que eran un matrimonio, cuidaban que no nos acercáramos a los anaqueles donde se encontraban los pastelillos y las golosinas. Tal hecho me arrancó una sonrisa torcida, misma que no pasó desapercibida para nadie. Tras varios intentos de comunicarse al exterior y no encontrar respuesta, todos los que estábamos en aquél lugar nos incomodamos aún más. Fue en ese momento cuando comenzaron a golpear la cortina metálica y las paredes del inmueble desde afuera. Los ancianos comenzaron a discutir entre ellos y uno le espetó al otro la culpa de lo que sucedía en ese momento. Tal escena no ayudaba en nada al dolor de cabeza y a la sensación de fiebre que comenzaba a sentir en todo mi cuerpo. Intercambié miradas con mi nuevo amigo-rival de amores- y me sujeté la cabeza mientras la movía en forma negativa.

Mi olor era nauseabundo, sólo quería bañarme y cambiarme la ropa. Recordé que estaba aderezado de puras segregaciones corporales y lo más educadamente que pude solicité que se me permitiera entrar al baño. Uno de los señores me indicó dónde estaba y su esposa (lo confirmé después) le ordenó que me acompañara. Apenas lleguá al sanitario, volví a vomitar amarillento. Casi purulento. Mis orejas me estallaban. Mi dolor de cabeza era insoportable. Recordé lo sucio que estaba y me las ingenié para limpiar la suciedad de mi ropa. Abrí una gaveta y encontré toallas de papel, mismas que usé para limpiar mi ropa y mi cuerpo. Estaba tan absorto en mi obsesiva limpieza que no noté el drama que se suscitaba en el resto del lugar.

Sólo recuerdo haber escuchado un fortísimo ruido y muchos gritos. Tal pareciera que mi compañero había perdido la cordura y había arremetido contra aquella buena gente. Yo estaba totalmente desnudo, dado que me había dado por lavar, o casi, lo que llevaba puesto. No me puedo creer las tretas que usa nuestra mente para evadir situaciones que nos rebasan y cómo usa actividades alternas como mecanismo para mantener la cordura. Lamentablemente, ese cómodo estado se había interrumpido por los gritos y los golpes que se escuchaban al interior del lugar. Chorros de sudor frío corrían por mi frente y por mi espalda. Poco me importó lo fría y lo húmeda que estaba mi ropa recién lavada, me la puse sin chistar, a pesar de ello y me aseguré de atrancar la puerta del baño y de apagar la luz.

Cobijado por la oscuridad y muerto de miedo sólo me limité a escuchar los golpes, los rugidos y todo el desorden que se desarrollaba tras la puerta. Fuertes golpes hacían estremecer los muros y la puerta, y vanos gritos de ayuda hacían estremecer mi alma. La valentía que me distinguiera en las dos veces anteriores se diluía en nuevas corrientes de orín que volvían a mojar mis pantalones y mis piernas.

Hubo un momento en que me quedé petrificado. Mis brazos y mis piernas no respondían. Tenía la sensación general de hormigueo sobre toda mi piel. Y la ensoñación... esa ensoñación que le quita el halo de realidad a todo lo que sucede a nuestro alrededor cuando no podemos controlar lo que sucede. Mi cabeza seguía doliendo mucho... mis oídos se estaban volviendo sordos. Por el frío, unos mocos aguados y transparentes caían a gotas de mi nariz, sin embargo no podía ordenarle a mis manos que los limpiaran, estaba rígido, con ese maldito hormigueo en todo mi cuerpo. Los golpes seguían embotando mis sentidos. Era la tranca perfecta para no dejar pasar a nadie al interior del sanitario.

¡Maldita sea! ¡Siento que me explota la puta cabeza! La lengua se me está hinchando y tengo un poco de dificultad para respirar. No puedo controlar mi vejiga... ni el esfínter... me está escurriendo una baba espesa... chiclosona...

No sé cuánto tiempo pasó después... sólo sé que así como empezaron los golpes y los gritos, así mismo se acabaron. Lo único que quedan son estas punzadas por todo el cuerpo y las lucesitas que destellan en la oscuridad del baño...

Mi cuerpo ha dejado de moverse desde hace rato...

Sigue rígido. Desde hace mucho... mucho rato... mis sienes han estado golpeándose al ritmo de mi... pulso...me he querido acordar de cómo es que ... cómo llegué a este punto... pe-pero...

¡aaaaarrrgggghhhh! ¡roarrrr! ¡gggghhhhhh!

¡gggrrrrhhhh!

miércoles, septiembre 10, 2008

Historia Breve 0009

Ella era la perversión total. Si buscabas en el diccionario la palabra maldad, encontrabas su nombre como sinónimo... y si era una versión enciclopédica, su foto. En todas era la misma foto, con alguien tan malo no era posible sacarle muchas placas. Bueno, el hecho es que a esta mujer la tuvieron que partir y repartir en varias personas. Una era una condesa de rancio abolengo que se la pasaba sembrando el temor en los corazones de los villanos de su feudo. La otra era una bruja anciana que adivinaba los pecados de los demás con sólo mirarles a los ojos y les recordaba sus culpas hasta un año después de haberla encontrado. Pero la más peligrosa era la joven de ojos encantadores y figura grácil que invitaba a la sensualidad y a la lascivia... hacía presa de sí a mujeres, hombres y bestias... llevándolos a la perdición de una vacuidad posterior. Una vez que eras tocado por ella, perdías algo... simplemente no había nada ni nadie sobre estemundo natural que te complementara esa sensación de pérdida... Y así pasaron los años mientras se repartían la región y cada una se llenaba de mayor maldad... Hasta que el diablo, temiendo que en algún momento lo destronaran, las invitó a cenar a las tres... y así se resolvió todo.

martes, septiembre 02, 2008

Historia Breve 0008

Este día me he separado de mí mismo tres veces. Cada una de ellas se ha manejado de manera distinta a la otra. Me he dejado llevar por los caminos oscuros de un alma olvidada que habitaba aquí mismo. Me he dejado llevar al pasado que no me agrada visitar. Y todo porque mi presente está descontrolado porque no ha pasado nada. Nada se mueve, nada sucede. Y en la inmensidad de estos tres cuartos separados me pierdo entre sus ventanas. Me visito a mí mismo y me veo como ajeno. Aburrido y harto de eso, opto por desprenderme una vez más. Me dirijo hacia la calle y tomo las llaves del automóvil. Me voy a la calle para alcanzar algún café abierto. Demonios... en mal momento decidí dejar de fumar. Lo bueno es que dejo a esos otros tres encerrados en sus propios infiernos. Y espero olvidar la dirección para no cargarlos conmigo una vez más.

miércoles, agosto 20, 2008

Historia Breve 0007

Su idea permeó el ambiente como un fantasma sin rostro. Inesperadamente, todos soltaron una lágrima por los camaradas caídos en desgracia. Desde el infinito cielo les descendió un suspiro de vida que los atrapó en una transmutación homogénea. Ahora regresaban a casa. Dejaron atrás a los escépticos mojando sus pantalones tras los matorrales.

martes, agosto 19, 2008

Historia Breve 0006

Ayer mataron de un tiro en la cabeza a un poeta. Estaba sentado a un lado mío mientras tomaba un café y comía un croissant. Dicen que fue un francotirador. Fue una lástima ver los versos y los sonetos escurrirse entre los restos de cerebro y los charquitos de sangre. He de confesar, aunque sin culpa, que noté que una parte de ellos cayó sobre mi alimento y que perversamente apresuré el bocado. Volví a sentir el sabor amargo de los amores inconclusos que atrapan las palabras en los poemas... Fue una lástima, una verdadera lástima... Ahora queda más dolor en el mundo para compartir y pocas plumas para expiarlo.

Historia Breve 0005

Y de repente, saltaron los granos de sal para convertirse en seres alados muy gráciles y con razgos insectoides. Criqui-criqui, parecían decir entre dientes. Una de las criaturas se acercó a Jonás para decirle al oído que cada uno de ellos estaba ahí para cumplir cualquiera de sus deseos. Jonás sonrió, con esa mueca chueca que sólo animaba la parte siniestra de su rostro. Tras un suspiro, lo pensó bien y miró a sus nuevos aliados. Desde ese día ya no hay olor a pay de manzana en las tardes de domingo, ni columpios de llanta en las ramas de los árboles. Ahora son los pecosos quienes hacen los trabajos que hacía la familia de Jonás.

sábado, agosto 02, 2008

Historia Breve 0004

He abierto la puerta a un mundo que ha hecho que mi mente explote... cielo e infierno se han involucrado con lo más bajo de la existencia humana. Y con lo más alto. Al final... los que estamos en medio somos los verdaderos jodidos. Me he involucrado con la peor de las clases sociales: la de los Testigos. Los que presencian lo que los demás hacen. Quiero evolucionar al nivel de los Involucrados. Será mejor que comience a mover los dedos. Será mejor antes de que alguien se aburra y quiera apagar mi interfaz. Finalmente... he de hacer que mi estirpe pertenezca a la de los Hacedores. Será mejor comenzar ahora...

miércoles, julio 30, 2008

Historia Breve 0003

¡Maldición! ¿Dónde demonios dejé el dedo?

martes, julio 29, 2008

Historia Breve 0002

Ya me cansé de cargar este cuerpo. Será mejor dejarlo en el río. Así, si se atreve a revivir, se ahogará en las aguas. Ja, ja, ja. Una doble muerte para el mismo pelmazo. ¡Qué tipo!

