jueves, diciembre 27, 2007

El Retrato

Esta ha sido por mucho tiempo el cuento más logrado que tengo. Es una historia muy importante para mí. Para algunas personas es una historia ya muy conocida. Quizá a la sazón de los años ya no se me hace tan espectacular, sin embargo hay algo escondido entre estas palabras que aún me hace estremecerme. Desde hace algunos años comencé a adaptarlo a guión cinematográfico. De alguna manera el tratamiento es más efectista en el guión, dado que se trata de un medio audiovisual, sin perder la atmósfera melancólica que rodea toda ocasión sucedida en el relato. Espero que en algún momento se me haga filmar esta historia. Eso sería muy importante para mí. Este cuento inició como un chiste internacional, no insultaré la inteligencia del amable lector y le dejaré adivinar las nacionalidades de los personajes. La clave está a la vista. Y ahora, sin mayor preámbulo les presento "El Retrato"...

I

- ¡Hermosa! ¡Es tan hermosa! – Exclamó Stewart sin apartar la vista del cuadro que adornaba la pared principal de aquel viejo estudio.- ¡Tan bella!, Distante y cercana como quimera amantísima, que conjuga toda mi fantasía onírica en su gesto, en su mirada, en su sonrisa fresca... ¡no sé!... ¡Jamás creí que todas mis ilusiones pudieran tener cabida en tan maravillosa imagen! En este momento considero un pecado imperdonable el considerar siquiera apartar mi vista de ella...

Súbitamente, Stewart fue interrumpido por la voz dominante y chillante de su esposa, Ulrica:

- ¡Ya basta hombre! ¡Es sólo un cuadro viejo y apolillado! ¡Anda! ¡Ven y ayúdame a revisar las otras habitaciones!... ¡Y cierra ya esa bocaza, pareces retrasado!

- No importa que te deje ahora, a partir de hoy, la luz de tus ojos forma ya parte de mi vida- pensó Stewart tras mirar de reojo a su mujer y voltear de nuevo hacia el cuadro.

Después, se dirigió hacia el pasillo y tomó una caja llena de libros. Entró pesadamente en el pasillo y en medio de una nube de polvo depositó estruendosamente en el suelo su carga. Echó una rápida ojeada a su alrededor y una expresión de satisfacción se albergó en su rostro.

- ¡Perfecto! – Musitó.

Volvió a mirar el cuadro y desde ese momento dejó de ser el mismo. De repente, un sopor lo invadió; una sensación de pérdida se apoderó de él y las ventanas de su alma se empañaron con una inmensa tristeza... Stewart sentía haberse desprendido de algo muy importante pero ignoraba de qué se trataba.

Una vez más, el rugido de Ulrica rompió con el sortilegio que envolvía a su esposo. Stewart, desconcertado, salió de la habitación.

La vieja casona poseía dimensiones cuasi inconmensurables, orientada hacia el oeste, recibía primordialmente el abrazo del ocaso. De cada rincón emanaba una magia particular, cada puerta y cada ventana contaban historias fantásticas e implícitas. Su sortilegio fluía como manantial hacia los sentidos. Sus pasillos interminables parecían el vértice de accesos a mundos extraños, cada habitación poseía su propio espíritu. Y fue el ánima del estudio, la residente del cuadro, la predilecta de Stewart.

- ¡Qué pésimo gusto! – Exclamó Ulrica- Ignoro por qué mi padrino se obstinó en conservar esta pocilga plagada de polvo y vejestorios... Aunque, por otro lado, quizá un anticuario bien podría pagar algo decente por la basura que aquí se encuentra.

Stewart no dijo nada. Su alma y sus pensamientos se habían quedado prendados de la mirada de la mujer del cuadro.

Tras recorrer todo el inmueble, el joven matrimonio se dirigió hacia el sedan color hueso que los aguardaba afuera. Ahí los esperaba un hombrecillo vestido de gris. En la diestra sostenía un portafolios negro y en la otra un habano barato y pestilente. Su rostro portaba orgulloso una ensayada y amarillenta sonrisa, a pesar de que su pose denotaba un marcado fastidio.

