martes, diciembre 11, 2007

Rossana

Rossana miraba por la ventana. Las lágrimas emanadas de sus ojos vacíos viajaban por sus pálidas mejillas, saludando a las gotas de lluvia que recorrían el gélido cristal.

Rossana tomó la daga y la observó. Jugueteaba con ella, la paseaba por sus senos, la acariciaba como su fuera la fuente de un consuelo tácito, la besaba como al amante en el que todo mundo sueña, la recorría con su lengua como si quisiera retar al filo de la misma a cercenar sus palabras aún antes de pronunciarlas. Luego comenzó a frotarla en su vientre cual bálsamo amantísimo, fuente de todo placer.

Rossana se miró al espejo. Observaba su pequeña desnudez, aquella cuya inocencia excitaba aún al libido más sepulcral. Algunas caricias patentes por el arma redentora ornamentaban orgullosas su piel. Los hilillos de sangre hacían más provocadora la visión de tal criatura ante los divinos ojos de Tánatos.

Rossana gozaba de su sufrimiento. La negrura de la habitación era ultrajada por los destellos parafinos, que orgulloso ostentaba un candelabro. Destellos que saltaban y danzaban al compás de las sombras que ellos mismos producían. Súbitamente aquella danza fue interrumpida por un leve sollozo.

Rossana bailó con su recuerdo. Una sutil risita liviana impregnó los muros testigos del holocausto que se cernía en tan lóbrego escenario. Poco a poco el silencio poseyó el ambiente y Rossana detuvo su breve festejo. Se acercó a las cortinas para recorrerlas...

... Y Rossana abrió la ventana de par en par, la lluvia besaba libidinosamente su pequeño cuerpo. Rossana por un instante fue presa de la lujuria del clima. Quieta, callada, orgullosa... entonces decidió desplegar sus alas doradas, aquéllas que la llevaron hasta el final... allá, en la cima del infierno, allá, en el abismo del paraíso... Rossana batió sus alas y mil vírgenes fueron tocadas por la simiente de su propio dios.

Rossana remontó hacia las oscuras nubes que se agazapaban para abrirle camino hacia su destino... un destino que la azotaba con la rabia de una tormenta cruel y romántica, con los truenos erizantes de los vellos de su nuca.

Rossana bebió cada palabra que le susurraba al oído el amante viento, envolviendo en crisantemos tiernos las frases cariñosas que describían su ensueño...

Rossana vislumbró la amenazante figura de la montaña conformada de sus miedos, sus demonios y sus aterradores deseos. Rossana dudó... y la duda envenenó su sangre y se alojó en sus venas. Fue por ello que sus alas, sus doradas alas, se laceraban con el golpeteo de las gotas de lluvia hasta confundirse con ellas y, en su vuelo, desaparecer...

...Y Rossana cayó... fue entonces que recibió el impetuoso e inesperado abrazo de la realidad... El frío concreto pareció abrirse paso entre el llanto brutal del cielo para recibir en su regazo a Rossana y corromperla con su toque bestial e inmisericorde... el suelo parecía disfrutar cada segundo que Rossana, inevitablemente a su encuentro, se acercaba... Rossana buscaba a tientas sus alas, quiso aferrarse a cada gota de lluvia que suspiraba a su paso... pero no lo logró... Un dulzón sabor a sangre invadió sus carnosos labios y un brillo argentino halló lugar en donde otrora sus alas brotaran... la daga la traicionó... jamás le regaló la redención; y el suelo, el mugriento y cotidiano suelo, se acercaba... un poco, otro poco más... cerca, tan cerca...

Rossana sufrió la quemadura de un destello de nívea pureza falaz en su visión esmeralda, después vino el regocijo de la negrura, la madre oscuridad maldita cegó sus ojos por un instante...

Rossana se quebró como las ilusiones y los sueños de un enamorado despreciado. Como figurilla de barro, se deshizo con la fúrica retórica de la lluvia y el suelo... Rota, sin vida. Desmembrada por el grotesco ósculo del concreto. Con el llanto inmaculado del arrepentimiento arraigado en su contraído rostro y el filo triunfante de la daga mentirosa asomándose en su espalda, donde otrora luciera sus alas, sus doradas alas...

Rossana está libre. El dolor, inmisericorde condena, estigma heredado del pecado original, se ha ido... El cuerpo roto, el alma libre, sin alas, sin viento, sin lluvia... tan sólo y apenas, el propio pensamiento: más cerca de su estúpido Dios, sin redención, pero próxima a su obscura obsesión. Libre. Ligera. Sin carne ni osamenta. Tan lejana de la obscena envergadura que distingue a los mortales, a los vivos. Sin dolor. Sin desamor... sin desamor... sin desamor...

Rossana recuerda por un instante su antigua vida. Desea despedirse y sube... sube a su departamento. Volando. Sin alas. Con sólo desearlo... La ventana. Testigo y cómplice de su huida, el umbral a su actual estado... Rossana flota enfrente de la ventana... Rossana observa en silencio, una sonrisa ilumina sus labios, pero las lágrimas en sus ojos la traicionan... Rossana duda... Rossana por fin decide entrar y se pasea por el espacio aéreo de su recámara... Rossana busca la razón de su antiguo sufrimiento... devora todo el lugar con el jade de su mirada, quiere aprehenderlo todo, absorberlo todo y guardarlo en el desván de sus recuerdos... para cubrirlo después con el manto oscurísimo del olvido...

...Y Rossana se despidió. Estaba a punto de remontar cuando el teléfono sonó. Por última vez deseó escuchar su voz grabada en la cinta magnética de su contestadora y esperó. Tras el habitual enunciado de “deja tu mensaje después del bip”, una sorda voz con arrepentimiento arrastrando cada palabra dijo:

- ¡Rossana! ¡Mi amor, mi gran amor!... ¡Perdóname!... ¡T-te amo! ¡Debemos hablar acerca...

Rossana no terminó de escuchar. Sin lágrimas, dió la vuelta, miró hacia las nubes enmarcadas por la ventana... y hacia ellas nuevamente se dirigió.

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