Cagado de miedo

En la vida, uno se encuentra con situaciones ridículas pero ciertas. Con personas inverosímiles cuya identidad se basa en estereotipos "joligudensos", cuya proyección corresponde a una enanez emocional y a una continua llamada de atención para que los reflectores jamás los dejen de iluminar. Otros, sin embargo, buscan hipócritamente pasar desapercibidos mientras maquinan grandes cosas que jamás verán hechas, dadas su facultades correspondientes a su pingüe apariencia...

Inmerso estaba con estas reflexiones, cuando me apeé del autobús del transporte público para caminar los 178 pasos restantes (sí, los conté en tres días distintos para autentificar el dato) que me separaban de la puerta de mi casa. Cuando iba por el paso 96, una leve punzada cerca de mi ombligo me hizo detenerme. Una tímida gota de sudor frío se apareció de pronto por mi nuca y una oleada de dolor apareció poco a poco en mi trasero. No creo que se necesite que sea muy exacto para decirles dónde se iniciaba mi molestia... sólo baste decir que llevo más de 15 años con un problema de hemorroides.

Haciendo gala de unas capacidades histriónicas que en situaciones como ésta ayudan mucho para disimular continué lo más tranquilo posible mi recorrido. De reojo miraba a mi alrededor para detectar quién se encontraba en los alrededores, no porque me importe mucho el qué dirán, sino porque siempre en estas situaciones tan incómodas, nunca falta el vecino que aparece a hacernos la plática mientras nuestros intestinos hacen fiesta y los juegos pirotécnicos buscan salida a través del espacio asignado en el medio de nuestras nalgas.

Como malvado cómplice murphyano, mi vejiga pensó que era divertido el escándalo que protagonizaban mis intestinos y decidió unirse a la fiesta, haciendo que la transición del paso 57 al final del recorrido se tornara en una odisea por demás indeseable. Vaya, es en verdad injusto que al acercarse uno a la edad mediana, los excesos y omisiones de los 20 años anteriores se estén cobrando factura tan pronto, y peor aún, que un simple acto natural, como lo es el comer, se derive en tan terribles consecuencias. Yo sé que no es muy sano eso de empacarse unos tacos de canasta a la salida del metro y un tepache en bolsita, pero esta situación ya detonó que mi sitema regulador de temperatura corporal comience también a segregar su oleada de sudor frío en mi frente y en mi espalda. El resto de mi cuerpo corresponde al gesto con un leve temblor nerviosón y una estúpida actitud, como cuando hace mucho frío, tanto que no puedes ni pensar bien ni coordinar ninguno de tus movimientos. Obviamente, las llaves se caen de mis manos y rebotan lo más lejos posible de mi persona, debo aumentar unos cuantos pasos más a mi conteo original para alcanzarlas, es en ese momento cuando me doy cuenta de que debo agacharme para hacerlo. Eso significa que debo oprimir en un movimiento mis intestinos y vejiga.

Por fin, alcanzo las llaves lo más rápido que puedo y esforzándome en concentrarme para no volver a tirarlas. En ese momento, maldigo el hecho de ser tan paranoide y de vivir en una ciudad tan insegura que te obliga a poner llave a las dos rejas que resguardan la puerta con tres cerraduras que tiene la entrada a tu hogar. Desde luego, conforme voy abriendo y pasando, voy cerrando con llave la reja anterior y la puerta en cuestión. Es lo malo de ser un animal de costumbres tan bizantinas.

Busco con la mirada la puerta del baño, con gusto verifico que no haya nadie en él, de hecho, creo que la casa está sola... ¡qué bien!... me dirijo al retrete y al abrir la puerta de tan preciado recinto, me doy cuenta de que no hay nada qué leer mientras mi cuerpo hace su labor.

Demonios. ¿Ya mencione las desventajas de ser un animal de costumbres? Con un gran dolor abdominal y rectal. Trato de buscar desesperadamente algo qué leer o algo que me distraiga. A mi celular se le ha acabado la pila y no puedo entretenerme con los jueguitos de video que trae como accesorios, y en verdad, necesito algo que me entretenga... algo que me distraiga del dolor que me representa el hecho de evacuar, dado que mis hemorroides están tan hinchadas y sensibles... incluso sin necesidad de tener que pasar por este trance, ya me resultan molestas y dolorosas, por eso tuve que pasar casi dos horas de tráfico parado en el transporte público, porque un infierno peor hubiera sido tener que mantenerme sentado todo ese tiempo.

Entro al cuarto de los trebejos y busco desesperadamente entre las cajas polvosas, la presión en mi abdomen, mi vejiga y mi trasero son tan inspiradoras como insoportables, hasta que encuentro un viejo libro de superación personal que parece brillar entre los objetos olvidados y arrumbados del lugar. Lo tomo con gran amor y cual atleta a punto de lograr el oro, de tres saltos llego al inodoro y en movimientos mágicos y casi imperceptibles, entro, cierro la puerta, me bajo los pantalones y la ropa interior, me acomodo, me siento, abro el libro en el índice y comienzo a leer envoz alta hasta que el resto de mí hace su labor.

Una leve sensación de alivio se apodera momentáneamente de mí. pero en seguida se opaca por el dolor de mi tracto rectal al hacer las deposiciones. El sudor frío nuevamente invade mi frente, mientras busco concentrarme en el texto que tengo entre las manos. Una parte de mí se evade, mientras la otra está realizando una labor cotidiana convertida en tormento.

Cuando por fín comienzo a ignorar el dolor, se escucha un golpeteo en la puerta. Mi mente piensa que quizá no cerré la primera reja. O que quizá ya regresaron a casa y traen cosas del súper y sus brazos y manos están tan ocupados que no alcanzan a sacar las llaves para abrir la otra reja y la puerta. Lo sé por que a mí me ha sucedido en algunas ocasiones. Una nueva gota de sudor frío me recorre la espalda, mientras comienzo a gotear de la frente, sin querer, el libro.

Quien toca la puerta es insistente. Una y otra vez... una... y otra... vez...

Grito que en un momento les atenderé, que sean pacientes y comienzo a prepararme para asearme. La puerta insiste con su golpeteo. Una y otra vez. Es tan insistente que comienzo a ponerme nervioso y olvido lo sensible que tengo mis hemorroides y me limpio sin cuidado... Ahora no sólo goteo sudor frío, sino que un par de bien sentidas lágrimas se unen a mi interminable goteo. Es tan continuo e insistente el llamado en la puerta que me vuelvo más descuidado y termino fajándome los pantalones con un trozo de papel higiénico adentro. Salgo del baño, apenas jalando la cadena y sin lavarme las manos, con un gran enfado. No uno grande, uno mayúsculo. Grito que ya voy. Decidido a reclamar a quien haya estado haciendo ese inmisericorde escándalo.

Abro la puerta. Y lo miro. Es mi amigo Froylán. Hace unos días que no lo veo. No había asistido al trabajo. Creía que estaba de vacaciones.

Ya más calmado le saludo:

- Hola ¿qué pasó? Disculpa que no te salude, pero tengo las manos sucias. Estaba cagando.- le digo.

- No te preocupes. Cuando estás muerto te valen madre los microbios.- Responde.

- ¿Ah si? ¿Y cómo es la muerte?- Pregunto como si fuera la cosa más campechana del mundo.

- Igual que la vida... una mamada, una reverenda mamada.

- Genio y figura... hasta la sepultura.- pienso tristemente.


No me queda más remedio, que invitarlo a pasar.

lunes, julio 07, 2008

Historia Breve 0001

Y de repente, cuando volví la cara hacia atrás, me dí cuenta de que ya se habían ido volando las hojas de mi cuaderno más querido... quizá algunos ojos se posen en sus letras, quizá ya no...

sábado, febrero 23, 2008

Terrena Inferna (segunda parte)

Un débil susurro marrón recorría presuroso la cinta asfáltica, presa reciente de la típica precipitación augusta. Una densa atmósfera habitaba en el interior del vehículo. La tríada de ocupantes era por demás heterogénea. Una férrea mirada enmarcaba a un puro mordiscado, que hacía más pasadera la tarea de conducir en el terreno mojado que separaba las oficinas del D.I.E. del lugar destino. Rad’id Susru no separaba su vista del camino. Hacían ya varias eras que la paz entre los grandes pueblos era patente, pero desde algún tiempo reciente aquellos tratos pecaban ya de obsoletos. En más de una ocasión Rad’id trató de encender aquel churro de tabaco amargo que jugueteaba entre sus labios, pero la mirada ámbar y un gesto desaprobatorio de su compañera habían logrado hacerle desistir de su intento. Dikynnus parecía complacerse a sí misma dominando de esta manera a Rad’id. A su vez, Emanon no podía esquivar los mensajes de complicidad de aquella mujer a través del pequeño retrovisor.

Al tomar la carretera y adentrarse en la zona montañosa de Legnadabria, Emanon notó que un vehículo sin luces los seguía a distancia prudente. Pero fue Dikynnus quien rompió el imperante silencio para comentar acerca de ello.

- Arkoff... me supongo.- dijo con tono indolente la hermosa mestiza.

- Así es... – respondió secamente Rad’id.- Algo me dice que nos será de utilidad. Realmente Emanon hizo lo mejor al contarle la verdad acerca de lo que se trata este asunto. Si hay alguien en quien confiar es en él. Aunque se empecine en considerarnos como antagonistas.

- ¡Por Sortrogartam! – exclamó Emanon en medio de algo que parecía ser un suspiro. Su preocupación aumentaba a medida que se acercaban al distrito de Saimal. Simplemente no podía evitar estremecerse. Odiaba las reprimendas, más cuando se originaban por algo que él estaba en desacuerdo en realizar desde un principio. La continua parquedad y el pesado mutismo de sus compañeros le daban mala espina. Peor aún si un policía con mala actitud les venía pisando los talones y nadie hacía nada por evitarlo. Aunque la mayor parte de su vida había participado en juegos donde las reglas mutaban a la menor provocación, no podía acostumbrarse aún a ello. Emanon estaba plenamente convencido de que odiaba encontrarse en tal situación. Si, realmente lo odiaba.