- ¿Y bien?...¿Qué le parece la herencia que le dejara su padrino, señora Sadmann?- inquirió aquel hombrecillo- ¡Realmente fascinante! ¿O no?

- ¡Es realmente asquerosa!- Respondió enfadada Ulrica- ¡Mejor me hubiera heredado un tigre!

- ¡Jo, jo, jo! ¡Vaya ingenio!- respondió el abogado mientras se limpiaba el sudor nerviosamente- Pues... con sólo firmar algunos papelillos, usted será, a partir del día de hoy, la orgullosa dueña de esta propiedad.- le extendió algunos documentos a la mujer, mismos que ésta le arrebató y comenzó a inspeccionar minuciosamente.

- ¡En verdad que es muy hermosa!- declaró Stewart- ¡Muy hermosa en verdad!- dejó escapar un profundo suspiro, después del cual preguntó como chiquillo que pidiera un ansiado permiso- ¿Podemos quedarnos?

- ¡Desde luego! ¡Ahora es de ustedes!- dijo el abogado, más preocupado por el enfado de Ulrica que por la pueril emoción de Stewart.

- ¿Y las deudas?- inquirió Ulrica- ¡Espero que mi padrino no me haya heredado un montón de débitos y demás sorpresas desagradables!

- Al contrario.- Explicó el abogado- Su padrino dejó muy estable la situación legal y económica de la casa. Sólo habrá que cubrir los gastos habituales en el mantenimiento de la casa, así como los servicios. Afortunadamente, en esta zona residencial tales gastos resultan extremadamente módicos.

La conversación fue interrumpida por un trueno poderoso.

- Será mejor que terminemos los trámites en el interior de la casa.- sugirió Stewart.

- ¡Considero que estás confabulado con el clima, querido!- rezongó Ulrica.

II

La vida en la casona no resultó ser apacible como esperaba Stewart. Las reparaciones y remodelaciones no se hicieron esperar. Sólo el estudio fue respetado. Stewart se opuso a cualquier intento de alteración acaecido sobre esa habitación en especial. Sólo la computadora obtuvo el grandioso privilegio de tener alojo sobre el arcano escritorio de caoba negra que ahí se encontraba.

Ulrica poco a poco se fue acostumbrando al cambio. De la manera en la cual se las había arreglado para redecorar el interior de la casona, obtuvo mayor prestigio como decoradora y diseñadora de interiores. No hubo mejor testimonio de la calidad de su labor que su propia casa. Con la renovación, vida volvió a habitar entre las viejas paredes, rivalizando (no, acallando) a los viejos recuerdos que ahí residían. Esto halagaba y engordaba el ego de la Sra. Sadmann. Aunque, sólo había un dejo desdeñoso en su rostro, cuando miraba la puerta que resguardaba el acceso al estudio. El mugroso y anticuado estudio. Ulrica creía que conservarlo tal cual, únicamente correspondía al capricho achacoso de un escritor misántropo como lo era su marido. Era vergonzosa la forma en la cual Stewart presumía haber encontrado en esa penosa caverna su hato de inspiración, su recinto fantástico cuyas visiones oníricas se materializaban en historias y poemas que acaparaban las miradas de sus recíprocamente maníacos lectores. Aún así, Ulrica tuvo que aceptar que la vieja casona que otrora desairara, se había convertido en el recinto de la plenitud de las carreras respectivas del matrimonio Sadmann.

Pasados algunos meses, los habitantes de la vieja casona recibieron la visita, aparentemente fortuita, de un viejo conocido de ambos, Jerome Bernauand, orgullosamente retirado de la vida bohemia y exmilitante de las huestes sibaritas de las que hacía algunos años Ulrica rescató a Stewart. Jerome había sido agraciado por la suerte y los favores de una rica dama quien lo convirtió en un importante dueño y administrador de una cadena de galerías de arte. Causalmente, la apertura de una nueva galería cercana al lugar donde se hallaba la casona, y el gran prestigio de Ulrica, le habían conducido hasta ahí.

