jueves, febrero 21, 2008

La Custodia (PROLOGO)


Nadie miraba hacia la calle. Todas las criaturas respetables de Tumbsville dormían plácidamente en sus hogares. Esto solía ser muy común en los poblados pequeños cuya economía se basaba en la explotación de minas de carbón, o en aserraderos; afortunadamente para este pueblo, sus actividades radicaban en ambos. Como en toda población humana que se precia de serlo, no todos sus habitantes contaban con una familia cariñosa, una cena caliente, sábanas de franela limpias y un fuego acogedor esperándolos tras la larga jornada. No señor, no todos tienen esa suerte. Pero el hombre siempre se las ha arreglado para suplir con otras cosas aquellas que no satisfacen sus necesidades. Casi al llegar a la periferia del pueblo, unos anuncios luminosos y un hedor a cerveza amarga y cigarrillos baratos conformaban el calor de hogar para los menos afortunados: aquellos que mitigaban los embates de la soledad y la frustración con roces lascivos de mujeres más amargas que la cerveza; negociando una falaz ternura no tan barata como los cigarrillos, pero en algunas ocasiones más reconfortantes, al menos mientras duraba el intercambio comercial.

Algunos gustaban de matar su tedio molestando a los malditamente más afortunados que ellos, a aquellos que quizá por haber robado un poco aquí, otro tanto allá, o simplemente por un golpe de suerte, tenían más plata que uno y conseguían a las nenas más sofisticadas y correteadas por la bola de fracasados que se daban cita noche a noche en los tugurios de los alrededores. En ese caso uno tenía que conformarse con las fofas mujerzuelas que sólo eran expertas en embriagarlo y sustraerle a uno la billetera, claro, maldiciéndolo porque era un pobre diablo que no tenía ni en qué caerse muerto. Y eso cuando la suerte se comportaba misericorde y considerada. No cabe duda, la vida es dura.

Billy Oates era uno de los inconformes aquella noche. Se quejaba amargamente para sus adentros de la endemoniada buena suerte que tuviera Popsy Ryder. El viejo Ryder acababa de recibir su retribución en aras de su promoción en el aserradero. Ahora la hermosa Tabitha se deshacía en atenciones para con el viejo. Evento que resultaba nefasto para la opinión de Billy Oates. Sólo tenía que esperar el momento adecuado y empezaría la bronca. Un pretexto, y su muina contenida por fin tendría una vía de escape. De todas maneras, si se le llegara a pasar la mano con el viejo Ryder, Tabitha no le haría mucho caso que digamos. Además, Billy estaba cansado de estarse sobando el lomo siempre y jamás ser tomado en cuenta para nada. Una temporada en la sombra sería como el equivalente a unas vacaciones pagadas, sin tener que preocuparse por otra cosa que no fuera dormir y comer a sus horas. Siempre y cuando la pena no mereciese hospedaje en la penitenciaria estatal.

Billy aguardó durante un largo rato. Las botellas de cerveza se obstinaban en multiplicarse a su lado, vacías y ruidosas. Popsy se había limitado a bailar con su amiguita esa maldita música campirana que lo vuelve loco. Simplemente el viejo era demasiado estúpido como para querer meterse en problemas con alguien. Billy se aburrió y se levantó tambaleante de su lugar. Su diestra, guardada en el bolsillo de su cazadora, asía con impaciencia la navaja automática que adquiriera en su última visita a la ciudad. Si, aquella navaja que brincaba al momento de rozar un botoncito, y no daba tiempo al oponente de siquiera pestañear antes de sentir el frío metal hurgando en sus entrañas. Con toda la decisión que permiten más de una docena de cervezas, Billy se dirigió hacia Popsy y Tabitha. Dispuesto a asestar un único y mortal golpe, Billy se detuvo en seco a causa de la voz que provenía de la puerta de entrada.

- ¡Buenas noches Popsy! ¡Buena la has hecho con tu promoción!- exclamó jubilosa la voz.

- ¡Así es Marshall Jones! ¡Creo que por fin comienzo a ver frutos de mis esfuerzos!- Respondió el viejo sin soltar a su acompañante, ni perder el ritmo de sus pies.


- ¡Enhorabuena Popsy! ¡Felicidades! Sigue celebrando... pero sin crear problemas.- El Marshall hizo su comentario dirigiéndose sutilmente a los demás parroquianos.
- Lo intentaré, Marshall. Le juro que lo intentaré.- Contestó el viejo, guiñándole el ojo.- Pero me sería más fácil si usted me acompañara celebrando. ¡Ande! ¡Tome a una hermosa mujer y baile con nosotros! ¡Las piezas van por mi cuenta!

- En otra ocasión mejor Popsy. Si la señora Jones se entera de que estuve celebrando contigo, me tocaría dormir en la celda por los próximos tres meses, sometido a una dieta de pan y agua.- El Marshall se retiró entre el estallido de risas de los concurrentes, no sin antes hacer una última advertencia.- De todas maneras, pórtate bien. No sea que decida tomarte la palabra.

- ¡Ja, ja, ja! ¡De acuerdo Marshall! ¡Estaré al pendiente! ¡Salud!- Popsy bebió sin respirar el contenido de un tarro recién servido de cerveza, mientras que su bella acompañante le sobaba la calva y le guiñaba el ojo al Marshall.

Billy Oates maldijo entre dientes. Guardó la navaja, que ya había rasgado el forro de su bolsillo, pidió otro tarro de cerveza, encendió un cigarrillo y se volvió a acurrucar en su rincón.