Minutos más tarde, Rad’id y compañía cruzaban los pasillos de la mansión Suri. La decoración rivalizaba con la de un antiquísimo castillo feudal: grandes candelabros de oro con gemas incrustadas colgaban luciendo una miríada de luces parafinas que, al son de una ráfaga de viento furtiva, hacían bailar las sombras en todas direcciones. La mayoría del mobiliario y los ornamentos podrían ser considerados como piezas arqueológicas o como tesoros históricos invaluables en uno que otro museo de vasta reputación. En contraste, un discreto despliegue de alta tecnología compuesto de sistemas de vigilancia y sensores de rastreo resguardaban la mansión. Daba la sensación de que de que invisibles miradas depredadoras acechaban cada movimiento y todos los rincones del lugar. Nadie podía evitar sentirse desnudo. Un gran portal desembocaba a aquél pasillo en un majestuoso salón, que conservaba el mismo estilo del palacete, aunque con la presencia de los Suri resultaba aún más tenebroso.

Siminod Suri estaba sentado en una silla, que más asemejaba un pequeño trono, una especie de túnica oriental confeccionada con hilos de oro cubría su cuerpo y su aspecto era atemorizante. Su rostro pétreo hacía recordar a un ídolo antiguo, su mirada penetrante estremecía al alma misma, a pesar de que la iluminación del lugar y sus profundas cavidades oculares ocultaban sus ojos. Una cabellera larga, sedosa y nívea cubría la mayoría de sus facciones cenizas. Aún ante la evidencia de que su cuerpo soportaba la carga de varios eones, mostraba una extraordinaria fortaleza.

Al notar la presencia de los advenedizos, Siminod hizo un ademán, como respuesta emergió de entre los estantes de un antiquísimo librero Retap Suri. Éste no era sino un reflejo morboso de Siminod, tan idénticos como dos gotas de sangre. Ambos ancianos se dirigieron hacia una estancia y los recién llegados les siguieron con cautela. Los Suri se acomodaron detrás de un escritorio estilo victoriano. Dikynnus se acomodó en un sillón delante de ellos, Rad’id y Emanon permanecieron de pie. La hermosa trigueña extrajo en silencio unos documentos del portafolio que cargaba y de inmediato se los mostró al par de viejos.

- La situación legal de Emanon le impide continuar con su encomienda. De hecho esto nos pone en peligro a todos. Los de la Central quieren iniciar una investigación a fondo sobre las actividades de William y a través de él llegar hasta ustedes.- La mirada de Dikynnus parecía retar a los ancianos, era verdad que estar ante su presencia le ponía de malas, pero también era cierto que ella misma fue quien eligió trabajar para ellos. La mestiza hojeaba unos papeles grises para seleccionar algunos y alcanzárselos a los ancianos.- He tenido que hacer uso de todo lo que tengo a mi alcance y disposición para refrenar el proceso.

- Quizá necesitemos de alguien más para concluir lo que Emanon fue incapaz de realizar.- Retap Suri arrojó despectivamente la documentación sobre el escritorio.- Alguien en quien podamos depositar nuestra entera confianza.

Rad’id suspiró resignado y con gesto molesto intercambió miradas con Dikynnus. Volvió a sacar el puro del bolsillo de su abrigo y lo llevó a sus labios para mordisquearlo nerviosa y pensativamente. Evidentemente sabía a lo que se refería el anciano. Dikynnus, al hacerse de la misma opinión, meneó la cabeza en forma negativa, sonrió sarcásticamente y aseveró.

- Considero por demás innecesaria la intervención de Rad’id Susru en este asunto, debido a su retiro reciente de toda actividad relacionada con nuestros intereses. De hecho, su prolongada ausencia subraya lo inoportuna que calificaría su participación en este trabajo en particular.- Nuevamente la mirada de la mestiza retaba a los dos ancianos, pese a que su actitud indolente y neutral no se había visto alterada en ningún momento. Pero era también evidente que aquella hermosa mujer había comenzado a fastidiarse.

- Es por ello que Rad’id necesitará de tu apoyo para llevar a buen término esta tarea.- Siminod Suri se disponía a encender una lámpara para calentar un recipiente que contenía una roca cristalina que despedía un vapor, que el viejo succionaba con una manguera como si la fumara.- Vayan con Emanon, él se encargará de proporcionarles el equipo necesario y los detalles prudentes para continuar lo que dejó inconcluso… ¡Sdrave! ¡Que Galaph guíe sus pasos y los lleve por el sendero de la victoria!

- ¡Sdrave! – Contestaron lo dos mestizos al unísono y de inmediato se retiraron, dejando a Dikynnus recogiendo los papeles del escritorio de los Suri.

La famélica mano de Siminod agarró con fuerza la muñeca de la mestiza, y con mirada lasciva recorrió el trayecto de su brazo a su pecho y a sus ojos. Con una mueca que asemejaba una retorcida sonrisa en tono amenazante le advirtió:

- ¡Cuida cada uno de sus movimientos! ¡Mantente alerta! ¡Confiamos en que no nos defraudarás!

- Descuide Señor… ¡Así será!- Dikynnus retiró su mano y suprimiendo un gesto de asco contestó.- ¡Sdrave!

La hermosa mestiza salió del salón con un paso provocativo y sensual, natural en ella, sintiendo los arponazos libidinosos que le propiciaban las miradas de los ancianos.

- ¿Crees que hacemos lo correcto? – inquirió Retap.

- No pudimos haber actuado mejor.- contestó su hermano.
(continuará)

jueves, febrero 21, 2008

Espía de ángeles

En la profunda negrura de las sombras acecha,
mira con desdén la insoportable vacuidad de sus existencias,
los repele por su absoluta normalidad,
los saborea y se imagina el mosaico de gustos que encontrará en su sangre,
los mira atentamente,
los persigue,
intercambia miradas con las gélidas criaturas que le susurran sus secretos,
los hutushes son vampiros,
los hutushes son como dioses escondidos en cáscaras de humanos,
y los ángeles vuelan a su alrededor,
respetando su existencia,
a los hutushes les teme Dios,
porque son seres extraños a su creación...

En la profundidad del alma
del acechante ser de hadas
existe un hutush que clama por exponer su existencia....
su mirada está gélida como su cielo,
sus límites de carne no detienen el ímpetu obsceno de su alma,
el hutush espera para crear su pueblo...

Para nacer,a veces se duele...
para nacer,
hay que matar el cielo...
renovar al azul....
renovar el duelo...

Es simplemente lo mejor,
o simplemente lo más fácil,
no habrá retorno de su estado,
un salto al abismo quizá,
pero valdrá la pena la muerte,
para cambiar la razón de su sufrimiento,
quizá una nueva existencia entre las sombras ya no sea necesaria
y para matar a la oscuridad maldita,
haya que crear un abismo nuevo que se la trague....
quizá una rendición ante lo más arriesgado,
quizá el empuñamiento de un arma redentora que corte...
la tela triste de la realidad de un sólo tajo...
quizá hacer un nuevo capullo para renacer como un leviatán boreal....

La Custodia (Segunda Parte)



El todo terreno recorría a gran velocidad la carretera, los árboles y algunos animales silvestres eran testigos azorados del rugido y del poder de aquella escurridiza criatura carmesí. En su interior, Kurt Joyce, Sandra Kane y Celtus Ryder discutían acerca del motivo de su viaje.

- ¡Les aseguro que es imposible que mi padre se haya metido en problemas fuera de su control!- dijo Celtus en tono de preocupación.

- ¡Malditos pueblerinos! De seguro ellos debieron haber interferido en sus asuntos y echaron todo por tierra. Sea lo que haya sido que tu padre hubiera estado haciendo Celtus.- Kurt encendió un cigarrillo y lanzó una gran bocanada de humo.

- Más vale que no abras tu bocota y te comportes, Kurt. Recuerda que venimos a ayudar al señor Ryder...

- Popsy.- Interrumpió Celtus- A mi padre lo conocen como Popsy en Tumbsville.

- En verdad no entiendo cómo es que un catedrático de Belial Sake College haya preferido la vida y el ambiente agreste, propios de un vagabundo.- comentó Sandra.

- También recuerda que ya hace algunos años que mi padre se marchó de Belial Sake, y sus motivos no fueron propiamente el anhelo de cambiar de aires.

- Así es Sandra, Gary Ryder dijo que tenía una misión por cumplir en las colonias y que el despejarle las polillas a las inteligencias mediocres de los parvulitos que se arremolinaban en torno a él no le iban a ayudar en nada.- Agregó Kurt.- Estamos llegando a Cryptown, el seminario de la Orden de la Última Noche está a unos kilómetros más adelante. Ahí recogeremos con Traehdas Taeuber los libros que te pidió tu padre.- Anunció enseguida.

Celtus suspiró resignado, desde que su padre y él fueron exiliados de su patria pocas veces habían estado juntos, huyeron a América en busca de un refugio para ellos y su gente. Afortunadamente algunos de sus compatriotas ya se les habían adelantado y fundaron varias colonias donde podían vivir en paz y armonía, lejos de las intrigas y las amenazas de su rancia aristocracia; pero no estaban a salvo aún: las colonias fundadas fueron Belial Sake, Tumbsville, New Sassbürg, Saint Pierce Port y Cryptown, y eran constantemente acechadas por fuerzas más terribles que aquellas de las que estaban huyendo. Los libros que se hallaban en el monasterio de la Orden de la Última Noche habían significado el cisma de su familia desde que tenía uso de razón. Y aún lo seguían siendo.