Lamentablemente, el matrimonio Sadmann estaba atravesando por un cisma sentimental, desde hacía poco tiempo, situación por demás evidente ante los discretos y suspicaces ojos de Jerome.
Cierta tarde, Stewart y su advenedizo amigo caminaban alrededor de la casa. Stewart fumaba distraídamente de su inseparable pipa (“un toque muy inglés”, solía afirmar seriamente), su negro abrigo le protegía del helado viento septentrional. Jerome, en cambio, atisbaba con dificultad entre el humo que despedía su flamante puro, sosteníale con una actitud “Humphrey-hollywoodesca” notoriamente ensayada hasta la saciedad, horas y horas ante el espejo; sus pisadas indolentes contrastaban con los correctamente dados, aunque distraídos pasos de Stewart. Hacía tres días que Jerome había arribado y, a petición del matrimonio (y por convenir a sus intereses), aceptó hospedarse con ellos. Hasta entonces, ambos camaradas compartían un momento a solas.

- Te noto apesadumbrado Stewy.- inició la charla Jerome- No quisiera entrometerme, pero...

- Si no quieres... ¡no lo hagas!- interrumpió parcamente molesto Stewart- Jerome, quisiera hablarte de otra cosa... Es curioso, ¿sabes?, desde que llegamos a la casa, quedé impresionado de forma superlativa ante la belleza de la mujer del cuadro que se halla en mi estudio.

- Reconozco que es en verdad hermosa, pero dudo que tal belleza sea responsable de la sombra que se cierne sobre tu semblante, amigo mío.

- ¡Por favor Jerome! ¡Calla y escúchame! Escucha mi relato y juzga por tí mismo: He sido presa de una serie de extrañas visiones y sueños. La protagonista de todos ellos ha sido la dama del retrato. Se me ha manifestado como un maravilloso ángel que me llama, que baja del cielo y quiere guiar mis pasos, mi tinta, mis ensueños... un ángel que me ha dedicado muchas horas de armónica charla y agradable presencia... Obligado por una extraña fuerza me ví contándole acerca de mis pesares y bienaventuranzas, en consecuencia, cada día, al despertar, he notado ciertos cambios en la expresión en el rostro de aquel retrato. A veces abatida, otras amena, otras más expectante y pensativa. No son pocas las ocasiones en las cuales me he sorprendido a mí mismo platicando con el cuadro, tal y como lo he venido haciendo en mis experiencias oníricas. En esos momentos me invade un sopor y en medio de todo un marasmo de confusión escucho su voz dulce y melodiosa responder a mis argumentos. Incluso creo que he llegado a tocar sus manos finas y tibias. Lo extraordinario de tales ordalías fantásticas es que me resultan de lo más reconfortante y placentero. Cada día, cada noche, cada sueño me acerca más a este maravilloso espíritu... Hasta ahora, eres la primera persona a la cual confío estas extrañas circunstancias que me abaten. ¡Oh mi buen amigo Jerome! Espero que no juzgues mi persona de insana y desatinada por ser partícipe de tales eventos.

- Stewy, realmente no sé qué pensar... - Jerome dió una profunda inhalación a su puro, seguido de una nutrida bocanada de humo.- Agradezco de corazón la confianza que en mí has depositado, pero aún tengo algunas dudas que, a reserva de que me las aclares, me impiden la comprensión del por qué de tu aspecto lánguido y preocupante.

- Es que... desde hace algunas noches, aquella dama me ha solicitado llenar el vacío que impera en el recinto de su corazón.

- No te entiendo nada.

- Me ha llamado para estar a su lado.

- ¡Stewart Sadmann! ¡Qué tipo de disparate has proferido! ¿¡Es acaso que tu sanidad ha sido dañada!?

- Jerome, mi amigo Jerome... créeme que aún no he podido discernir la naturaleza de este fenómeno. Sin embargo, necesito que por lo más sagrado que tengas, me jures no propagar lo que te acabo de fiar a nadie, incluso a Ulrica.

