jueves, febrero 21, 2008

Dutch Honmain


No existía cosa más emocionante que amarrarse el cabello en una improvisada cola de caballo y subirse al tejado a escuchar los sonidos del universo mientras observaba su magnitud, y reflexionaba acerca de las cosas que había estado dejando de hacer día a día por estar sobreviviendo.

Le parecía increíble ver cómo se perdían las maravillas del cosmos entre las torres de humo que anunciaban la presencia perpetua de la involuntarización que estaban sufriendo todos en ese maldito lugar. Ese mirar de nubes enajenantes que esconden detrás de sus obesas formas grisáceas la visión de un mundo más allá de su propio mundo, conformaba la metáfora perfecta de acuerdo con lo que sucedía en su interior.

Era emocionante salir a mirar el cielo por lo que implicaba estar en los tejados: ser la diana ejemplar de los francotiradores para preservar la paz y el orden de acuerdo a lo establecido por las leyes de los Altos Amos Industriales. Sus asesinos personales se divertían matando a las personas que a su juicio resultaran sospechosas de sabotear el imperialismo de terror que se había impuesto sobre la voluntad de los trabajadores. No deseaban más caudillos que guiaran las voluntades mermadas de sus neoesclavos, ni que despertaran la más mínima esperanza por mejorar su situación. Por todos lados se satanizaban a los que por la noche se atrevieran a lucir su ocio por considerarlos agentes de la maldita ciudad-estado Chemisaad.

(Chemisaad:
Existe la leyenda de que alguna vez un pueblo fue víctima de una maldición ancestral que le impedía ejercer el libre comercio y la práctica productiva en masa, debido a que padecía un terrible apetito, únicamente saciado por la hema de sus semejantes. Uno de ellos se armó de valor y salió en busca de una cura para tan terrible enfermedad, durante muchos años vagó por todas las Tierras Inhóspitas, hasta que al fin logró contactar a Nihl-Reghomaj, el Consejero de los Reyes del Adviento, y fue él quien le enseñó el arcano arte de la destilación de sustancias a partir de los elementos que ofrecieran las hazañas de Ghaliam. El joven pagó un precio muy alto por tal portento: renunciar a su vejez y sobrevivir a las generaciones que de él se engendraran. A final de cuentas regresó a su pueblo y pudo curarlo. Pero también curó las pestes que dominaban y controlaban las vidas de los hombres, y recibió tributo por ello.

Al pasar del tiempo se hizo de algunos aprendices que, por motivos aún desconocidos, le rendían fidelidad absoluta, siendo ellos la extensión misma de sus sentidos. Esto ocasionó la ira de los Hijos Divinos del Primer Mestizo Histórico, aquellos Altos Señores en cuya memoria falible se dedicaron en salud a fomentar el progreso de la nueva Era Industrial, el nuevo culto a la fuerza creadora del Vapor. Es por ello que declararon prohibida la mención nominem de aquel sanador fortuito, descendiente del clan Susru, los hijos bastardos de los Warvs.

Susru tomó a su gente y se marchó hacia el corazón de las Tierras Habitadas por los Hijos de Jehovs, donde por artes hechiceras forjó una ciudad-estado que jamás encontró hogar alguno en los mapas, sino que, cual jauría nómada, se desplazaba ensombreciendo los paisajes que tenían el infortunio de encontrarla.

En esta maldita ciudad, las estrellas se encapsulan en tubos enormes, y las distancias se miden por el tamaño de las murallas envitradas. En esta maldita ciudad se da la muerte de la disciplina y el orgiástico designio de aquello a lo que los Altos Señores Industriales temen: la libertad….)

De súbito sus pensamientos era interrumpidos por el fulgor de unos ojos brillantes y el zumbido de un proyectil que destrozaba un pedazo de teja. Una torcida sonrisa se manifestaba en su rostro y comenzó a saltar entre los tejados. Buscó entre sus ropas una bengala y con un tubo oxidado golpeó cuanta superficie estructural encontró. Los cañones formados por las construcciones le respondían con ecos agudos y sus perseguidores, adivinados entre la niebla, se rozaban los unos con los otros en medio de una coreografía estridente y accidentada.

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