- Creéme Kurt. Ya abomino tales libros. Desde que mi padre perteneció al parlamento de nuestra otrora patria no han representado más que problemas y maldiciones para nosotros.

- ¡Ni que lo digas! Todavía mi padre está padeciendo por recuperar lo que perdió a causa de ellos. Pero eso es algo que él mismo se buscó. Yo nada tengo que ver ahí.- Respondió Kurt.

- Así es, amigo, así es.

Sandra notó el gesto de fastidio en el semblante de Celtus, y sin decir nada, tomó su diestra entre sus manos y besó al muchacho en la mejilla. Lo más comprensivo que Kurt acertó a hacer fue guardar silencio, encender un cigarrillo turco y acelerar el vehículo.

Poco antes de llegar a una desviación sinuosa que llevaba al noviciado, los chicos encontraron un cerco policíaco que les impedía subir. Celtus reconoció entre los uniformados al Marshall Jones, de inmediato se dirigió a saludarlo y el oficial le devolvió el gesto con una sombra en el rostro.

- Marshall... ¿Qué sucedió ahora?- inquirió Celtus.

- Tal pareciera que alguien abrió nuevamente la caja de Pandora y soltó todos sus males en los alrededores: unos seminaristas fueron encontrados en extrañas condiciones, algunos de ellos en estado de shock, la mayoría catatónicos... No sé, esto me parece muy raro. Hace un par de días desaparecieron cuatro personas y tu padre estuvo involucrado. Ahora esto y... – el policía se rascó la nuca dubitativo.

- ...Y mi padre también tuvo algo que ver.

- ¿Preguntas o afirmas?- A pesar de la expresión, el marshall parecía más compasivo que hostil.- En realidad tu padre no es partícipe directo en esto, pero conoce a varias de las víctimas. Alguna vez llegó a suplir en su cátedra al padre Taeuber.

- ¡Es precisamente a quien venimos a visitar! – Exclamó Kurt mientras intentaba saltarse el cerco. Sandra lo detuvo en seco con una mirada fulminante.

- ¿Nos permite ver al padre Taeuber?- inquirió Sandra con una caída de ojos al estilo “gretagarbonesco”. Kurt encendió un cigarrillo mientras la arremedaba.

- Mmmhh... Veré qué puedo hacer, pero no se muevan hasta que se los indique. Y Celtus... espero que esta visita sirva para que puedas ayudar a tu padre a no meterse en más líos. Y si lo ves, díle que me agradaría charlar con él.

- De acuerdo marshall. Lo prometo.


Más tarde los tres estaban en el interior del claustro en busca del padre Taeuber. El interior era una gran Babel de camilleros, víctimas y espectadores. Casi todos los afectados tenían la mirada perdida, los músculos destensados y el miembro erecto y amoratado. La mayoría sangraba de los oídos, la nariz y la boca. También mostraban pústulas en la mayor parte de su cuerpo. Kurt miraba divertido a las víctimas, que estaban cubiertos con sus propias sábanas, cuando se le presentaba la ocasión levantaba los sudarios para ver sus rostros contraídos, Sandra le propinó un manazo a manera de correctivo y Kurt farfulló una letanía inentendible con marcado afán ofensivo.

Sin embargo, Kurt dió un tirón a la sábana del seminarista que miraba y, corriendo de manera desaforada entre las víctimas arrebataba de los cuerpos sus cubiertas. Posteriormente, y saltando como saltimbanqui, tomó de la sotana al padre Taeuber y le señaló insistentemente los vientres de los desafortunados. Taeuber se quedó atónito. Sandra, indignada, intentó alcanzar a Kurt para calmar su excitación y ponerle un freno a sus malos modales. Celtus la detuvo con una caricia en el codo izquierdo y le señaló también el vientre de uno de los afectados:

- ¿¡Vae victis!? – Sandra no entendía lo que estaba sucediendo, las ampollas formadas en los cuerpos estaban distribuidas de tal manera que formaban frases. Sin embargo, ahora comprendía lo que Kurt veía con sorna bajo las sábanas de las víctimas.

- Y éste es de lo más elocuente: ¡Abyssus abyssum invocat! – Taeuber tenía un sombrío semblante. De reojo observó a los camilleros y demás personas que se ocupaban de atender a los heridos, de inmediato realizó un discreto ademán en el aire con su siniestra, que parecía brillar con una luz ámbar, y con voz tronante dijo ante todos: “Quod scipsi, scripsi... Veritas odium parit...Vulnerant omnes, ultima necat... Acta est fabula”.

Todos, a excepción de Sandra, Celtus y Kurt, siguieron haciendo sus obligaciones sin comentar nada acerca de lo ocurrido. El sacerdote caminó hacia uno de los pasillos y los tres chicos lo siguieron en silencio, hubiera sido un mutismo perfecto de no haber sido por Kurt, quien raspara una cerilla en la frente de un santo de piedra para encender otro cigarrillo turco.

- Está sucediendo... – dijo el sacerdote.- Hace algunos días presentí la llegada de un ser totalmente diferente a todo lo que nuestra raza ha conocido... en verdad no sé cómo explicarlo pero los pergaminos con los tratados del Concilio de los Grandes Pueblos comenzaron a arder en llamas negras. Eso solamente significa que fueron transgredidos por un ente demasiado poderoso. Ni siquiera los más viejos aaritas o los más sabios warvsh pueden romper su sortilegio. Algo muy terrible se acerca, jóvenes amigos. – Taeuber miraba a su alrededor con temor contenido. – Celtus... tu padre está involucrado en esto y... está perdido.

- ¿Los libros fueron consumidos por el fuego?- inquirió Kurt.

- No, intuyo que fue una mera manifestación paranormal etérea, una especie de aviso. – respondió Taeuber.- Precisamente los volúmenes que se refieren a las leyendas del regreso de los paradioses y de los pueblos vencidos fueron los que se incendiaron. Revisé los textos y tal pareciera que una horda de sucubbus e incubbus son la avanzada de tal retorno. De hecho las condiciones en que se encuentran las víctimas de anoche parecen corroborarlo.

- Pero es obvio que ningún maldito humano puede creer esta historia.- aseveró Kurt mientras apagaba su colilla en el ojo de un ángel tallado en piedra ante la mirada reprobatoria de todos. De reojo los miró a todos y levantó los hombros en señal de falsa inocencia.

- Más adelante se explica algo acerca de un tal Sin, una especie de ente de siete veces otros seres, y siete mentes en una sola o algo por el estilo… - Agregó Taeuber.

- Y ese tal Sin es una especie de heraldo de alguna otra divinidad, un metademonio llamado Harkaghalastrah, hijo del parademonio Harphagon. Antes de que mi padre dejara la cátedra para iniciar su investigación de campo, le ayudé a realizar algunas traducciones y el tema se relacionaba mucho con esto…

- Si eso es cierto, lo más seguro es que tu padre se esté enfrentando en estos momentos contra Sin o hasta el mismo Harkaghalastrah. – El semblante de Kurt cambió de su habitual indolencia a un gesto más preocupado y pensativo. De inmediato soltó una carrera desenfrenada hasta llegar al todo terreno. - ¡Muevan el maldito trasero! ¡Si hay alguien que puede darnos una pista de la ubicación de tu padre, es ese marshall acartonado!

- Me parece que el joven Kurt es mucho más perspicaz de lo que parece. – Taeuber le entregó los libros a Celtus y le extendió una bolsa de cuero pequeña. – Tengan esto, puede que les sea de utilidad. ¡Que las bendiciones de Galaf y Brigmignishdah les sean pródigas en protección!

- Por lo regular Kurt no demuestra preocupación alguna por nadie. – Afirmó Sandra. – Me parece muy extraño que en esta ocasión se muestre tan solícito.

- Por cierto… ¿a qué se debía su visita jóvenes amigos?- inquirió Taeuber.

- No lo sé con exactitud… Esta mañana Kurt se levantó y todo lo que acertó a decir fue que teníamos que venir por estos libros, porque mi padre se los había solicitado… en sueños.

- Mmmmh. Tal pereciera que el nexo entre tu padre y tu amigo es muy fuerte… Si averiguan algo y necesitan ayuda, no duden en hacérmelo saber. ¿De acuerdo?

- De acuerdo Señor.

Kurt gritó a sus amigos que se hacía tarde y al llegar todos al todo terreno, verificó que los libros estuvieran debidamente guardados. Sandra fue designada conductora mientras los dos muchachos descifraban los datos proporcionados por Taeuber y el marshall y especulaban acerca de su próxima parada.

- Vayamos a Tumbsville, tengo la certeza de que encontraremos algo cerca del aserradero.- declaró Kurt.


(Continuará)

La Custodia (Primera parte)


Mortirmer Hessell descansaba tras un arduo día de trabajo y oración en el seminario. Su celda era cómoda y poseía lo suficiente para cubrir sus necesidades, que gracias a sus votos de humildad, no requerían de mucho para ser satisfechas. Hacía tan sólo un par de años que Mortirmer descubrió su vocación y quiso dedicar su vida al servicio del Señor. Ya había pasado un largo rato que la soledad de su aposento le había incitado a meditar ciertos conocimientos teológicos aprendidos durante sus clases del día. Dehesas interminables de ensueño e inspiración hacían presas sus pensamientos y lo llevaban hacia lontananzas insospechadas de teorías y raciocinios. Todo ello bajo el auspicio de la fe en el creador celestial en el cual se empecinaba tanto en creer y en adorar.

