jueves, marzo 19, 2009

Última voluntad

Mis ojos no podían creer lo que estaban viendo. Bien pude reconocer esas cejas perfectamente delineadas. Esas cejas brillosas de pelo grueso, negro azabache... como si fueran espinas perfectamente domadas para enmarcar una de las miradas que más me ha trastornado en mi vida. La mirada de ella. Sí, ella... Pero en esta ocasión no había mirada... sólo unos párpados amoratados que se asomaban majaderamente de la sábana que cubría el resto del cuerpo.

Ahí estaba yo en la morgue para reconocer su cuerpo. Ahí estaba yo, de entre toda la gente que la conoció y que convivió con ella, para hacerme cargo de lo último que quedaba de su envoltura material.

De acuerdo a lo que encontraron en sus pertenencias, había una tarjeta con instrucciones detalladas de lo que debía hacer yo con su cuerpo. Nada del otro mundo: asegurarme de que no le hicieran la autopsia y de que la incineraran para después esparcir en el jardín botánico sus cenizas. Cerca del árbol donde alguna vez a mí se me ocurriera tallarle mi juramento de amor. Un juramento que, a pesar de lo que no pasó entre nosotros, estaba muy segura que yo cumpliría y llevaría a cabo con ésta última voluntad que expresara a través de esa estúpida tarjeta. Un viejo trozo de papel guardado en su cartera por años en espera de ser utilizado. Confiaba demasiado en que mi amor por ella me llevaría a cumplir esa última voluntad. Y sabía perfectamente que ese simple acto me bastaría para adivinar que, al final, se dio cuenta de que también en una parte de su alma había un poco de amor para mí. Jamás entendí esa parte de su orgullo... jamás lo comprendí del todo. Sólo me bastó con aceptarlo.

Hacía más de 15 años que no sabía nada de su vida. Más de 15 años en que tuve que permitirme seguir mi vida sin ella y olvidarla, aparentemente, por completo.

Hace más de 30 que la conocí. Desde un principio me llamó la atención y me inspiró un fuerte impulso por abrazarla. Por protegerla, por cuidarla y evitar a toda costa que padeciera de algún modo. Jamás lo logré. Básicamente porque jamás pude estar a su lado. Jamás pude encontrar un momento... o un tiempo.

Durante casi 10 años convivimos como amigos y en ese tiempo poco pude hacer para hacerle saber de mis sentimientos hacia ella. Sin embargo, me parece que en esos años fue moldeando una imagen idealizada de mí como un sujeto de confianza y de integridad moral. Quizá fue porque jamás me permití, ni se permitió, lastimarla. Siempre traté de ser un apoyo, una ayuda, un puente, un soporte... y tal parece que así trascendí... como todo eso, siendo un apoyo, una ayuda, un puente y un soporte inanimado que sólo se utilizara cuando fuera necesario, pero que de otra manera, ni siquiera se le extrañaría. No la culpo, ni me doy golpes de pecho por ello, durante esos años yo no representaba (ni entonces y creo que nunca) lo que ella buscaba en una pareja. Me quedé en la pasmosa zona del AMIGO.

Pasaron los años y nos perdimos la pista. Sin haber sido nunca algo más que un deseo platónico para mí, se convirtió en un parámetro para mi búsqueda de pareja en los años siguientes. Lo cierto es que jamás la pude encontrar en alguien más. A veces me consolaba con encontrar una parte deella, pero sentía que amaba a alguien incompleto y apócrifo.

Hubo un momento en que bien pudimos haber retomado camino y haber iniciado algo, pero ambos estábamos muy ocupados en nuestras respectivas vidas. Estoy casi seguro que hubo circunstancias en las cuales, mientras yo abandonaba un lugar, ella iba llegando con alguien más. Quizá estaba escrito que nunca estaríamos juntos. O quizá nos saltamos ese párrafo del libro de la vida. A veces prefiero pensar que alguien arrancó esas hojas y las tiró a la basura. De cualquier forma ya es muy tarde para que pueda indignarme por ello.

Más adelante, gracias a las redes sociales, nos volvimos a encontrar. Aún conservaba esa mirada profunda y triste que me atraviesa el alma y que me hacía querer convertirme en la sonrisa en su espejo, en el suspiro dedicado, en la causa de que pateara piedritas en el parque. Perdí 10 años en ese instante. Pero de inmediato los recuperé. Recordé que yo era un hombre casado con una trayectoria hecha y estaba en plena cimentación del porvenir de mi familia.

Nuevamente, no fue nuestro tiempo.

