martes, noviembre 06, 2007

En sus marcas, listos...

El viento soplaba frío como siempre lo hace en estos días de Noviembre, era la víspera del Día de Muertos y estábamos afuera del Frontón México esperando las últimas indicaciones de la jornada. Hasta ese momento lo que habíamos recolectado se encontraba amontonado bajo la cúpula central del Monumento a la Revolución. El Organizador nos miraba a todos con satisfacción y con una sonrisa sardónica miraba de reojo los objetos reunidos.

No parecían importarle los charcos de sangre que esporádicamente se repartían en la plancha que sostiene al mausoleo.

Pasaron cinco minutos más, hasta se reunieron, casi en su totalidad, los participantes del juego.

- De acuerdo... ya nos faltan menos pruebas que al principio.- dijo burlón el Organizador.- Ahora tendrán que buscar los holocircuitos que están repartidos en la ciudad. Las autoridades ya se han dado cuenta de lo que estamos haciendo y han dado la orden de detenerlos con fuerza letal. No hay más ley que los proteja, mas que aquélla de la supervivencia de los más aptos. Son las 18:15 hrs., lo cual quiere decir que sus rutas por el Centro Histórico van a estar pletóricas de cainitas... Su prueba comienza... ¡Ahora!

Todos los presentes salimos corriendo en busca de los holocircuitos que nos había pedido el Organizador. Yo corrí hacia el Paseo de la Reforma y me dirigí hacia su intersección con el Eje Central. Uno de los holocircuitos se encontraba flotando y girando a dos metros sobre el nivel de la cinta asfáltica.

Los automóviles se avanzaban con una furia incontenible. El flujo vehicular semejaba el de una banda lijadora, con una fuerza devastadora e inmisericorde. Miré hacia donde se localizan el museo Franz Mayer y el teatro Hidalgo, tres de mis competidores se encontraban ahí dispuestos a sortear los automóviles para alcanzar el objeto pedido. Tenía que actuar rápido. Comencé a correr sobre la acera y tomé vuelo. De un salto, un poco infortunado, logré asirme de la puerta trasera de un autobús troncal. No sin dificultad, pasé a la parte opuesta de donde me encontraba, con la esperanza de no caer antes de tiempo y perecer ante los neumáticos de un automovilista.

Casi al acercarme al holocircuito, uno de mis competidores tomó a un par de traunsentes y los arrojó al arrollo vehicular. Algunos automóviles alcanzaron a frenar para evitar atropellar a las desgraciadas víctimas, mientras el el perpetrador aprovechó para saltar entre los automóviles detenidos y obtener su objetivo.

El autobús del cual me valí para llegar al mismo punto se enfrenó, gracias a la maniobra del otro competidor, y la inercia me proyectó por encima de los toldos de algunos automóviles.

Aproveché el impulso para poder saltar sobre el holocircuito. Nadie nos dijo cómo colectarlos, y honestamente tampoco tenía idea alguna de cómo hacerlo. Al momento de acercarme al holocircuito, estiré mi mano y lo toqué. Un gran destello esmeralda pareció detener el tiempo en aquel instante. El holocircuito comenzó a meterse a mi mano a través de la punta de mis dedos. Podía ver de manera muy clara cómo las venas de mi mano se iluminaban de verde fosforescente, seguidas de las venas del brazo y demás. Cada poro de mi piel se sentía atravesado por una invisible y punzante aguja, fue una breve agonía.

Vi a mi cruel opositor detenido en el aire con un arma blanca sostenida en su diestra, dispuesto a herirme con tal de obtener el objeto luminoso. Sin pensarlo, lo golpeé hasta que rebotó en la parte frontal de otro autobús troncal que venía en contraflujo.

En ese instante, el tiempo volvió a tomar su curso normal.

Mi opositor fue arrollado por el autobús hasta la esquina de Fco. I Madero con el Eje Central, dejando un caminito de sangre y víceras por todo el carril.

Yo caí de lleno en la calle y me saqué el aire. No recuerdo muy bien qué siguió, pero creo que me rodé hasta la acera. Sin mayor percance que un par de magulladuras y algunas roturas en el forro de mi gabardina negra.

Los otros dos competidores se dirijieron hacia donde yo me encontraba con la rabia distorcionando sus facciones y algunas armas contusas en las manos.

Estaba claro que no venía a darme los primeros auxilios. Así que me levanté como pude y corrí a través de los carriles de automóviles hasta llegar a la Alameda Central. De un brinco llegué a la parte donde se encuentran los árboles y comencé a trepar para esconderme.

Mientras trataba de no estar jadeando, pensaba en dónde se podrían encontrar el resto de los holocircuitos. El objeto que había asimilado mi mano me dió la respuesta: mi visión se modificaba y se adaptaba a las penumbras (para este momento, la oscuridad nocturna ya había hecho presa a la ciudad) y, entre las siluetas de las construcciones y de las personas, los otros holocircuitos brillaban con un resplandor espeluznante. También podía distinguir a aquellos que ya poseían un holocircuito. Lo cual nos colocaba en igualdad de condiciones. Esperé a que se acercaran los dos competidores que instantes atrás querían golpearme y, uno por uno, me deshice de ellos.

Corrí nuevamente hacia el Paseo de la Reforma y traté de ubicar al holocircuito más cercano. Ajá... se encontraba hacia el antiguo Mercado de Discos. A la entrada a Peralvillo y la Lagunilla.