- Pienso que necesitas ayuda profesional y especializada.

- ¡Jerome!... ¡Por favor!

- ¡Oh vaya! Está bien. Seré fiel al juramento de no compartir tu secreto, si tú me juras no intentar nada que ponga tu salud en peligro.

- De acuerdo amigo mío. ¡Gracias!...



III

- “Confusión, millones de imágenes abordan tu visión, toda tu vida pasa frente a tus ojos, buscas una salida, un franco respiro a tu vertiginosa carrera... ¡Vamos! ¡Ven hacia mí! Escucha el llamado de quien te desea a su lado. Somos el uno para el otro, deja de sufrir y salta... ¡no temas! Toma mi mano y acompáñame, te he esperado por mucho tiempo, tengo el alma encerrada y tú eres quien puede liberarla, conjugarnos en una sola conciencia y formar un nuevo ser... lleno de amor... alimentándose de sueños y fantasías anheladas... ¡Vamos! ¡No temas que hoy te amo más que nunca! Acompáñame y seamos eternos, acompáñame... necesito estar a tu lado...”
Stewart se levantó sudoroso. A su lado, Ulrica gruñó y se agazapó en su pedazo de lecho correspondiente jalando de más las cobijas. Stewart corrió hacia el estudio. La luz de la luna se filtraba radiante por entre las persianas regalándole palidez y platina belleza a la dama del retrato; afuera el níveo paisaje, el hielo omnipresente lo cubría todo. Stewart se acercó al cuadro y se quedó parado frente a él por un momento, sus puños y su quijada le temblaban. El sudor aún perlaba su frente.

- ¡No puedo!- musitó- ¡No sé cómo hacerlo!- rompió en llanto mientras se derrumbaba sobre sus rodillas- ¡Te amo!




IV

- “Sé que no compartimos el mismo tiempo, es imposible que podamos hacerlo, es mi propio templo mi barrera, es tu abrazo mi quimera, son tus besos mis anhelos, es tu pérdida mi mayor miedo, puedo estar contigo... pero no tocarte, este será mi castigo: jamás dejaré de amarte.”- Jerome alejó de su vista por un momento de aquel trozo de papel, miró por la ventana y resopló. Miró de reojo a Stewart y comentó- Si tuvieras más poemas como éste, y me permitieras incluirlos en la exposición, ésta sería un éxito. Tus poemas fraternizan con el tema de las obras plásticas que inaugurarán la galería. Además permíteme confesarte que tu mujer ha realizado un trabajo excepcional. Imagínate amigo mío: ¡El matrimonio Sadmann sería la receta secreta del éxito de esta exposición! Me he enterado de que la gente de estos rumbos acoge de buena gana todo lo que escribes, además de que Ulrica se ha ganado su respeto por el trabajo que acostumbra realizar.

- ¡Bah! Esos versos son sólo devaneos estúpidos de un juglar decadente. ¡Vaya! Ni siquiera he podido escribir un mal chiste en semanas. – respondió Stewart.

- Lo sé. El humor jamás ha sido tu fuerte.- comentó Jerome- No me veas así. Por lo que puedo apreciar aún insistes en portar tu máscara de lacónico. ¿Eh? ¿ Acaso sigues soñando con la “señoraretratoalóleo”?

- Así es Jerome. Desgraciadamente es así amigo mío.




V

- “ No te alejes. No te resistas, bien sabes que somos el uno para el otro. No temas, poco a poco nos conoceremos, siempre estaré contigo, pensando en tí... extrañándote, anhelando el momento tan deseado en el cual decidas permanecer conmigo... Deja todo y sígueme, acompáñame y seamos eternos en nuestro amor... nos necesitamos y tu vida, tu vida... se interpone... ¡Te amo!, me quiero fusionar contigo en un abrazo que ni los eones puedan romper; comprende que mi encierro es tu libertad, ¿qué no entiendes que no puedo ir a tu lado? . Quisiera compartir tu vida... ¿Por qué no haces lo mismo con mi suerte? Mi amor, te he esperado desde siempre...”