Sin embargo, recuperamos al amigo, al confidente. Hubo un gran intercambio de anécdotas, de confesiones, de pequeños reclamos escondidos en preguntas inocuas y que a la distancia de los años ya no podían hacer ningún daño. La conocí de otra manera, la conocí realmente y comprendí que fue una fortuna que jamás fuera nuestro tiempo y momento. Porque ÉSE era nuestro momento y tiempo precisos. Ser oráculos a la distancia, amigos cuidadosos, confidentes queridos y apreciados por la ausencia física y presentes en la vida virtual. Es curioso leerte en palabras de alguien a quien amaste con todas tus ganas y descubrir que aún te emociona hacerlo al margen de los hechos y de los años.

Así fue como me enteré de muchas cosas que, estando de cuerpo presente, quizá jamás me hubiera enterado. Así fue también como le di a ese amor platónico de años, la proporción correcta. No sólo un rostro amable, sino todo un contexto real, con el cual no estaba de acuerdo del todo. Así fue como me di cuenta que este momento, en el que estoy frente a su cuerpo sin vida, no me sorprende para nada.

Oía sin escuchar al oficial que me describía cómo había sido el accidente en el que ella murió. La parte que ella me permitió conocer, me daba la pauta necesaria para saber que no se trataba de un hecho fortuito, sino provocado por ella misma. Desde siempre le había gustado coquetearle a la muerte, ya fuera con acciones directas o matándose de a poco con todos sus excesos y automedicaciones. De la perorata del tipo aquél de la bata alcancé a entender que su muerte había sido instantánea. "Eres toda una cabrona" pensé para mis adentros "Quizá no viviste, ni alcanzaste lo que querías de este pinche mundo a plenitud... pero te fuiste de él como bien lo habías deseado siempre..." O quizá si lo hizo, sólo que yo no me enteré.

Me alcanzaron una papeles para firmar y aceptar hacerme cargo de las gestiones para no permitir la autopsia, que según sé se hace de oficio en estos casos. En la misma tarjeta estaban especificados los teléfonos de la funeraria y del lugar donde se llevaría a cabo la cremación. Así como los teléfonos de algunos familiares y amigos cercanos a quienes se les debería avisar. Se me hizo raro notar que hubo algunos nombres omitidos en la lista.

Llamé... e hice los trámites pertinentes para que todo saliera a pedir de boca, de acuerdo a sus instrucciones. En el proceso, me enteré que no hubo trabas legales para que me hiciera cargo de todo porque ella ya había previsto que ante la ley yo fuera reconocido para ser su representante legal en estos menesteres. Lo que me llama la atención es que haya considerado que yo fuera a vivir más tiempo que ella. En fin... sobra decir que no fui ni al funeral ni a la cremación. A pesar de todo, nunca me consideré una parte verdadera de su mundo, y lo último que deseaba era ser partícipe del espectáculo incómodo de responder preguntas y tener a la mano respuestas ingeniosas que no ventilaran mi desazón.

Sé que fue un abogado quien recogió sus cenizas de la casa familiar y me las hizo llegar sin mayor trastorno para mi rutina y mi familia. Firmé de recibido y guardé el paquete en un recoveco del armario. Al siguiente domingo, fui con mi esposa y mis nietos a pasear al jardín botánico y busqué el árbol. Cuando lo ubiqué, mi mano derecha sostenía la de mi esposa y mi izquierda sostenía la urna con las cenizas. Le expliqué grosso modo (sin los detalles que pudieran incomodarla) el asunto y le pedí que me acompañara a esparcir las cenizas alrededor del árbol.

Así me despedí de la chica de mis sueños, mientras estaba con la chica de mi realidad, y justo unos metros debajo de una promesa de amor que hiciera muchos años antes, tallé con una navaja una nueva promesa de amor hacia la persona que tenía a mi lado. Miré a mi esposa y no encontré rasgo alguno de aquella otra chica en ella, eso me dio gusto, porque sabía que al final había encontrado lo que había buscado... y que cualquier otro evento que se alterara en nuestro pasado hubiera modificado este momento.

Uno de nuestros nietos se acercó e hizo cara de asco al descubrir el beso pasional que protagonizaban sus abuelos. Mi esposa se rió al notar que, a pesar de los años, me sigo ruborizando cuando nuestra relación amorosa se expone. Tomé a mi nieto en brazos y lo abracé con fuerza para después besarle la cabeza. "Es igual a su padre a su edad", le dije a mi esposa. Ella me sonrió y me contestó "... y yo te amo".

Esa tarde jugamos, comimos y nos fuimos a pasear al centro comercial. Antes de partir del jardín botánico, le dediqué una última mirada al árbol, que se veía silueteado por el sol del ocaso... Y sin nada más que decir, sólo murmuré una palabra por lo bajo: "Cumplí".

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