Una de las reglas del juego era tomar los vehículos para transportarnos y conducirlos nosotros mismos. Así que tomé por sorpresa a un policía de tránsito que molestaba a los vaguillos que se encontraban cerca de la estación del metro Garibaldi y le quité la motocicleta.

Al llegar a donde se localizaba mi nuevo objetivo, me salió por sorpresa otro competidor que viajaba en el techo de un microbús. Ambos rodamos por el pavimento y la motocicleta se estrelló contra una de las estatuas de los héroes insurgentes que le dieron a esta tierra su independencia... ¿o eran héroes de la Reforma? El caso es que nuevamente caí y mi gabardina se rompió un poco más. Aproveché el impulso para someter a mi competidor y con la inercia que llevábamos ambos nos golpeamos contra un muro del Mercado de Discos. Un certero codazo en la barbilla y un estrellón de cráneo contra la banqueta dieron cuenta de él. Me acerqué al holocircuito y lo toqué. En esta ocasión, una fuerte descarga eléctrica acompañó al mapeo esmeralda del sistema circulatorio de mi cuerpo. Mi cabello estaba ligeramente erizado. Y mis ojos comenzaban a destellar un leve brillo verdoso.

Mi siguiente objetivo se encontraba no muy lejos de ahí. Había que llegar a la antigua estación de trenes, en Buenavista y tomar el siguiente holocircuito que se encontraba en el interior de una de las cúpulas del Museo del Chopo.

Sin perder más tiempo, rompí el cristal de un viejo Dart K y en él me dirigí hacia mi siguiente parada.

Grande fue mi sorpresa al descubrir que en el Museo del Chopo se estaba llevando a cabo un evento masivo. Un grupo de música dark llamado The Cranes había decidido hacer gala de su talento esa noche. Al llegar a la calle donde se encontraba el museo, me bajé del Dart K sin mayor reparo, dejándolo a media calle. Corrí hacia un edificio viejo de departamentos que se encuentra a un lado y subí hasta llegar a la azotea. Tras recorrer mentalmente algunas variantes de cómo alcanzar mi objetivo, me percaté que algunos de mis competidores me tomaban la delantera. Así que decidí correr por una barda que comunicaba ambas construcciones y, al final de la misma, salté hasta asirme del viejo exoesqueleto de la cúpula del museo. Abajo se escuchaba el estruendo de las ovaciones del público ante las interpretaciones erizantes de Alison Shaw y compañía. Ya tenía bien ubicado mi objetivo: en la cima de la cúpula. Asímismo, ya tenía ubicados a mis contrincantes, que me pisaban los talones.

Al subir hacia el holocircuito, golpeaba los cristales de la cúpula, con suficiente fuerza para aflojarlos, mas no para romperlos del todo. Uno de mis competidores quizo seguir mis pasos y terminó enmedio de una maraña de fanáticos darketos y cristales que detuvo por momentos penosos el concierto. Afortunadamente, cuando toqué el holocircuito, el destello provocado por nuestro contacto se desimuló un poco por el juego de luces que traía el grupo recién interrumpido.

Me dejé escurrir por una parte de la estructura externa del museo, pero en un mal cálculo fuí a dar a uno de los pasillos superiores del mismo. Un tipo de seguridad notó mi presencia y de inmediato se dirigió hacia mí para sacarme de aquél lugar. Aprovechando mi atuendo negro, me fue fácil perderme entre los asistentes al concierto. Pasé a un lado de donde se encontraba mi competidor derribado, en medio de un charco de sangre y de cristales rotos. Algunos asistentes desafortunados ya eran atendidos por paramédicos. En ese momento la banda decidió continuar el recital.

Me dirigí hacia la salida, no sin notar los puestos de comida y souvenirs que se aprovechaban de las cortas economías de los asistentes. Al pasar por ahí una mano me detuvo y me ofreció un snack... una especie de tostada de maíz color púrpura.

- ¡Anda! ¡Cómelo y dime qué te parece!- me dijo la regordeta mujer.

Lo tomé y lo comí... la textura era muy simpática, tal pareciera que estaba comiendo alguna golosina gringa, de esas que parecen de vil plástico, pero con los grumos del maíz y su consistencia. No percibía sabor alguno.

-¡Ja, ja, ja! ¡Quita esa cara, que sólo es una tostada donde la masa está hecha de maíz y sangre de res!- me informó la gorda con gesto burlón.

Me di la vuelta, ignorándola completamente y seguí mi camino. Aún quedaba en mi mano un poco de la tostada, así que me la terminé con otro mordisco.

Tras empujar a algunos fanáticos y guardias de seguridad, me dirigí en búsqueda de mi vehículo. Para sorpresa mía, ya había sido tomado por algunos fascinerosos del barrio.

Envalentonado por mis recientes éxitos, me acerqué a ellos para recuperar el automóvil. Pero uno de ellos, más rápido que mis saltos y mis puños, sacó una pistola y me disparó en plena cara.

Nunca supe quién ganó la competencia. Seguramente no fui yo, porque en ese momento el juego se había terminado para mí.

1 comentario:

Anónimo dijo...

meditando nuestra conversación de la otra noche, tines razón, no importa que seas el super wey más la neta, si la violencia está tan gija que sin importar todas tus asañas terminan con ti vida de un solo golpe.

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