Un ruido proveniente de fuera llamó su atención, quizá podría tratarse de algún animal, quizá no. El joven aspirante a sacerdote se levantó de su lecho y decidió asomarse por la minúscula ventana de su celda. Antes de alcanzar a rozar los fríos barrotes con la punta de su nariz, un nuevo sonido emanó de la espesura de la noche, instintivamente Mortirmer tomó su libro de evangelios y lo apretó con fuerza. Sus ojos buscaron al posible origen de aquella manifestación auditiva, pero no pudieron encontrar nada. Y así estuvo por un largo momento. Tras aburrirse y autorreprocharse de haber estado sacrificando sus horas de sueño de una manera tan fútil, el seminarista resolvió regresar a la frugal comodidad de su cama. Dio la vuelta en pos de su rincón y trató de conciliar el sueño.

No bien apenas cerró los párpados, una voz excesivamente dulce y melodiosa surgió desde la diminuta ventana. Mortirmer escuchó su arrullo, en una lengua tan inaudita como desconocida para él, inaudita... sí. Tal canción afectó su ser, que una vorágine de sensaciones y emociones se manifestó en un instante de manera sorpresiva. Su cuerpo se tornó fláccido y sin fuerza, a excepción de su miembro, que pareciera estallar en cualquier instante, incluso sus músculos abdominales resentían tal esfuerzo.

El canto se tornó en risa, una hilaridad irracional que parecía obedecer a cierto patrón rítmico. Mortirmer jadeaba a ese mismo compás, mientras su cuerpo se convulsionaba en perfecta sincronía. A sus propios oídos, cada cosa que escuchaba era aumentada exponencialmente, al grado de que hilillos de sangre salían tímidamente de por sus orejas. Lo cierto es que si alguien hubiera pasado cerca de su celda no hubiera percibido nada más que el concierto de los grillos a la madre noche.

Sorpresivamente una nueva sensación recorrió el cuerpo de Mortirmer. Una ligera opresión sobre su piel se manifestó. Un toque suave y terso lo recorría de pies a cabeza, a pesar de las ropas de lana que vestía el hombre. Un aroma dulzón y ciego invadió la habitación. Y Mortirmer comenzó a olvidarse de sí mismo: ni la risa, ni las convulsiones, ni la erección, ni el toque, ni el aroma parecían tener un final. Si hubiera podido controlar un poco su cuerpo, habría notado que el hombre muerto en su cabecera era consumido por unas llamas invisibles y devastadoras.

Un vaho amarillo verdoso se hizo presente. Tal pareciera que el humo de un incienso lascivo fuera atrapado en la invisible cáscara de una mujer, que se empecinaba en seducir a Mortirmer: donde antes las sensaciones sobre su piel, un cuerpo desnudo y transparente se hallaba. Aún así, el hombre no pudo evitar quedar atrapado en la mirada gris de aquel extraño ser. Poco a poco la mujer se fue materializando, es decir, se hizo visible. En condiciones de espectador ajeno a los hechos, quizá Mortirmer la hubiera confundido con alguna de aquellas jóvenes artistas que aparecían en las películas de ciencia-ficción con el cuerpo embarrado de betún verde azuloso simulando ser la visitante de algún planeta extraño y hostil, proveniente de una galaxia más allá del espacio-tiempo conocido por el hombre. Pero en su función de participante pasivo de los hechos, a Mortirmer le parecía un espectáculo digno de poner a prueba su fe, ya que hacía mucho que la razón lo había abandonado.

Aquella extraña mujer poseía una belleza singular, a pesar de su color mortecino y con su voz melodiosa le susurraba a Mortirmer frases capaces de ruborizar a la más vulgar de las libidos en varios kilómetros a la redonda. El seminarista sentía la sangre que fluía por sus orejas resecándose en su almohada y la imposibilidad de controlar un sólo músculo de su cuerpo seguía siendo motivo de su desesperación. Aquella mujer comenzó a cubrir su rostro con ósculos que dejaban marcas en su piel como si hierros candentes le acariciaran, pero el dolor no se hacía presente, dado que todo se hallaba concentrado en un miembro que no había dejado de estar erecto desde que empezara esta peculiar experiencia. Mortirmer se sentía cubierto por carne tibia que se apretaba cadenciosamente a su alrededor, incluso los movimientos espásmicos que manifestaba su cuerpo se habían acoplado al ritmo de aquella sensación. A aquel hombre dejó de importarle oponer resistencia, si bien ni el placer ni el dolor visitaron su cuerpo, a la vida misma poco se le hizo continuar habitando su cáscara.


(Continuará)

La Custodia (PROLOGO)


Nadie miraba hacia la calle. Todas las criaturas respetables de Tumbsville dormían plácidamente en sus hogares. Esto solía ser muy común en los poblados pequeños cuya economía se basaba en la explotación de minas de carbón, o en aserraderos; afortunadamente para este pueblo, sus actividades radicaban en ambos. Como en toda población humana que se precia de serlo, no todos sus habitantes contaban con una familia cariñosa, una cena caliente, sábanas de franela limpias y un fuego acogedor esperándolos tras la larga jornada. No señor, no todos tienen esa suerte. Pero el hombre siempre se las ha arreglado para suplir con otras cosas aquellas que no satisfacen sus necesidades. Casi al llegar a la periferia del pueblo, unos anuncios luminosos y un hedor a cerveza amarga y cigarrillos baratos conformaban el calor de hogar para los menos afortunados: aquellos que mitigaban los embates de la soledad y la frustración con roces lascivos de mujeres más amargas que la cerveza; negociando una falaz ternura no tan barata como los cigarrillos, pero en algunas ocasiones más reconfortantes, al menos mientras duraba el intercambio comercial.

Algunos gustaban de matar su tedio molestando a los malditamente más afortunados que ellos, a aquellos que quizá por haber robado un poco aquí, otro tanto allá, o simplemente por un golpe de suerte, tenían más plata que uno y conseguían a las nenas más sofisticadas y correteadas por la bola de fracasados que se daban cita noche a noche en los tugurios de los alrededores. En ese caso uno tenía que conformarse con las fofas mujerzuelas que sólo eran expertas en embriagarlo y sustraerle a uno la billetera, claro, maldiciéndolo porque era un pobre diablo que no tenía ni en qué caerse muerto. Y eso cuando la suerte se comportaba misericorde y considerada. No cabe duda, la vida es dura.

Billy Oates era uno de los inconformes aquella noche. Se quejaba amargamente para sus adentros de la endemoniada buena suerte que tuviera Popsy Ryder. El viejo Ryder acababa de recibir su retribución en aras de su promoción en el aserradero. Ahora la hermosa Tabitha se deshacía en atenciones para con el viejo. Evento que resultaba nefasto para la opinión de Billy Oates. Sólo tenía que esperar el momento adecuado y empezaría la bronca. Un pretexto, y su muina contenida por fin tendría una vía de escape. De todas maneras, si se le llegara a pasar la mano con el viejo Ryder, Tabitha no le haría mucho caso que digamos. Además, Billy estaba cansado de estarse sobando el lomo siempre y jamás ser tomado en cuenta para nada. Una temporada en la sombra sería como el equivalente a unas vacaciones pagadas, sin tener que preocuparse por otra cosa que no fuera dormir y comer a sus horas. Siempre y cuando la pena no mereciese hospedaje en la penitenciaria estatal.

Billy aguardó durante un largo rato. Las botellas de cerveza se obstinaban en multiplicarse a su lado, vacías y ruidosas. Popsy se había limitado a bailar con su amiguita esa maldita música campirana que lo vuelve loco. Simplemente el viejo era demasiado estúpido como para querer meterse en problemas con alguien. Billy se aburrió y se levantó tambaleante de su lugar. Su diestra, guardada en el bolsillo de su cazadora, asía con impaciencia la navaja automática que adquiriera en su última visita a la ciudad. Si, aquella navaja que brincaba al momento de rozar un botoncito, y no daba tiempo al oponente de siquiera pestañear antes de sentir el frío metal hurgando en sus entrañas. Con toda la decisión que permiten más de una docena de cervezas, Billy se dirigió hacia Popsy y Tabitha. Dispuesto a asestar un único y mortal golpe, Billy se detuvo en seco a causa de la voz que provenía de la puerta de entrada.

- ¡Buenas noches Popsy! ¡Buena la has hecho con tu promoción!- exclamó jubilosa la voz.

- ¡Así es Marshall Jones! ¡Creo que por fin comienzo a ver frutos de mis esfuerzos!- Respondió el viejo sin soltar a su acompañante, ni perder el ritmo de sus pies.


- ¡Enhorabuena Popsy! ¡Felicidades! Sigue celebrando... pero sin crear problemas.- El Marshall hizo su comentario dirigiéndose sutilmente a los demás parroquianos.
- Lo intentaré, Marshall. Le juro que lo intentaré.- Contestó el viejo, guiñándole el ojo.- Pero me sería más fácil si usted me acompañara celebrando. ¡Ande! ¡Tome a una hermosa mujer y baile con nosotros! ¡Las piezas van por mi cuenta!

- En otra ocasión mejor Popsy. Si la señora Jones se entera de que estuve celebrando contigo, me tocaría dormir en la celda por los próximos tres meses, sometido a una dieta de pan y agua.- El Marshall se retiró entre el estallido de risas de los concurrentes, no sin antes hacer una última advertencia.- De todas maneras, pórtate bien. No sea que decida tomarte la palabra.

- ¡Ja, ja, ja! ¡De acuerdo Marshall! ¡Estaré al pendiente! ¡Salud!- Popsy bebió sin respirar el contenido de un tarro recién servido de cerveza, mientras que su bella acompañante le sobaba la calva y le guiñaba el ojo al Marshall.

Billy Oates maldijo entre dientes. Guardó la navaja, que ya había rasgado el forro de su bolsillo, pidió otro tarro de cerveza, encendió un cigarrillo y se volvió a acurrucar en su rincón.