- “...desde siempre.”- Stewart abrió los ojos. El sudor nuevamente era su ropaje. Miró alrededor, tomó su bata y se dirigió a la ventana, buscó a tientas su pipa y su tabaco, tomó un encendedor del tocador de su esposa y comenzó a fumar... se acercó a la ventana, abrió la persiana y miró el paisaje nevado. Un largo suspiro, acompañado de una masa etérea de humo, hizo acto de presencia. Su mujer no se daba cuenta de nada, dormía tan plácidamente que ni siquiera el hedor del tabaco quemándose le interrumpió su sesión con Morfeo. Tal pareciera que el tiempo habíase detenido por completo, como si la tierra se hubiera olvidado de rotar y sólo se hubiera conformado con flotar plácidamente en el universo como una esfera en un árbol navideño olvidado en un rincón inmundo. Miles de ideas atravesaron la mente de Stewart, tantas que, por un momento pareciera que su cerebro explotaría acompañado de un estruendoso “¡ka-boom!”.

De súbito, un cuasi imperceptible movimiento entre la nieve, atrajo su atención. Paulatinamente, a manera de cámara lenta, la visión se delataba como una menuda figura que pareciera librar una magna batalla para poder dar un paso y otro. A escasos metros de aquella casona, alguien se derrumbaba dramáticamente, sucumbiendo ante el gélido viento y encontrando el amargo beso del suelo congelado, quedando inerte.

- ¡Demonios!- Stewart salió de su ensimismamiento- ¡Ulrica! ¡Jerome! ¡Alguien necesita ayuda!- Stewart despertó a su mujer, quien aún amodorrada gruñó. Acto seguido se colocó el abrigo sobre su pijama y pidió a Jerome que le acompañara en el auxilio de aquel desgraciado ser que sufría los embates de un clima despiadado y hostil.

- ¡Probablemente se trate de un indigente! ¡Quizá hasta haya muerto! ¡Stewart! ¡Jerome! ¡No hagan nada que los pueda comprometer!- gritó casi histérica Ulrica.

Stewart salió de la casa, cargando un par de mantas, Jerome le siguió de cerca, aún no comprendía plenamente lo que estaba sucediendo, pero sabía que era importante para su amigo. Ulrica los miraba fastidiada desde la ventana de su cuarto. Al acercarse, Stewart se sobresaltó, parecía reconocer aquél rostro, por un momento permaneció inmóvil ante el cuerpo. Una sensación espásmica le recorrió todo el cuerpo, los vellos de su nuca se erizaron, no gracias al frío que imperaba... ¿acaso se trataba de una broma concebida por alguna deidad resentida u ociosa? Stewart se consideraba a sí mismo demasiado inglés para permitirse creer en la casualidad. Pero aún era tiempo de considerarlo... Aquella chica era la viva imagen de la mujer del retrato. ¿¡Cómo era posible!? Jerome de inmediato le arrebató las mantas a su amigo y abrigó a la extraña (¿en verdad se trataba de una extraña?), le llamó la atención a Stewart y le pidió su apoyo para cargarla y llevarla adentro de la casa. Y así fue... aunque, tal pareciera que sólo Stewart hubiera notado el parecido.

VI

- ¿Aún no despierta?- inquirió Jerome.

- No. Se ha pasado toda la noche delirando, creo que es italiana, su acento la delata. – respondió flemáticamente Stewart.- Es muy hermosa, dudo que la casualidad haya intervenido en este evento, más bien el destino me ha puesto una... - murmuró en forma casi inaudible.

- ¿Dijiste algo amigo mío? – interrumpió Jerome que estaba sirviéndose un cognac para calmar sus nervios. Hacía días que su comportamiento había cambiado, últimamente esquivaba las pláticas con Stewart y, cuando era inevitable el contacto, se había vuelto demasiado solícito.