Al poco rato llegaron un par de conocidos de Billy, después de atisbar entre el humo concentrado de tabaco corriente que cubría el ambiente, localizaron al inconforme y se acomodaron a su lado. La plática entre ellos no iba más allá de la escatología habitual entre la gente de su calaña. Billy se quejó acerca de su mediocridad arrastrada y cultivada a través de los años y de, lo que ante sus ojos resultaba, la injusticia divina que le acaecía constantemente. Los dos advenedizos pronto se identificaron con los argumentos de Billy y de inmediato Popsy fue el protagonista estelar, víctima de sus resentimientos.

No tardaron en urdir la manera en la cual se desquitarían de su desgracia. Alguien tenía que pagar por lo que a ellos les sucedió toda su vida: por los azotes de un padre alcohólico, por la liviana conducta de una madre adúltera, por ser objeto de la satisfacción genital de algún aprovechado, por el divorcio que los sumiera mes a mes en la miseria, por los ingratos hijos que ni siquiera recuerdan cómo es su padre, por la estupidez en la cual los sumergió un sistema que no fue diseñado específicamente para ellos, por las frustraciones de adolescentes que marcó su vida para siempre...

Todo estaba resuelto. Popsy pagaría los platos rotos (de cualquier manera ¿quién le manda ser más que los demás, embarrándoles su éxito en la cara como sí fuera un plato de guano?) y Tabitha sería la recompensa por hacer de este mundo miserable un poco más equitativo y llevadero. Si, así es... de esta forma su miseria sería compartida. Sólo había que esperar el momento oportuno, cuando Popsy se llevara a Tabitha a pasar el resto de la velada con él.

El tiempo parecía acumularse al igual que el denso humo de los cigarrillos baratos y los humores de los parroquianos. La dosis de paciencia de Billy comenzaba a agotarse; sin embargo, sus dos camaradas hacían esfuerzos sobrehumanos para mantener en pie el dique que contenía su necesidad de revancha hacia la vida en la figura del viejo. Las botellas de cerveza comenzaban a acumularse en la mesa de nuevo y más grados de alcohol se acurrucaban en sus neuronas. La espera se comportaba de manera perversa con Billy, pero de alguna manera debía vencerla.

Minutos después, Popsy hizo el tan anhelado movimiento por la trinca de rufianes. Entre risas estruendosas y palabras ahogadas por el exceso etílico, el viejo hizo gala de su fuerza y salió de aquél lugar con su lasciva compañía en brazos. Billy intentó levantarse de inmediato, pero la mano temblorosa de uno de sus beodos amigos lo detuvo.

- ¡Aguarda un poco! ¡Tsssst!... ¡No comas ansias “B-B-Billyboy”!

- ¡Maldita sea! ¿Acaso no ves que el viejo se nos larga?

- ¡Calma, viejo amigo! A donde quiera que vaya, el viejo Ryder no tardará en dormirse, Tabitha lo despachará: robará su plata y nosotros nos encargaremos de ella. Recuerda que ladrón que roba a ladrón... ¡Demonios! ¡Será divertido poner mis manos encima de ese pichoncito!

Billy volvió a sentarse de mala gana. Tomó un prolongado sorbo de cerveza y encendió un cigarrillo. Uno de sus compañeros se levantó y se dirigió hacia un pequeño grupo que jugaba baraja en una mesa cercana, intercambió unas cuantas frases y algunos objetos con uno de ellos, posteriormente regresó con Billy y el otro, que impacientes aguardaban su regreso.

- De acuerdo amigos. Ya es hora.

Acto seguido, los tres abandonaron el lugar. Esa fue la última vez que se supo de ellos en el pueblo.



Hacía cerca una eternidad, a su parecer, que había dejado su hogar. Simplemente la sensación de correr en libertad lo sedujo hasta el punto de considerar inútil oponer resistencia alguna. Eso y el hambre. Tenía más de tres días que no probaba bocado... Esa noche el depredador encerrado tras sus muros de parquedad y cautela se había liberado. Recorrió los bosques que separaban un pueblo del otro y se sintió más en casa. Hasta que llegó a la periferia de Tumbsville. El asalto de los recuerdos rozaba su conciencia a medida que se acercaba al poblado.

Un grito infrahumano llamó su atención, bien sabía que así debía de ser, una onda de choque recorrió su dorsal, invadiéndolo de insana alegría. Todo sucedía tal y como su padre lo había predicho, el momento estaba cada vez más cerca.

Corrió a través de la maleza hasta llegar a la cercanía de una cabaña que parecía contener un gran espectáculo de destellos y truenos en su interior. Dos cuerpos, aparentemente calcinados y luego congelados, yacían a escasos metros de los muros de la vivienda. Pese a su estado, se adivinaba aún el terror esculpido en sus rostros.

Un tercer cuerpo se hallaba postrado en postura fetal. Aún con vida e intacto.

Fue entonces cuando la alegría colmó al advenedizo: a un ademán suyo aquél cuerpo se elevó por los aires y, a manera de parecer un grotesco personaje de guiñol, fue manipulado por su voluntad hasta el punto de quedar parado de frente a los cuerpos sin vida.

Un gran fulgor rojizo invadió el cuerpo flotante, mismo que lo sacudió violentamente. De súbito aquel cuerpo se posó suavemente sobre el terreno y su expresión se tornó tranquila y descansada. Miró de reojo la cabaña y admiró por un momento los haces de luces que escapaban por sus ventanas.

Se encaminó hacia los cadáveres y los recogió. Llevándolos a cuestas se internó en el bosque hasta llegar a un claro. Depositó los despojos en el suelo y se sentó a su lado. Con gran parsimonia comenzó a disponer de ellos, devorándolos. Por fin su hambre estaba siendo saciada.

- ¡Padre Harphagon! ¡Sea tu voluntad la que se cumpla a partir de este momento! – Profirió en son de plegaria al terminar su banquete.

Así fue como llegó Harkaghalastrah, y desde entonces caminó entre nosotros...
(Continuará)

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