Al poco rato llegaron un par de conocidos de Billy, después de atisbar entre el humo concentrado de tabaco corriente que cubría el ambiente, localizaron al inconforme y se acomodaron a su lado. La plática entre ellos no iba más allá de la escatología habitual entre la gente de su calaña. Billy se quejó acerca de su mediocridad arrastrada y cultivada a través de los años y de, lo que ante sus ojos resultaba, la injusticia divina que le acaecía constantemente. Los dos advenedizos pronto se identificaron con los argumentos de Billy y de inmediato Popsy fue el protagonista estelar, víctima de sus resentimientos.

No tardaron en urdir la manera en la cual se desquitarían de su desgracia. Alguien tenía que pagar por lo que a ellos les sucedió toda su vida: por los azotes de un padre alcohólico, por la liviana conducta de una madre adúltera, por ser objeto de la satisfacción genital de algún aprovechado, por el divorcio que los sumiera mes a mes en la miseria, por los ingratos hijos que ni siquiera recuerdan cómo es su padre, por la estupidez en la cual los sumergió un sistema que no fue diseñado específicamente para ellos, por las frustraciones de adolescentes que marcó su vida para siempre...

Todo estaba resuelto. Popsy pagaría los platos rotos (de cualquier manera ¿quién le manda ser más que los demás, embarrándoles su éxito en la cara como sí fuera un plato de guano?) y Tabitha sería la recompensa por hacer de este mundo miserable un poco más equitativo y llevadero. Si, así es... de esta forma su miseria sería compartida. Sólo había que esperar el momento oportuno, cuando Popsy se llevara a Tabitha a pasar el resto de la velada con él.

El tiempo parecía acumularse al igual que el denso humo de los cigarrillos baratos y los humores de los parroquianos. La dosis de paciencia de Billy comenzaba a agotarse; sin embargo, sus dos camaradas hacían esfuerzos sobrehumanos para mantener en pie el dique que contenía su necesidad de revancha hacia la vida en la figura del viejo. Las botellas de cerveza comenzaban a acumularse en la mesa de nuevo y más grados de alcohol se acurrucaban en sus neuronas. La espera se comportaba de manera perversa con Billy, pero de alguna manera debía vencerla.

Minutos después, Popsy hizo el tan anhelado movimiento por la trinca de rufianes. Entre risas estruendosas y palabras ahogadas por el exceso etílico, el viejo hizo gala de su fuerza y salió de aquél lugar con su lasciva compañía en brazos. Billy intentó levantarse de inmediato, pero la mano temblorosa de uno de sus beodos amigos lo detuvo.

- ¡Aguarda un poco! ¡Tsssst!... ¡No comas ansias “B-B-Billyboy”!

- ¡Maldita sea! ¿Acaso no ves que el viejo se nos larga?

- ¡Calma, viejo amigo! A donde quiera que vaya, el viejo Ryder no tardará en dormirse, Tabitha lo despachará: robará su plata y nosotros nos encargaremos de ella. Recuerda que ladrón que roba a ladrón... ¡Demonios! ¡Será divertido poner mis manos encima de ese pichoncito!

Billy volvió a sentarse de mala gana. Tomó un prolongado sorbo de cerveza y encendió un cigarrillo. Uno de sus compañeros se levantó y se dirigió hacia un pequeño grupo que jugaba baraja en una mesa cercana, intercambió unas cuantas frases y algunos objetos con uno de ellos, posteriormente regresó con Billy y el otro, que impacientes aguardaban su regreso.

- De acuerdo amigos. Ya es hora.

Acto seguido, los tres abandonaron el lugar. Esa fue la última vez que se supo de ellos en el pueblo.



Hacía cerca una eternidad, a su parecer, que había dejado su hogar. Simplemente la sensación de correr en libertad lo sedujo hasta el punto de considerar inútil oponer resistencia alguna. Eso y el hambre. Tenía más de tres días que no probaba bocado... Esa noche el depredador encerrado tras sus muros de parquedad y cautela se había liberado. Recorrió los bosques que separaban un pueblo del otro y se sintió más en casa. Hasta que llegó a la periferia de Tumbsville. El asalto de los recuerdos rozaba su conciencia a medida que se acercaba al poblado.

Un grito infrahumano llamó su atención, bien sabía que así debía de ser, una onda de choque recorrió su dorsal, invadiéndolo de insana alegría. Todo sucedía tal y como su padre lo había predicho, el momento estaba cada vez más cerca.

Corrió a través de la maleza hasta llegar a la cercanía de una cabaña que parecía contener un gran espectáculo de destellos y truenos en su interior. Dos cuerpos, aparentemente calcinados y luego congelados, yacían a escasos metros de los muros de la vivienda. Pese a su estado, se adivinaba aún el terror esculpido en sus rostros.

Un tercer cuerpo se hallaba postrado en postura fetal. Aún con vida e intacto.

Fue entonces cuando la alegría colmó al advenedizo: a un ademán suyo aquél cuerpo se elevó por los aires y, a manera de parecer un grotesco personaje de guiñol, fue manipulado por su voluntad hasta el punto de quedar parado de frente a los cuerpos sin vida.

Un gran fulgor rojizo invadió el cuerpo flotante, mismo que lo sacudió violentamente. De súbito aquel cuerpo se posó suavemente sobre el terreno y su expresión se tornó tranquila y descansada. Miró de reojo la cabaña y admiró por un momento los haces de luces que escapaban por sus ventanas.

Se encaminó hacia los cadáveres y los recogió. Llevándolos a cuestas se internó en el bosque hasta llegar a un claro. Depositó los despojos en el suelo y se sentó a su lado. Con gran parsimonia comenzó a disponer de ellos, devorándolos. Por fin su hambre estaba siendo saciada.

- ¡Padre Harphagon! ¡Sea tu voluntad la que se cumpla a partir de este momento! – Profirió en son de plegaria al terminar su banquete.

Así fue como llegó Harkaghalastrah, y desde entonces caminó entre nosotros...
(Continuará)

Terrena Inferna (Primera parte)

- ¡Demonios!- Una vertiginosa marabunta de argumentos cruzó por la mente de William Emanon al sentir el gélido metal acariciándole la nuca.

- ¡Dije que soltaras esa maldita pala! – Ordenó amablemente el detective, mientras oprimía un poco más el cañón del arma contra la cabeza de Emanon. - ¡Y levanta las manos sin intentar pasarte de listo! ¡Creéme que en este momento sólo necesito un pretexto para perforarte la cabeza! – La voz del policía era determinante. - ¡Date la vuelta len-ta-men-te!

- ¡P-puedo explicarlo todo! – Emanon obedeció sin titubeos al engabardinado que no cejaba de apuntarle. Al quedar de frente al tipo que le amenazaba, no pudo evitar esbozar una tímida sonrisa. Era obvio que anteriormente se había topado con aquel hombre. También era obvio que no era favorecido por su simpatía. En efecto: el detective Hannibal Arkoff, del Departamento de Investigaciones Especiales (D.I.E.), había sido coprotagonista de William Emanon en varias de sus correrías, la mayor parte de ellas como actor renuente de las mismas. Algunas veces compartiendo el mismo lado, en algunas otras no. De cualquier manera, no era un alivio para William la presencia de su viejo conocido en ese preciso momento. - Arkoff... ¿Puedo aclarar todo esto? Es de vital importancia que me escuches...

- ¡Cállate necio! ¡En la Central lo explicarás todo cuando se te tome declaración! – Apoyando las palabras de Arkoff, que no dejaba de encañonar a Emanon, un oficial llegó a esposar al sospechoso y, acto seguido lo guió hasta introducirlo a la parte trasera del auto patrulla.

Todos callaron durante el viaje. Al llegar a la “Central” (Centro de Detención Criminal Preventiva), Emanon sufrió en carne propia los embates del poder burocrático habitual, antes de poder hacer una llamada telefónica infructuosa y, posteriormente, ser recluido en una húmeda y mohosa celda.

No le quedó mayor consuelo que rumiar su coraje: Nadie se había molestado en escuchar su versión de los hechos. Lo habían tratado peor que si se tratara de una bestia. Emanon se sentó en el camastro, apoyó sus codos en sus rodillas y agachó la cabeza entre ellas. Cada segundo de espera conformaba una eternidad por sí mismo. Una temeraria rata que había osado deambular a manera de burla por la celda terminó aplastada por la poderosa suela derecha del cautivo. Emanon sonrió satisfecho al constatar que el animal no se movería más y pateó su regordete cuerpo hacia un rincón oscuro.

Unas pisadas parsimoniosas y firmes comenzaron a conformar el ruido de fondo de aquel recinto. El eco exageraba de manera superlativa cada paso, y a su vez, cada uno de ellos sumergía progresivamente el ánimo de Emanon. Bajo la verdosa línea luminosa que se escapaba por la parte inferior de la puerta de la celda, se adivinaba una sombra que se acercaba al unísono del rítmico conjunto de pisadas, hasta que ambos fenómenos cesaron su avance. Un estrujante ruido de llaves y maldiciones se ocupó de sustituir la anterior cacofonía y, por fin, la puerta cedió. Un hombre enfundado en una gabardina beige se acercó hasta quedar parado justo a escasas pulgadas frente a Emanon. Este recorrió visualmente desde los enlodados mocasines italianos, el pantalón verde musgo, el sobretodo, la corbata a rayas mal acomodada, la camisa percudida hasta la férrea mirada acusadora de su visitante. Arkoff se había dignado a realizar su triunfal aparición. Emanon profirió un improperio en voz baja.

