sábado, febrero 23, 2008

Terrena Inferna (segunda parte)

Un débil susurro marrón recorría presuroso la cinta asfáltica, presa reciente de la típica precipitación augusta. Una densa atmósfera habitaba en el interior del vehículo. La tríada de ocupantes era por demás heterogénea. Una férrea mirada enmarcaba a un puro mordiscado, que hacía más pasadera la tarea de conducir en el terreno mojado que separaba las oficinas del D.I.E. del lugar destino. Rad’id Susru no separaba su vista del camino. Hacían ya varias eras que la paz entre los grandes pueblos era patente, pero desde algún tiempo reciente aquellos tratos pecaban ya de obsoletos. En más de una ocasión Rad’id trató de encender aquel churro de tabaco amargo que jugueteaba entre sus labios, pero la mirada ámbar y un gesto desaprobatorio de su compañera habían logrado hacerle desistir de su intento. Dikynnus parecía complacerse a sí misma dominando de esta manera a Rad’id. A su vez, Emanon no podía esquivar los mensajes de complicidad de aquella mujer a través del pequeño retrovisor.

Al tomar la carretera y adentrarse en la zona montañosa de Legnadabria, Emanon notó que un vehículo sin luces los seguía a distancia prudente. Pero fue Dikynnus quien rompió el imperante silencio para comentar acerca de ello.

- Arkoff... me supongo.- dijo con tono indolente la hermosa mestiza.

- Así es... – respondió secamente Rad’id.- Algo me dice que nos será de utilidad. Realmente Emanon hizo lo mejor al contarle la verdad acerca de lo que se trata este asunto. Si hay alguien en quien confiar es en él. Aunque se empecine en considerarnos como antagonistas.

- ¡Por Sortrogartam! – exclamó Emanon en medio de algo que parecía ser un suspiro. Su preocupación aumentaba a medida que se acercaban al distrito de Saimal. Simplemente no podía evitar estremecerse. Odiaba las reprimendas, más cuando se originaban por algo que él estaba en desacuerdo en realizar desde un principio. La continua parquedad y el pesado mutismo de sus compañeros le daban mala espina. Peor aún si un policía con mala actitud les venía pisando los talones y nadie hacía nada por evitarlo. Aunque la mayor parte de su vida había participado en juegos donde las reglas mutaban a la menor provocación, no podía acostumbrarse aún a ello. Emanon estaba plenamente convencido de que odiaba encontrarse en tal situación. Si, realmente lo odiaba.

Minutos más tarde, Rad’id y compañía cruzaban los pasillos de la mansión Suri. La decoración rivalizaba con la de un antiquísimo castillo feudal: grandes candelabros de oro con gemas incrustadas colgaban luciendo una miríada de luces parafinas que, al son de una ráfaga de viento furtiva, hacían bailar las sombras en todas direcciones. La mayoría del mobiliario y los ornamentos podrían ser considerados como piezas arqueológicas o como tesoros históricos invaluables en uno que otro museo de vasta reputación. En contraste, un discreto despliegue de alta tecnología compuesto de sistemas de vigilancia y sensores de rastreo resguardaban la mansión. Daba la sensación de que de que invisibles miradas depredadoras acechaban cada movimiento y todos los rincones del lugar. Nadie podía evitar sentirse desnudo. Un gran portal desembocaba a aquél pasillo en un majestuoso salón, que conservaba el mismo estilo del palacete, aunque con la presencia de los Suri resultaba aún más tenebroso.

Siminod Suri estaba sentado en una silla, que más asemejaba un pequeño trono, una especie de túnica oriental confeccionada con hilos de oro cubría su cuerpo y su aspecto era atemorizante. Su rostro pétreo hacía recordar a un ídolo antiguo, su mirada penetrante estremecía al alma misma, a pesar de que la iluminación del lugar y sus profundas cavidades oculares ocultaban sus ojos. Una cabellera larga, sedosa y nívea cubría la mayoría de sus facciones cenizas. Aún ante la evidencia de que su cuerpo soportaba la carga de varios eones, mostraba una extraordinaria fortaleza.

