miércoles, julio 30, 2008

Historia Breve 0003

¡Maldición! ¿Dónde demonios dejé el dedo?

martes, julio 29, 2008

Historia Breve 0002

Ya me cansé de cargar este cuerpo. Será mejor dejarlo en el río. Así, si se atreve a revivir, se ahogará en las aguas. Ja, ja, ja. Una doble muerte para el mismo pelmazo. ¡Qué tipo!

Cagado de miedo

En la vida, uno se encuentra con situaciones ridículas pero ciertas. Con personas inverosímiles cuya identidad se basa en estereotipos "joligudensos", cuya proyección corresponde a una enanez emocional y a una continua llamada de atención para que los reflectores jamás los dejen de iluminar. Otros, sin embargo, buscan hipócritamente pasar desapercibidos mientras maquinan grandes cosas que jamás verán hechas, dadas su facultades correspondientes a su pingüe apariencia...

Inmerso estaba con estas reflexiones, cuando me apeé del autobús del transporte público para caminar los 178 pasos restantes (sí, los conté en tres días distintos para autentificar el dato) que me separaban de la puerta de mi casa. Cuando iba por el paso 96, una leve punzada cerca de mi ombligo me hizo detenerme. Una tímida gota de sudor frío se apareció de pronto por mi nuca y una oleada de dolor apareció poco a poco en mi trasero. No creo que se necesite que sea muy exacto para decirles dónde se iniciaba mi molestia... sólo baste decir que llevo más de 15 años con un problema de hemorroides.

Haciendo gala de unas capacidades histriónicas que en situaciones como ésta ayudan mucho para disimular continué lo más tranquilo posible mi recorrido. De reojo miraba a mi alrededor para detectar quién se encontraba en los alrededores, no porque me importe mucho el qué dirán, sino porque siempre en estas situaciones tan incómodas, nunca falta el vecino que aparece a hacernos la plática mientras nuestros intestinos hacen fiesta y los juegos pirotécnicos buscan salida a través del espacio asignado en el medio de nuestras nalgas.

Como malvado cómplice murphyano, mi vejiga pensó que era divertido el escándalo que protagonizaban mis intestinos y decidió unirse a la fiesta, haciendo que la transición del paso 57 al final del recorrido se tornara en una odisea por demás indeseable. Vaya, es en verdad injusto que al acercarse uno a la edad mediana, los excesos y omisiones de los 20 años anteriores se estén cobrando factura tan pronto, y peor aún, que un simple acto natural, como lo es el comer, se derive en tan terribles consecuencias. Yo sé que no es muy sano eso de empacarse unos tacos de canasta a la salida del metro y un tepache en bolsita, pero esta situación ya detonó que mi sitema regulador de temperatura corporal comience también a segregar su oleada de sudor frío en mi frente y en mi espalda. El resto de mi cuerpo corresponde al gesto con un leve temblor nerviosón y una estúpida actitud, como cuando hace mucho frío, tanto que no puedes ni pensar bien ni coordinar ninguno de tus movimientos. Obviamente, las llaves se caen de mis manos y rebotan lo más lejos posible de mi persona, debo aumentar unos cuantos pasos más a mi conteo original para alcanzarlas, es en ese momento cuando me doy cuenta de que debo agacharme para hacerlo. Eso significa que debo oprimir en un movimiento mis intestinos y vejiga.

Por fin, alcanzo las llaves lo más rápido que puedo y esforzándome en concentrarme para no volver a tirarlas. En ese momento, maldigo el hecho de ser tan paranoide y de vivir en una ciudad tan insegura que te obliga a poner llave a las dos rejas que resguardan la puerta con tres cerraduras que tiene la entrada a tu hogar. Desde luego, conforme voy abriendo y pasando, voy cerrando con llave la reja anterior y la puerta en cuestión. Es lo malo de ser un animal de costumbres tan bizantinas.

Busco con la mirada la puerta del baño, con gusto verifico que no haya nadie en él, de hecho, creo que la casa está sola... ¡qué bien!... me dirijo al retrete y al abrir la puerta de tan preciado recinto, me doy cuenta de que no hay nada qué leer mientras mi cuerpo hace su labor.