Desde que rescataron a la chica, algunas horas atrás, había estado muy al pendiente de su estado, más por atención a su anfitrión que de mutuo propio.

- No. Nada en absoluto... ¿Jerome?

- ¿Sí? Dime Stewy.

- ¿Crees en los milagros?

- ¿Milagros?

Stewart estuvo a punto de argumentar acerca de su descubrimiento cuando en ese momento entró Ulrica a la habitación.

- ¿Mejoró?- preguntó con fastidio.

- No. Tiene fiebre. Pero el doctor ya viene en camino.- aclaró Stewart.

- De acuerdo. Que la revise, y si puede llevársela de aquí, mejor. Me molesta su presencia y ese maldito hedor que despide. ¡Qué desagradable! – Declaró la mujer. – Jerome, querido... es hora de proseguir nuestro trabajo. Recuerda que en pocos días es la inauguración y aún faltan algunos detalles.- Ulrica tomó de la mano a Jerome y ambos salieron de la habitación.

Más tarde, cuando Stewart se aseguró que se encontraba sólo, con la chica, comenzó a hablar con ella.

- No sé si me escuchas, quizá aunque lo hagas, tampoco sé si me entiendes, aún así te prometo que haré todo lo posible, e incluso hasta lo imposible para que tú puedas recuperarte... ¡Ay amor! ¡Eres tan bella, tan real!... ¡No eres una más de mis fantasías! ¡Ahora que has llegado por fin en tacto a mi vida, no pienso dejarte! ¡Oh mi bella dama! ¡Si tan sólo supiera tu nombre!

- E-eva... - respondió la chica que en medio de ensoñaciones escuchaba las palabras amorosas de Stewart- Eva Joanna...

- Entonces te llamaré Eva... porque eres la madre de mis sueños, la esperada compañía que atenúa mi desconcierto, también eres mi desasosiego, mi tormento y mi dicha.

La chica volvió a caer inconsciente. Stewart la miraba extasiado, su rostro reflejaba una ternura fascinada con cierto dejo de preocupación. Aquel hombre comenzó a realizar un recuento mental de su matrimonio: hacía mucho que el fracaso compartía el pan y la sal con él y su esposa, el único punto de unión entre ellos era la herrumbrosa cadena de la rutina. Pensándolo bien... a Ulrica no le vendría mal el divorcio, además estaba Jerome. Desde que se conocieron siempre se dió la química entre ellos. Quizá la promesa de una estabilidad económica al lado de Stewart fue lo que marcó la diferencia entre el inglés y el franchute. Tal vez ese fue el factor definitivo para que Ulrica lo prefiriera. Ahora, en ese momento, Jerome contaba con esa estabilidad. Incluso parecía opacar la del mismo Stewart. No le desagradaba del todo la idea: la dejaría libre y él podría ser feliz...

De súbito los pensamientos del escritor fueron cortados de tajo por la llegada del galeno. Quien, todavía aún sin acabar de instalarse, procedió rápidamente a revisar el estado de la extraña.

- ¿Cuál es su opinión, Doctor Lehmann?- inquirió inquieto Stewart.

- Honestamente... su estado es muy delicado. Me podría permitirle sugerir que lo más recomendable es ordenar su pronta hospitalización...

- ¿Pero...?

- Mmmh... pero este clima resultaría en alto grado perjudicial para su transporte. Lo mejor es que se quede aquí hasta que el ambiente mejore y sea posible llevarla en la ambulancia sin poner en peligro su salud. Mire, Señor Sadmann, le voy a anotar algunos medicamentos e instrucciones y le ruego llamarme ante cualquier complicación que se presente.- el doctor garabateó algo en su block y después arrancó la hoja para alcanzársela a Stewart.- Si me permite la intromisión, puedo enviarle a una enfermera para que se haga cargo del cuidado de la paciente.

- No es necesario doc. Últimamente cuento con demasiado tiempo libre. – Stewart se separó un momento del lado del doctor y se ausentó de la habitación por algunos minutos. Cuando regresó, traía consigo una suma bastante generosa, demasiado vasta, para pagar los honorarios del médico, quien, acto seguido, se marchó.