Al notar la presencia de los advenedizos, Siminod hizo un ademán, como respuesta emergió de entre los estantes de un antiquísimo librero Retap Suri. Éste no era sino un reflejo morboso de Siminod, tan idénticos como dos gotas de sangre. Ambos ancianos se dirigieron hacia una estancia y los recién llegados les siguieron con cautela. Los Suri se acomodaron detrás de un escritorio estilo victoriano. Dikynnus se acomodó en un sillón delante de ellos, Rad’id y Emanon permanecieron de pie. La hermosa trigueña extrajo en silencio unos documentos del portafolio que cargaba y de inmediato se los mostró al par de viejos.

- La situación legal de Emanon le impide continuar con su encomienda. De hecho esto nos pone en peligro a todos. Los de la Central quieren iniciar una investigación a fondo sobre las actividades de William y a través de él llegar hasta ustedes.- La mirada de Dikynnus parecía retar a los ancianos, era verdad que estar ante su presencia le ponía de malas, pero también era cierto que ella misma fue quien eligió trabajar para ellos. La mestiza hojeaba unos papeles grises para seleccionar algunos y alcanzárselos a los ancianos.- He tenido que hacer uso de todo lo que tengo a mi alcance y disposición para refrenar el proceso.

- Quizá necesitemos de alguien más para concluir lo que Emanon fue incapaz de realizar.- Retap Suri arrojó despectivamente la documentación sobre el escritorio.- Alguien en quien podamos depositar nuestra entera confianza.

Rad’id suspiró resignado y con gesto molesto intercambió miradas con Dikynnus. Volvió a sacar el puro del bolsillo de su abrigo y lo llevó a sus labios para mordisquearlo nerviosa y pensativamente. Evidentemente sabía a lo que se refería el anciano. Dikynnus, al hacerse de la misma opinión, meneó la cabeza en forma negativa, sonrió sarcásticamente y aseveró.

- Considero por demás innecesaria la intervención de Rad’id Susru en este asunto, debido a su retiro reciente de toda actividad relacionada con nuestros intereses. De hecho, su prolongada ausencia subraya lo inoportuna que calificaría su participación en este trabajo en particular.- Nuevamente la mirada de la mestiza retaba a los dos ancianos, pese a que su actitud indolente y neutral no se había visto alterada en ningún momento. Pero era también evidente que aquella hermosa mujer había comenzado a fastidiarse.

- Es por ello que Rad’id necesitará de tu apoyo para llevar a buen término esta tarea.- Siminod Suri se disponía a encender una lámpara para calentar un recipiente que contenía una roca cristalina que despedía un vapor, que el viejo succionaba con una manguera como si la fumara.- Vayan con Emanon, él se encargará de proporcionarles el equipo necesario y los detalles prudentes para continuar lo que dejó inconcluso… ¡Sdrave! ¡Que Galaph guíe sus pasos y los lleve por el sendero de la victoria!

- ¡Sdrave! – Contestaron lo dos mestizos al unísono y de inmediato se retiraron, dejando a Dikynnus recogiendo los papeles del escritorio de los Suri.

La famélica mano de Siminod agarró con fuerza la muñeca de la mestiza, y con mirada lasciva recorrió el trayecto de su brazo a su pecho y a sus ojos. Con una mueca que asemejaba una retorcida sonrisa en tono amenazante le advirtió:

- ¡Cuida cada uno de sus movimientos! ¡Mantente alerta! ¡Confiamos en que no nos defraudarás!

- Descuide Señor… ¡Así será!- Dikynnus retiró su mano y suprimiendo un gesto de asco contestó.- ¡Sdrave!

La hermosa mestiza salió del salón con un paso provocativo y sensual, natural en ella, sintiendo los arponazos libidinosos que le propiciaban las miradas de los ancianos.

- ¿Crees que hacemos lo correcto? – inquirió Retap.

- No pudimos haber actuado mejor.- contestó su hermano.
(continuará)

2 comentarios:

patricio.betteo dijo...

Podría decir muchas cosas, pero prefiero festejar tu ilustración -monero he de ser-: Dave McKean hasta la muerte.

Unknown dijo...

Así es... el maestro McKean, virtuoso de la imagen collage y expositor de sus propios mundos adecuados a las plumas de otros titanes como Neal Gaiman o Alan Moore.

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