lunes, octubre 27, 2008

¡gggrrrrhhhh!

Hace rato que se dejaron de escuchar los golpes en las paredes y en las puertas. Es increíble la fuerza que deben de tener esas cosas para lograr tal escándalo.

No tengo idea de cómo empezó todo esto...

Sólo recuerdo que venía de casa de mi ahora exnovia. Mi exnovia desde hace dos horas. Habíamos salido de esa estúpida fiesta de Halloween, en la que se pasó toda la noche bailando y coqueteando con el imberbe aquél... en fin... si esta situación trasciende, el pobre idiota se quedará con las ganas.

En fin... comienzo a divagar... Todo fue tan rápido... veníamos discutiendo en el taxi de regreso a su casa acerca de lo sucedido. Ella me reclamaba que yo no mostraba el menor atisbo de celos ante sus provocaciones, yo le decía que eso no era necesario... fue cuando el resplandor nos sacó de nuestra insulsa e improductiva charla... Sólo vimos aquél edificio quemándose en su tercer piso y la gente saliendo de él a toda marcha. Uno de ellos se atravesó la avenida y el chofer del taxi no pudo esquivarlo del todo y lo golpeó.

Le ordené que se detuviera y enseguida salí del vehículo para ver si estaba bien. Mi ex me gritó que no debería hacerle al héroe y que regresara con ella y el taxista. Unos pasos antes de llegar con el caído, éste se levantó y a trompicones se acercó a mí. Honestamente me asusté y me arrepentí de mi valentonada corriendo de regreso al taxi. Fue ahí cuando me dí cuenta de que los demás ya rodeaban al vehículo. Lo agitaban y se estrellaban en contra de él como locos.

En momentos así uno evalúa si es conveniente arriesgar la vida por alguien que uno desconoce y por alguien a quien hubiera preferido mejor no conocer. Fue así que mejor decidí dejar salir al cobarde que hay en mí y corrí hacia una calle que daba cerca del centro comercial. En mi desesperación busqué un teléfono público o una caseta de vigilancia para dar parte de lo sucedido. No me dí cuenta que un par de esos sujetos ya iban tras de mí. Al tratar de alcanzar una cabina telefónica, mi zapato resbaló con una gran mierda de perro y me estampé de nalgas con la cabina. Maldije al dueño y al perro.

Mi espalda y mis pantalones estaban batidos de aquella suciedad y yo estaba en franca desventaja con respecto a mis perseguidores. Uno de ellos se abalanzó hacia mí y apenas pude usar su propio impulso para proyectarlo contra la cabina. Lamentablemente su baba viscosa me cayó en la cara y algo de ella se me metió en la boca. No pude contener el asco y recibí al segundo atacante con una nutrida vomitada.

La piel de mi cara parecía encenderse del asco y del enojo que de mí se apoderó y opté por desquitarme con el segundo sujeto. Él intentó asirme del cuello pero una gran (y atinada) patada logró distanciarlo un poco.

El primer sujeto se desembarazó de los cristales de la cabina e intentó agarrarme por detrás. Nuevamente usé su impulso y su peso en su contra y fue a parar al charco de vómito. El segundo sujeto se abalnzó contra mí y lo esquivé. Aproveché el momento para tomarlo del cabello y recargué mi peso contra su cuerpo, los dos rodamos al piso y comencé a estrellarle su cara contra el pavimento. Mi furia era tal que mis fuerzas se incrementaron de una manera que desconocía.

No paré hasta que el otro sujeto me tomó por sorpresa y mordió mi cráneo. Más fúrico me puse y de un codazo en la nariz lo aparté de mí. La cabeza de mi adversario era ya una masa sanguinolenta, pero yo seguía estrellándolo contra el suelo. Tuve un destello de sensatez y solté la cabeza de mi oponente, listo para echármele encima al otro... Había desaparecido.

La negrura de la noche no podía ser compensada por la luz ámbar del alumbrado público, así que él debería estar escondido en algún punto de la arbolada que rodeaba aquella calle. Una sensación de incomodidad se apoderó de mi estómago y volví a vomitar. Una especie de caldillo amarillo expulsé, supongo que era bilis o algo así. Me limpié la boca con la mano, me sentí mareado y desorientado hasta que ubiqué la dirección del centro comercial. Hacia ahí me dirigí.

Mientras corría, mi cabeza comenzaba a darme vueltas, un par de ocasiones parecía perder el equilibrio y el aliento. Así que me detuve en una esquina para tomar aliento. Malo, volví a vomitar. Poco a poco comencé a sentir el frío de la noche recorriendo mi cuerpo, fue cuando me dí cuenta del estado lamentable en el que me encontraba. Parecía un borracho de barrio bajo. Recién expulsado de un bar de mala muerte. Mi ropa estaba húmeda del vómito, de la sangre, y de los orines que se me salieron mientras peleaba con aquellos dos sujetos. Vaya estampa.

A un par de cuadras de donde me encontraba logré divisar la luz de una tienda local que aún estaba abierta. El típico negocio de barrio, atendido por adultos mayores que esperan sacar un poco más de plata, sacrificando unas pocas horas de sueño en pos de que adolescentes trasnochados les consuman dulces y bebidas que disimulen un poco su aliento alcohólico, antes de llegar a casa y pasar por la inspección de los padres. Traté de disimular un poco mi poco agraciado aspecto cuando ví que un automóvil se derrapó casi enfrente del negocio aquél. De su interior salieron varios individuos que parecían pelear entre ellos.