Los días pasaron y la mejoría de la chica se resistía a presentarse. Stewart comenzaba a desesperarse. Ulrica reclamaba el exceso de atenciones y de gastos hacia la advenediza por parte de su esposo. Jerome evitaba notoriamente cualquier tipo de contacto con su amigo, rehuía cada ocasión de charla o evadía el intercambio de confidencias con el escritor. Incluso Stewart dejó de hacer comentarios acerca de las prolongadas ausencias de Jerome y Ulrica, de hecho dejaron de importarle. En esos días su única preocupación era el estado de salud de Eva. Las visitas del médico se habían convertido en un ritual cotidiano, pero seguían siendo insuficientes para la recuperación de la chica. Stewart comenzaba a perder los estribos, el mismo galeno le recomendó velar por su propia salud, dado que su aspecto dejaba mucho qué desear. Stewart había comenzado a bajar de peso, no en aras de la estética y cultivo del ego, sino por su obsesión en el cuidado de su amada.

- ¡Oh mi dulce amor! Apenas te conozco y ya me aterra la idea de perderte. No sé qué hacer, ni a qué deidad implorar, porque de este maleficio seas liberada. Tu enfermedad también destruye mi corazón.- Stewart miraba amoroso a la chica, mientras le cambiaba las toallas de la frente.
El deterioro de ambos iba en aumento. La desesperación engullía hora tras hora al escritor. Su esperanza se pagaba cual vela a merced de la tormenta. Comer y dormir eran verbos ajenos a las rutinas a las que se había acostumbrado. Su grado de entrega era ya enfermizo. Demasiado.
Esa madrugada ni Ulrica ni Jerome habían llegado a casa. Era lógico. Tres días los separaban de la tan esperada y comentada inauguración. Eso y que ambos disfrutaban más su mutua compañía lejos de aquella casona y de las extravagancias y obsesiones de Stewart. Esa madrugada el cansancio ganó la batalla contra la voluntad del escritor, quien abatido, se recostó en un sillón frente a la cama de la enferma y cayó profundamente en un abismo de sopor y sueño.

- “Toma mi mano y emprenderemos el viaje, toma mis besos y confundamos los textos que hablen de nosotros, ¡anda, pues! ¡Vida mía!, no esperes la luz de otro día que nuestro amor nos hará eternos. Por siempre jóvenes, así los dos seremos, por siempre nosotros mismos, así permaneceremos, ¿acaso no quieres amar y ser amado por siempre? ¿No quieres vivir para siempre?... Toma tu tristeza y encadénala al olvido, toma mi dicha de tenerte a mi lado y compártela contigo, que nuestro amor eones verá, más allá de lo que podríamos imaginar... Por siempre así, tú y yo, los dos... juntos en una vorágine amorosa, ¿acaso no quieres ser eterno?... Por siempre dos, así... como lo escuchas, sólo tú y yo en un constante rotar de amor viviremos, en una eternidad que de los dos mismos emane...”

Un leve quejido sacó a Stewart de su estupor onírico. De inmediato se acercó a Eva, tomó una de sus manos y la besó. Trató de calmarla, y cambió la toalla que tenía la chica en la frente por otra más fresca. Así pasó un largo rato hasta que la fiebre comenzó a ceder. Stewart se sentía al borde de la extenuación, como si una gran batalla acabara de ser librada por él. Poco a poco, volvió a quedarse dormido, esta vez a los pies de la cama, cuando un nuevo quejido llamó su atención. Stewart se reincorporó con el corazón a punto de abandonar su pecho, creía que la fiebre nuevamente embatía a su huésped. Mas ése no era el caso. En esta ocasión la chica estaba consciente. Su mirada celeste parecía atravesar el alma del escritor de un sólo tajo. Al menos ésa fue la impresión de Stewart, que, atónito, no acertaba a articular locución alguna. Fue Eva quien tomó la iniciativa.