- ¡Señor... William... Emanon! ¿Qué vamos a hacer con usted? – El policía sacó un cigarrillo de entre sus ropas y lo encendió con una cerilla, que posteriormente arrojó hacia el mismo rincón donde Emanon arrojara el cuerpo de su reciente víctima. La rata, aún con vida, contrajo los músculos del lomo al sentir el calor del proyectil aún encendido del detective. Tras una pausa, obligada por una prolongada inhalación, Arkoff soltó una azulosa bocanada de humo y se acomodó en el camastro, imitando la postura de su interlocutor. – Tienes cargos por conducir a exceso de velocidad y con presunta imprudencia, por participar en trifulcas, por pirómano, por golpear policías, en fin... ¡Pero con un maldito demonio!...- Los ojos de Arkoff estaban por saltar fuera de sus órbitas. - ¡Profanar tumbas y cercenarle la cabeza a los cadáveres de unos monjes! ¡Eso es pasarse de la raya! – Evidentemente la consternación del policía evolucionó en cólera. Dio tres fumadas más a su cigarrillo para después arrojarlo a donde la rata.

- Arkoff... ¡Por favor, hombre!... De nada sirve que te exhaltes, ni que te pongas histérico. Déjame hacer una llamada a...

- No es necesario. Tus patrones ya enviaron a la caballería. ¿Sabes algo? – Arkoff le ofreció a Emanon un cigarrillo, a la par que se disponía a encender otro. - Me mudé a Legnadabria porque lo consideraba un país pequeño e insignificante. Creía que esto era más tranquilo que Londres y París. Y lo primero que me encuentro es a criminales como tú caminando tan campantes de la mano de cuanta basura paranormal se les puede ocurrir. – Emanon no pudo evitar sonreír. - ¡Créeme que se me esta agotando la dosis de paciencia con ustedes! ¡Esto no es normal! Ni siquiera sabía que existía este estúpido lugar y heme aquí en pleno país de las pesadillas. – Arkoff tomó aire y trató de calmarse, no era tampoco muy normal que fumara un cigarro tras otro. - Ahora bien... explícame con detalle lo que hacías en el monasterio Anrefni Anerret desenterrando y decapitando cadáveres.

- Arkoff... ¿Hannibal? ¿Puedo llamarte así? – Emanon miró con cansancio al detective mientras éste asintía también con fastidio. Emanon sonrió nerviosamente y comenzó a negar con la cabeza mientras se recargaba en la pared y se preparaba como quien se dispone a contar una gran historia shamánica a los miembros más jóvenes de la tribu. Miró de reojo a su expectante interlocutor, que no dejaba de analizar su lenguaje corporal.- De acuerdo Hannibal, verás: sucede que existe un orate que dice ser supremo sacerdote de una orden que adora a un parademonio llamado Harphagon. Este imbécil cree tener la capacidad de invocar las almas de los demonios menores, servidores del tal Harphagon y hacer que se sirvan de los cuerpos de los monjes ya muertos para resucitar. Según sus mismas creencias, si se decapitan los cuerpos huéspedes, los demonios menores no podrán poseerlos y, por lo tanto, no podrán manifestarse físicamente ni ayudar al tipo este a dominar el mundo. Cuando mis socios y yo descubrimos eso decidimos tomar cartas en el asunto.

- ¡Vaya! – Arkoff se recargó en la pared con las manos entrelazadas tras su nuca, fijando su mirada en la nada, y meditando lo que Emanon le contara. Luego miró a Emanon con gesto de mortificación, mismo que dió paso paulatino a una expresión burlona y se coronó con un estallido de carcajadas. Emanon rompió a reír también. - ¡Será mejor que espere a que lleguen tus amigos!... Realmente estás experimentando un mal viaje, amigo Will. – Arkoff se reincorporó y se dirigió hacia la puerta de la celda. – Pero antes de que te largues de aquí, te voy a mandar al médico para que sepa qué demonios te metiste en el cuerpo. – Arkoff salió de la celda y nuevamente el ruidero de llaves y maldiciones volvió a presentarse, seguido del concierto de pasos que se marchaban.

- ¡Por Ghalaph! – Emanon sopló sobre las cenizas del cigarro que le aceptara al detective y se recostó a lo largo del camastro. No quería imaginarse siquiera lo que le esperaba cuando saliera del encierro. No cabe duda, la vida es dura.


Mientras tanto, Arkoff se sorprendía a sí mismo encendiendo un cigarrillo más en lo que recorría el pasillo que lo sacaría de la zona de reclusión preventiva para dirigirse a su oficina y preparar el papeleo de la detención y la fianza que se pagaría para que Emanon saliera libre esa misma noche.

- Harphagon... tal parece que después de tantos años la mención de ese nombre me provoca aún escalofríos. ¡Maldita sea! En más de veinte años sólo he perseguido sombras, y hoy, que ya estoy a punto de tocar las puertas de la senectud, por fin estoy sobre algo en concreto. Malditos sectarios... me pregunto si serán los mismos de los que hablaba Emanon... – Arkoff lucía un semblante poco afable a la vista de sus compañeros de trabajo. En ese momento sus pensamientos y conjeturas le daban más bien un aspecto hosco.

- Detective Arkoff... – La voz chillona de una secretaria le sacó de sus pensamientos. – ¿Gusta que le lleve café?

- Sí. Por favor... y avíseme cuando el detenido salga. – Arkoff entró a su despacho con la cadencia de un autómata.

Al cerrar la puerta, se despojó de su gabardina y la colocó en un perchero viejo que estaba estratégicamente colocado para cubrir la humedad que comenzaba a botar el papel tapiz de la pared. El hombre se dejó caer pesadamente sobre el sillón tras su escritorio, abrió uno de los cajones y comenzó a hurgar en él. Encontró un sobre amarillento y de su interior sacó varios recortes de periódico, fotografías y algunas reproducciones de viejos informes policíacos. Arkoff extendió los papeles en la superficie del escritorio y comenzó a observarlos pensativamente. Buscó en sus bolsillos y descubrió que sus cigarrillos se habían terminado. Arrugó el envase vacío y lo arrojó al cesto de basura. Un leve toquido en la puerta llamó su atención.

- Adelante.

- Aquí está su café detective... – La secretaria dejó una taza deshechable sobre el escritorio, acompañada de unos sobres de sacarina y crema en polvo. – ¿Se le ofrece algo más?

- Sí. Consígueme otros cigarrillos. – Le extendió un par de billetes a la chica sin apartar la vista de los recortes y las fotografías. – Y que sean de cajetilla dura, por favor.

La secretaria salió contrariada de la oficina. Después de todo, ¿a quién en su sano juicio se le ocurre pedir cigarrillos bien entrada la madrugada?

(continuará)

Después de horas


ESC. 1 EXT. NOCHE. CALLE.

LUCA CAMINA DESPREOCUPADA, ESCUCHA UN GRITO Y CORRE A VER QUÉ PASA. ENCUENTRA A UN VAGO ATACANDO A UNA MUJER, ELLOS NO LA VEN.

LUCA EXHIBE GARRAS Y COLMILLOS.


LUCA

(VOICE OVER)

Odio a los que abusan de los más débiles.


LA MUJER PATEA LA ENTREPIERNA DEL VAGO, LE GOLPEA LA NARIZ HACÍA ARRIBA CON LA BASE DE LA PALMA, Y LE DA UNA PATADA DESCENDENTE EN LA RODILLA. DESPUÉS SE VA TRANQUILA DEJANDO AL VAGO TIRADO.


LUCA

(VOICE OVER)

Y me gusta cuando los débiles dejan de serlo.


Corte a negro.



Colaboración de Lizardo Ramírez

Ese obscuro objeto de deseo


ESC. 1 EXT. NOCHE. CALLE.

ERIK CAMINA POR LA CALLE HASTA LLEGAR A UNA FIESTA DE TRIBUS URBANAS.

SE MEZCLA Y SE INSTALA EN UNA ESQUINA.

VE A LUCA BAILAR EN MEDIO DE TODOS, SOLA.

ELLA LO VE DESPUÉS, MIENTRAS SE ACERCA A ÉL LA GENTE EMPIEZA A DESAPARECER Y TAMBIÉN SU ROPA.

ELLA LO AVIENTA A UN SILLON, LE QUITA LA ROPA Y SE MONTA EN ÉL.

SUENAN GOLPES.


Corte a:
ESC. 2 INT. NOCHE. DEPARTAMENTO.

LUCA, VESTIDA SOBRE LA CAMA, SE DESPIERTA POR LOS GOLPES EN SU PUERTA.

SE LEVANTA Y ABRE A ERIK.


ERIK.

Hola.


LUCA.

Hola, estaba pensando en ti.


ERIK.

Cosas buenas espero.


ERIK ENTRA.


Corte a negro.


Colaboración de Lizardo Ramírez

Un día de furia

ESC. 1 INT. NOCHE. DEPARTAMENTO.

LUCA OBSERVA LA NOCHE DESDE SU BALCÓN. SE ESCUCHA QUE ALGUIEN TOCA LA PUERTA Y DESPUÉS UNA VOZ DESDE AFUERA. LUCA HACE CARA DE FASTIDIO.



VOZ EN OFF.


¡Luca, abre! ¡Soy yo!



Corte a:



ESC. 2 EXT. NOCHE. AZOTEA.


LUCA TREPA A LA AZOTEA DE UN BRINCO, SALTA DESPUES A OTRAS DOS, CAE A UN CALLEJÓN Y SALE CAMINANDO A LA CALLE.



Corte a:



ESC. 3 EXT. NOCHE. CALLE.


LUCA CAMINA POR LA CALLE. UNA MUJER DE NEGRO VIENE EN SENTIDO OPUESTO, SE CRUZAN Y SE SALUDAN.