Con terror noté que los ancianos comenzaban a apagar luces y a cerrar el local, como pude corrí hacia ellos y en el camino identifiqué a uno de los revoltosos. Era el motivo de mi rompimiento con mi exnovia. A pesar de ello, y más que nada por tratarse de una cara conocida y posible aliado, me acerqué a ayudarle en contra de los otros sujetos que se le amontonaban. Con gran esfuerzo, lo sustraje de la trifulca y nos acercamos a la entrada del local. Gritamos y pedimos ayuda, mientras mi improvisado colaborador les arrojaba botellas de refresco, mismas que los ancianos habían olvidado meter al negocio a los fascinerosos que nos estaban rodeando. Uno de los ancianos se asomó, y supongo que se apiadó de nosotros, así que nos dejó entrar.

Una vez adentro nos pusimos al día de lo sucedido en las últimas horas y estuvimos al pendiente de lo que decían en la radio, sólo hablaban de reportes de personas que se violentaban y que arremetían las unas contra las otras. Como siempre, quisimos denunciar los hechos, pero los servicios de denuncia nos dejaban en tono de espera.

La situación era muy tensa, dado que el resto de los ancianos (cuatro, contando al que nos ayudó a entrar) nos miraba con desconfianza y temor. Dos de ellos, supongo que eran un matrimonio, cuidaban que no nos acercáramos a los anaqueles donde se encontraban los pastelillos y las golosinas. Tal hecho me arrancó una sonrisa torcida, misma que no pasó desapercibida para nadie. Tras varios intentos de comunicarse al exterior y no encontrar respuesta, todos los que estábamos en aquél lugar nos incomodamos aún más. Fue en ese momento cuando comenzaron a golpear la cortina metálica y las paredes del inmueble desde afuera. Los ancianos comenzaron a discutir entre ellos y uno le espetó al otro la culpa de lo que sucedía en ese momento. Tal escena no ayudaba en nada al dolor de cabeza y a la sensación de fiebre que comenzaba a sentir en todo mi cuerpo. Intercambié miradas con mi nuevo amigo-rival de amores- y me sujeté la cabeza mientras la movía en forma negativa.

Mi olor era nauseabundo, sólo quería bañarme y cambiarme la ropa. Recordé que estaba aderezado de puras segregaciones corporales y lo más educadamente que pude solicité que se me permitiera entrar al baño. Uno de los señores me indicó dónde estaba y su esposa (lo confirmé después) le ordenó que me acompañara. Apenas lleguá al sanitario, volví a vomitar amarillento. Casi purulento. Mis orejas me estallaban. Mi dolor de cabeza era insoportable. Recordé lo sucio que estaba y me las ingenié para limpiar la suciedad de mi ropa. Abrí una gaveta y encontré toallas de papel, mismas que usé para limpiar mi ropa y mi cuerpo. Estaba tan absorto en mi obsesiva limpieza que no noté el drama que se suscitaba en el resto del lugar.

Sólo recuerdo haber escuchado un fortísimo ruido y muchos gritos. Tal pareciera que mi compañero había perdido la cordura y había arremetido contra aquella buena gente. Yo estaba totalmente desnudo, dado que me había dado por lavar, o casi, lo que llevaba puesto. No me puedo creer las tretas que usa nuestra mente para evadir situaciones que nos rebasan y cómo usa actividades alternas como mecanismo para mantener la cordura. Lamentablemente, ese cómodo estado se había interrumpido por los gritos y los golpes que se escuchaban al interior del lugar. Chorros de sudor frío corrían por mi frente y por mi espalda. Poco me importó lo fría y lo húmeda que estaba mi ropa recién lavada, me la puse sin chistar, a pesar de ello y me aseguré de atrancar la puerta del baño y de apagar la luz.

Cobijado por la oscuridad y muerto de miedo sólo me limité a escuchar los golpes, los rugidos y todo el desorden que se desarrollaba tras la puerta. Fuertes golpes hacían estremecer los muros y la puerta, y vanos gritos de ayuda hacían estremecer mi alma. La valentía que me distinguiera en las dos veces anteriores se diluía en nuevas corrientes de orín que volvían a mojar mis pantalones y mis piernas.

Hubo un momento en que me quedé petrificado. Mis brazos y mis piernas no respondían. Tenía la sensación general de hormigueo sobre toda mi piel. Y la ensoñación... esa ensoñación que le quita el halo de realidad a todo lo que sucede a nuestro alrededor cuando no podemos controlar lo que sucede. Mi cabeza seguía doliendo mucho... mis oídos se estaban volviendo sordos. Por el frío, unos mocos aguados y transparentes caían a gotas de mi nariz, sin embargo no podía ordenarle a mis manos que los limpiaran, estaba rígido, con ese maldito hormigueo en todo mi cuerpo. Los golpes seguían embotando mis sentidos. Era la tranca perfecta para no dejar pasar a nadie al interior del sanitario.

¡Maldita sea! ¡Siento que me explota la puta cabeza! La lengua se me está hinchando y tengo un poco de dificultad para respirar. No puedo controlar mi vejiga... ni el esfínter... me está escurriendo una baba espesa... chiclosona...

No sé cuánto tiempo pasó después... sólo sé que así como empezaron los golpes y los gritos, así mismo se acabaron. Lo único que quedan son estas punzadas por todo el cuerpo y las lucesitas que destellan en la oscuridad del baño...

Mi cuerpo ha dejado de moverse desde hace rato...

Sigue rígido. Desde hace mucho... mucho rato... mis sienes han estado golpeándose al ritmo de mi... pulso...me he querido acordar de cómo es que ... cómo llegué a este punto... pe-pero...

¡aaaaarrrgggghhhh! ¡roarrrr! ¡gggghhhhhh!

¡gggrrrrhhhh!

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