- ¡G-gracias!... ¡No sé qué motiva sus atenciones! ¡Realmente no tengo nada con qué pagarle!...¡Ni siquiera con este cuerpo enfermo!- Eva hizo una pausa para toser. Un hilillo de sangre hizo acto de presencia.- ¡Discúlpeme pero... pero no creo que haya valido la pena su esfuerzo!...¡ La muerte misma ha mencionado mi nombre y no puedo evitar acudir a mi cita! – Un rictus de dolor interrumpió su parlamento.- ... nuevamente le agradezco sus atenciones, pero creo que me ha llegado el momento..., hubiera sido maravilloso haberlo conocido antes... lo hubiera amado tal y como lo merece, pero no puedo, espero en lo más sagrado que me comprenda... - un nuevo gesto anunció la intensidad de la dolencia que le embargaba. Eva tomó a duras penas la mano de Stewart y, sin fuerzas casi, la acercó a sus labios para besarla. Lamentablemente no pudo hacerlo.

Jerome y Ulrica estaban acercándose a la casona, él manejaba el volvo carmesí que parecía desafiar la tormenta cerniente sobre ellos. Ulrica se acurrucaba al lado de su acompañante y le profería frases entrecortadas y melosas. Jerome tenía una idea fija que no lo dejaba en paz.

- Me preocupa Stewy. Después de todo, aún sigo siendo su amigo y lo estimo.

- No hay razón para ello mi amor. Su nueva faceta de samaritano lo tiene muy entretenido, como para que le dé importancia a lo nuestro.



- Insisto. Debemos decírselo hoy mismo a Stewy.

- De acuerdo mi amor. Sólo espero que no se me ponga pesado. Ojalá y me conceda el divorcio sin oponer ningún pretexto idiota. Incluso he pensado negociar con él esa pocilga con tal que firme los papeles sin problemas. Francamente ya estoy cansada de vivir con él. Es como convivir con un eterno adolescente inadaptado que sólo se obstina en sentarse a escribir estupideces en esa computadora.

El automóvil se detuvo frente al portal de la casona, hacía algunos minutos que la nieve había cesado de caer y Jerome, cortésmente ayudó a Ulrica a bajar del vehículo. Momentos después estaban cruzando el umbral, cuando un grito desgarrador les heló la sangre. De inmediato, entraron a la casa y corrieron hacia la habitación en la que se encontraba el cuerpo sin vida de Eva. Stewart no se encontraba por ningún lado.


Epílogo

- ¡Mi amor, mi gran amor! ¡Cuándo por fin creí que te encontraba, te he perdido para siempre- Stewart estaba sollozando postrado ante el retrato, como si estuviera rezando en un reclinatorio.- Si tan sólo tuviera la oportunidad de reunirme contigo ¡Oh mi amor! ¡Si la muerte fuera el sagrado vínculo que nos reuniera!... ¡Ahora mismo le entregaría mi vida!

- No tienes por qué hacerlo. – La voz era la misma que tantas veces le invadía los sentidos en sueños. Stewart levantó la vista y se trabó con la de la mujer que lo miraba tiernamente.- Si quieres estar conmigo... ¡Hazlo ahora! – Aquella hermosa figura le extendió su mano larga y fina. Stewart sin dudarlo la tomó.

- ¡Ahora estaremos juntos por siempre! – Stewart sonreía como niño que acabara de descubrir el secreto de la felicidad en el cumplimiento de un anhelado deseo.

Cuando Jerome y Ulrica entraron al estudio, no hallaron ningún rastro físico de Stewart, al registrar el lugar, fue Jerome quien reparó en el cuadro. Ninguno de los dos podía creer lo que sus ojos admiraban. Por sus almas transitó una estridente descarga de asombro y envidia a la vez. En ese momento, y por mucho tiempo después, fueron los mudos testigos de un gran amor. De un amor calificado como imposible, en el que dos amantes estarían juntos eternamente.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Es una buena historia muy bien narrada.
Gracias por compartirla

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