Demonios. ¿Ya mencione las desventajas de ser un animal de costumbres? Con un gran dolor abdominal y rectal. Trato de buscar desesperadamente algo qué leer o algo que me distraiga. A mi celular se le ha acabado la pila y no puedo entretenerme con los jueguitos de video que trae como accesorios, y en verdad, necesito algo que me entretenga... algo que me distraiga del dolor que me representa el hecho de evacuar, dado que mis hemorroides están tan hinchadas y sensibles... incluso sin necesidad de tener que pasar por este trance, ya me resultan molestas y dolorosas, por eso tuve que pasar casi dos horas de tráfico parado en el transporte público, porque un infierno peor hubiera sido tener que mantenerme sentado todo ese tiempo.

Entro al cuarto de los trebejos y busco desesperadamente entre las cajas polvosas, la presión en mi abdomen, mi vejiga y mi trasero son tan inspiradoras como insoportables, hasta que encuentro un viejo libro de superación personal que parece brillar entre los objetos olvidados y arrumbados del lugar. Lo tomo con gran amor y cual atleta a punto de lograr el oro, de tres saltos llego al inodoro y en movimientos mágicos y casi imperceptibles, entro, cierro la puerta, me bajo los pantalones y la ropa interior, me acomodo, me siento, abro el libro en el índice y comienzo a leer envoz alta hasta que el resto de mí hace su labor.

Una leve sensación de alivio se apodera momentáneamente de mí. pero en seguida se opaca por el dolor de mi tracto rectal al hacer las deposiciones. El sudor frío nuevamente invade mi frente, mientras busco concentrarme en el texto que tengo entre las manos. Una parte de mí se evade, mientras la otra está realizando una labor cotidiana convertida en tormento.

Cuando por fín comienzo a ignorar el dolor, se escucha un golpeteo en la puerta. Mi mente piensa que quizá no cerré la primera reja. O que quizá ya regresaron a casa y traen cosas del súper y sus brazos y manos están tan ocupados que no alcanzan a sacar las llaves para abrir la otra reja y la puerta. Lo sé por que a mí me ha sucedido en algunas ocasiones. Una nueva gota de sudor frío me recorre la espalda, mientras comienzo a gotear de la frente, sin querer, el libro.

Quien toca la puerta es insistente. Una y otra vez... una... y otra... vez...

Grito que en un momento les atenderé, que sean pacientes y comienzo a prepararme para asearme. La puerta insiste con su golpeteo. Una y otra vez. Es tan insistente que comienzo a ponerme nervioso y olvido lo sensible que tengo mis hemorroides y me limpio sin cuidado... Ahora no sólo goteo sudor frío, sino que un par de bien sentidas lágrimas se unen a mi interminable goteo. Es tan continuo e insistente el llamado en la puerta que me vuelvo más descuidado y termino fajándome los pantalones con un trozo de papel higiénico adentro. Salgo del baño, apenas jalando la cadena y sin lavarme las manos, con un gran enfado. No uno grande, uno mayúsculo. Grito que ya voy. Decidido a reclamar a quien haya estado haciendo ese inmisericorde escándalo.

Abro la puerta. Y lo miro. Es mi amigo Froylán. Hace unos días que no lo veo. No había asistido al trabajo. Creía que estaba de vacaciones.

Ya más calmado le saludo:

- Hola ¿qué pasó? Disculpa que no te salude, pero tengo las manos sucias. Estaba cagando.- le digo.

- No te preocupes. Cuando estás muerto te valen madre los microbios.- Responde.

- ¿Ah si? ¿Y cómo es la muerte?- Pregunto como si fuera la cosa más campechana del mundo.

- Igual que la vida... una mamada, una reverenda mamada.

- Genio y figura... hasta la sepultura.- pienso tristemente.


No me queda más remedio, que invitarlo a pasar.

lunes, julio 07, 2008

Historia Breve 0001

Y de repente, cuando volví la cara hacia atrás, me dí cuenta de que ya se habían ido volando las hojas de mi cuaderno más querido... quizá algunos ojos se posen en sus letras, quizá ya no...

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