Llegué con desgano al lugar de nuestra cita, honestamente aún me seguía preguntando a mí mismo el motivo que me llevó hasta ahí... Un niño pasó corriendo junto a mí. De hecho, me empujó y noté que jugaba a la cacería de narcos con otros chiquillos. ¡Pum! ¡Pam! ¡Buuuummm! Eran las onomatopeyas que acompañaban su juego. Sonreí levemente al dedicarles una segunda mirada y seguí mi camino hacia el local donde se llevaría a cabo mi cita.
Pedí una mesa del fondo, en el área de los gabinetes, de antemano se me antojaba desagradable la idea de estar ahí y más aún el posible desenlace que pudiera tener aquella reunión. Así que busqué que me acomodaran en la zona más recóndita del lugar. De esta manera si las cosas se ponían intensas, poca gente se daría cuenta de ello. Me acomodé en uno de los asientos y comencé a imaginarme la conversación que en pocos momentos tendría con mi interlocutora. Especulé miles de preguntas de su parte y ensayé todas las posibles respuestas que yo bien podría darle sin titubear. Lo que más me daba coraje era precisamente eso: la estúpida posibilidad de que yo titubeara ante lo que afirmara o negara. Eso y el no saber qué hacer con las manos. Así que pedí un café descafeinado con mucha crema y sustituto de azúcar. Una vez que ya todo estaba dispuesto en el gabinete para iniciar la charla, no supe si jugar un poco con el contenedor del azúcar y la salserita con los totopos fuera una circunstancia notable e impactante para la persona a quien esperaba , o quizá sacar mi libro y comenzar a leer unas cuantas páginas mientras esperaba fuera lo adecuado... lo cierto es que el ringtone de mi teléfono móvil me sacó de mis cabilaciones de manera sorpresiva: era ella.
- ¿En dónde te encuentras?- me inquirió con un tono de voz que bien conocía. Si yo estaba dubitativo, el leve bamboleo en su timbre de voz le delataba que no sabía tampoco si estaba haciendo lo correcto o no. El chiste es que había llegado y sólo le faltaba ubicarme para que iniciáramos esta charla que postergamos tras tantos años.
- Estoy en el gabinete del fondo, donde era la antigua área de fumadores.- le dije con aplomo de hombre de verdad.
En breves instantes ella estuvo parada frente a mí.
Quizá fueron los instantes últimos de la expectación que te da la espera, quizá el hastío que precedía a esta reunión, quizá la forma en la cual se dieron las cosas previamente, el hecho fue que cuando la ví no tenía ni un halo radiante, ni la ví más bella, ni más delgada, ni más diferente de lo que lucía la última vez. Unas marcas extras de la edad se hacían patentes en su rostro. Era por demás evidente que estaba perdiendo la lozanía de antaño, pero aún seguía usando ese perfume dulzón que le compraba su madre por medio de los catálogos de ventas de artículos para burgueses clasemedieros. Y sin embargo su sabor se antojaba diferente.
La acaricié lascivamente con la mirada, recordando su piel desnuda bajo ese suéter de cuello de tortuga que siempre se ha empeñado en utilizar en las reuniones formales, sus senos se habían desarrollado muy poco de a como los recordaba, ciertamente su cadera había crecido y se le notaba ya la presencia de la flaccidez en sus nalgas. Todavía se empeñaba en seguir usando esos malditos pantalones de poliéster que tanto intensifica su humor de mujer y sus orines mal aseados en días de ajetreo. De hecho un leve tufo a humedad vaginal me llegó cuando se acercó a saludarme. Ese detalle hizo que mi memoria sensorial volara por los aires y sentí la molestia que ocasiona una erección cuando estás sentado en lugares tan reducidos con ése en particular. En mi posición de expareja convocada me permití el gusto de ya no tener atenciones hacia ella, por lo que no me levanté de mi asiento para recibirla.
A pesar de mis ensayos mentales de la posible charla que especulé que tendríamos, ella me soltó el primer trancazo:
- La pregunta que quería hacerte es muy simple: ¿aún me amas?- acto seguido pidió un café similar al que yo había solicitado.
Es muy curiosa la forma en la cual nos comportamos de acuerdo a la tácita etiqueta social cuando no sabemos qué responder de manera inteligente ante una pregunta que va más dirigida a nuestra parte visceral que a nuestra parte cerebral.
- No.- Contesté secamente. - No te amo.
- Entonces, ¿Por qué estás aquí?
Definitivamente no me estaba gustando para nada el rumbo de nuestra charla. Cerré mi boca y pegué mi barbilla al cuello mientras la observaba con ojos siniestros.
- Para despedirme de tí para siempre.- Volví a contestar secamente.- Por favor déjame en paz.
- Créeme que lo he intentado, pero siempre que sé que estás cerca quiero estar contigo.
- Eso no es posible ya. Hoy vine a ponerle un alto definitivo a estas entrevistas. Ambos sabemos bien cómo terminan. Primero nos reprocharemos todo el tiempo que nos hemos hecho daño por no estar juntos, luego nos lamentaremos de ello. Nos besaremos apasionadamente y terminaremos teniendo sexo salvaje en algún hotelucho. Tras el sexo, seguirán las promesas vacías de amor eterno, se romperá el encanto porque me dirás que sigo sin tener una cabida regular en el orden normal de tu vida, luego me dirás que me amas para siempre y me harás llevarte a a casa. Llegaremos ahí casi a hurtadillas para que tu familia no sepa que te has revolcado conmigo. Nos depediremos en la oscuridad, yo me marcharé con las expectativas revueltas de mi semen y tu humedad y pasarán otros años antes de que volvamos a encontrarnos. Eso termina hoy. Además me resulta cagante esa actitud tuya de querer saber cómo le va a la gente cuando sales de su vida.
- ¿ Y cómo le haremos para que termine?
- Muy fácil. Cierra los ojos y dime: "Deseo no estar en tu vida nunca más"... Y ya.
- No. No quiero hacerlo. Quiero estar contigo hoy.
- Anda, anda. Cierra los ojos y formula tu deseo.
Ella cerró sus ojos y comenzó a soltar lágrimas en silencio.
- D-dese-o... no es-tar... en tu vida... nu- nunca más.- Dijo con los ojos cerrados y con la voz quebrada.
- Concedido.- La besé en los labios y me dí la vuelta para salir de ahí con la frente en alto y sin mirar hacia atrás.
Cuando salí del local, los niños seguían inmiscuídos en su juego, uno de ellos estaba comprando la participación de las autoridades en la realización de sus actos ilícitos, reflejo de la realidad mediática que vivían. Yo me arropé en mi abrigo y caminé en dirección a mi coche. Enseguida entré en él y lo encendí. Al tomar la salida del estacionamiento marqué un número de mi celular.
La explosión fue inmediata y gregaria, nadie en cincuenta metros a la redonda saldría a salvo. Seguramente se llevó a los niños que jugaban afuera del restaurante... está bien, lo único que hacían era ensayar un poco lo que seguramente sería su actividad diaria. Y la mayoría de los comensales del lugar pertenece a un grupillo que domina económicamente algunos sectores de la economía de la ciudad. La mayoría de ellos explotadores con sus empleados, embaucadores y taimados con sus semejantes. Realmente no se perdía nada valioso para la humanidad. El daño colateral lo tuve muy bien calculado.
Algunos escombros alcanzaron a golpear el chasis de mi automóvil, pero no era nada que mi seguro no cubriera. Estaba feliz. Por fin, la monserga se había terminado.