MUJER.


Hola, Luca.



LUCA.


Hola, T.




SIGUEN SU CAMINO.



LUCA


(A la cámara)


Tánatos tiene esa mirada otra vez. Va a ser una de esas noches.



Desvanecimiento a negro



Colaboración de Lizardo Ramírez

Somos Guerreros




ESC. 1 EXT. NOCHE. CALLE.LUCA CAMINA POR LA CALLE HASTA LLEGAR A UNA PLAZA PÚBLICA. ESCOGE UN LUGAR Y SE SIENTA.


LUCA (VOICE OVER)

Hace mucho tiempo, cuando esta enorme ciudad era solo una aldea, en este mismo sitio tuvo lugar una batalla de leyenda. Esta plaza se construyó para recordar esa carnicería. (Pausa)Hoy el aire se siente, tal vez, como aquél día.


LUCA SIGUE SENTADA.


LUCA (VOICE OVER)

¡Ya están aquí!


UN GALLARDO CABALLERO Y UN DEMONIO APARECEN EN LADOS OPUESTOS DE LA PLAZA. SE MIDEN Y SE LANZAN AL COMBATE.


LUCA (VOICE OVER )

Rara vez las fuerzas opuestas pelean tan abiertamente. Nunca he sabido que alguno supere al otro de una manera definitiva, no importe, el espectáculo es en verdad único.


LUCA LOS VE PELEAR.


Corte a negro.


Colaboración de Lizardo Ramírez

Los Muchachos Perdidos


Mi nombre es Luca. Pongo crema en mi café y miro por la ventana, algunas tímidas gotas de lluvia empiezan a caer. Mientras espero pienso en la voz de Erik, quien por cierto está retrasado. No importa, esta cafetería está abierta toda la noche. Como siempre que nos reunimos para esto pienso en cómo nos conocimos, hace muchos años, en otro país, en medio de la guerra.

Buscaba refugio luego de que la iglesia donde vivía se quemó, es increíble cómo la gente cree que la fe va a protegerlos de la balas, caminaba por la calle y me detuve frente a la ventana de un restaurante. Dentro había soldados y algunos aristócratas. Fue cuando Eric pasó junto a mí, volteó a verme y yo a él. Ninguno apartó la vista, y cuando llegó al final de la calle se detuvo y me hizo una seña. Me acerqué.

- ¿Tienes hambre? –preguntó.

Asentí.

- Ven.

Dimos la vuelta y nos metimos a un callejón detrás del restaurante.

- Va a anochecer –dijo. - Nos esconderemos hasta que cierren.

- Soy Erik.

- Yo soy Luca.

Pasaba de la medianoche cuando entramos. En la cocina ya no había ni sobras. Tomé platos y vasos, Erik bajó al sótano y regresó con restos de pan y queso y una botella con un poco de vino y velas. Después de comer salimos y empezamos a buscar donde escondernos. Encontramos un edificio en ruinas y nos acomodamos dentro. Empezaba a amanecer cuando nos despertó un soldado, nos dijo algo que no entendimos y hubo un silencio, luego golpeó a Erik con su arma en la cara y él cayó al suelo sin sentido, después llamó a más soldados. Apartó su arma y se acercó a mí, cuando intentó quitarme la ropa Erik se levantó, los otros entraron en ese momento y Erik dijo en voz baja:

- Largo.

Terror puro llenó a los soldados quienes salieron dando tumbos unos con otros y con las paredes.

- No sabía que pudiéramos hacer eso –dije.

- ¿Nosotros? ¿Cómo sabes que soy diferente y que eres como yo?

- Sólo lo sé. Desde que me quedé sola he sentido que no soy como la gente a mí alrededor, luego encontré gente que se sentía como yo, un soldado y un político al que no pude acercarme. Y ahora tú.

Desde ese momento nos dedicamos a buscar y aprender. Aprendimos que somos mestizos de elfo y vampiro principalmente con algo de sangre de otras razas y que eso bloquea algunas de nuestras habilidades, porque no somos elfo ni vampiro o alguna otra raza. Estamos en medio de todos. A cambio no tenemos debilidades específicas y podemos hacer muchas más cosas. Erik por ejemplo puede hacer que cualquier se llene de terror, ya sea con la mirada, con su voz o hasta con una sonrisa. Y por cierto aquí viene.

- ¿Quién es él? -me pregunta el muchacho nuevo que ha estado sentado frente a mí.

- Él es Erik, y también es como tú.


Lo accidental es necesario y
lo necesario es así mismo accidental.
Engels



Colaboración de Lizardo Ramírez

Dutch Honmain


No existía cosa más emocionante que amarrarse el cabello en una improvisada cola de caballo y subirse al tejado a escuchar los sonidos del universo mientras observaba su magnitud, y reflexionaba acerca de las cosas que había estado dejando de hacer día a día por estar sobreviviendo.

Le parecía increíble ver cómo se perdían las maravillas del cosmos entre las torres de humo que anunciaban la presencia perpetua de la involuntarización que estaban sufriendo todos en ese maldito lugar. Ese mirar de nubes enajenantes que esconden detrás de sus obesas formas grisáceas la visión de un mundo más allá de su propio mundo, conformaba la metáfora perfecta de acuerdo con lo que sucedía en su interior.

Era emocionante salir a mirar el cielo por lo que implicaba estar en los tejados: ser la diana ejemplar de los francotiradores para preservar la paz y el orden de acuerdo a lo establecido por las leyes de los Altos Amos Industriales. Sus asesinos personales se divertían matando a las personas que a su juicio resultaran sospechosas de sabotear el imperialismo de terror que se había impuesto sobre la voluntad de los trabajadores. No deseaban más caudillos que guiaran las voluntades mermadas de sus neoesclavos, ni que despertaran la más mínima esperanza por mejorar su situación. Por todos lados se satanizaban a los que por la noche se atrevieran a lucir su ocio por considerarlos agentes de la maldita ciudad-estado Chemisaad.

(Chemisaad:
Existe la leyenda de que alguna vez un pueblo fue víctima de una maldición ancestral que le impedía ejercer el libre comercio y la práctica productiva en masa, debido a que padecía un terrible apetito, únicamente saciado por la hema de sus semejantes. Uno de ellos se armó de valor y salió en busca de una cura para tan terrible enfermedad, durante muchos años vagó por todas las Tierras Inhóspitas, hasta que al fin logró contactar a Nihl-Reghomaj, el Consejero de los Reyes del Adviento, y fue él quien le enseñó el arcano arte de la destilación de sustancias a partir de los elementos que ofrecieran las hazañas de Ghaliam. El joven pagó un precio muy alto por tal portento: renunciar a su vejez y sobrevivir a las generaciones que de él se engendraran. A final de cuentas regresó a su pueblo y pudo curarlo. Pero también curó las pestes que dominaban y controlaban las vidas de los hombres, y recibió tributo por ello.

Al pasar del tiempo se hizo de algunos aprendices que, por motivos aún desconocidos, le rendían fidelidad absoluta, siendo ellos la extensión misma de sus sentidos. Esto ocasionó la ira de los Hijos Divinos del Primer Mestizo Histórico, aquellos Altos Señores en cuya memoria falible se dedicaron en salud a fomentar el progreso de la nueva Era Industrial, el nuevo culto a la fuerza creadora del Vapor. Es por ello que declararon prohibida la mención nominem de aquel sanador fortuito, descendiente del clan Susru, los hijos bastardos de los Warvs.

Susru tomó a su gente y se marchó hacia el corazón de las Tierras Habitadas por los Hijos de Jehovs, donde por artes hechiceras forjó una ciudad-estado que jamás encontró hogar alguno en los mapas, sino que, cual jauría nómada, se desplazaba ensombreciendo los paisajes que tenían el infortunio de encontrarla.

En esta maldita ciudad, las estrellas se encapsulan en tubos enormes, y las distancias se miden por el tamaño de las murallas envitradas. En esta maldita ciudad se da la muerte de la disciplina y el orgiástico designio de aquello a lo que los Altos Señores Industriales temen: la libertad….)

De súbito sus pensamientos era interrumpidos por el fulgor de unos ojos brillantes y el zumbido de un proyectil que destrozaba un pedazo de teja. Una torcida sonrisa se manifestaba en su rostro y comenzó a saltar entre los tejados. Buscó entre sus ropas una bengala y con un tubo oxidado golpeó cuanta superficie estructural encontró. Los cañones formados por las construcciones le respondían con ecos agudos y sus perseguidores, adivinados entre la niebla, se rozaban los unos con los otros en medio de una coreografía estridente y accidentada.

lunes, enero 07, 2008

Amores entre muertos

Hay un silencio en el salón, que a mi alma arranca congoja desesperada, pensamientos de una vana ilusión, al admirar y creer que es soñar a mi amada desangrada con la piel pálida y sus ojos mirando hacia el sol.

Su muñeca fría y gélida expresión en sus labios , me aprisionan entre los recuerdos que en su siniestra se aprietan, es la carta maldita que de mi muerte le avisa, y es mi daga asesina la que a mi lado la lleva y la bendice.

Me he pasado en vida amándole y de su suerte estar pendiente, es de su camino por este lúgubre planeta de lamentos y añoranzas, que la envidia humana nos ha separado y el acto de amor más humano nos ha reunido, es mi falta de cuerpo la que suplió con valentía, al coquetearle a la muerte para ser mi valentina, por y por toda la eternidad.

Y en la muerte a mi lado está, ¡miradla!, que ahora de blancos velos llega, toma mi mano incorpórea y me saluda con el rubor que un ánima enamorada es capaz de regalar, ahora es mi dulce sombrío que sonríe para recibirla en el más allá...

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