sábado, febrero 23, 2008

Terrena Inferna (segunda parte)

Un débil susurro marrón recorría presuroso la cinta asfáltica, presa reciente de la típica precipitación augusta. Una densa atmósfera habitaba en el interior del vehículo. La tríada de ocupantes era por demás heterogénea. Una férrea mirada enmarcaba a un puro mordiscado, que hacía más pasadera la tarea de conducir en el terreno mojado que separaba las oficinas del D.I.E. del lugar destino. Rad’id Susru no separaba su vista del camino. Hacían ya varias eras que la paz entre los grandes pueblos era patente, pero desde algún tiempo reciente aquellos tratos pecaban ya de obsoletos. En más de una ocasión Rad’id trató de encender aquel churro de tabaco amargo que jugueteaba entre sus labios, pero la mirada ámbar y un gesto desaprobatorio de su compañera habían logrado hacerle desistir de su intento. Dikynnus parecía complacerse a sí misma dominando de esta manera a Rad’id. A su vez, Emanon no podía esquivar los mensajes de complicidad de aquella mujer a través del pequeño retrovisor.

Al tomar la carretera y adentrarse en la zona montañosa de Legnadabria, Emanon notó que un vehículo sin luces los seguía a distancia prudente. Pero fue Dikynnus quien rompió el imperante silencio para comentar acerca de ello.

- Arkoff... me supongo.- dijo con tono indolente la hermosa mestiza.

- Así es... – respondió secamente Rad’id.- Algo me dice que nos será de utilidad. Realmente Emanon hizo lo mejor al contarle la verdad acerca de lo que se trata este asunto. Si hay alguien en quien confiar es en él. Aunque se empecine en considerarnos como antagonistas.

- ¡Por Sortrogartam! – exclamó Emanon en medio de algo que parecía ser un suspiro. Su preocupación aumentaba a medida que se acercaban al distrito de Saimal. Simplemente no podía evitar estremecerse. Odiaba las reprimendas, más cuando se originaban por algo que él estaba en desacuerdo en realizar desde un principio. La continua parquedad y el pesado mutismo de sus compañeros le daban mala espina. Peor aún si un policía con mala actitud les venía pisando los talones y nadie hacía nada por evitarlo. Aunque la mayor parte de su vida había participado en juegos donde las reglas mutaban a la menor provocación, no podía acostumbrarse aún a ello. Emanon estaba plenamente convencido de que odiaba encontrarse en tal situación. Si, realmente lo odiaba.

Minutos más tarde, Rad’id y compañía cruzaban los pasillos de la mansión Suri. La decoración rivalizaba con la de un antiquísimo castillo feudal: grandes candelabros de oro con gemas incrustadas colgaban luciendo una miríada de luces parafinas que, al son de una ráfaga de viento furtiva, hacían bailar las sombras en todas direcciones. La mayoría del mobiliario y los ornamentos podrían ser considerados como piezas arqueológicas o como tesoros históricos invaluables en uno que otro museo de vasta reputación. En contraste, un discreto despliegue de alta tecnología compuesto de sistemas de vigilancia y sensores de rastreo resguardaban la mansión. Daba la sensación de que de que invisibles miradas depredadoras acechaban cada movimiento y todos los rincones del lugar. Nadie podía evitar sentirse desnudo. Un gran portal desembocaba a aquél pasillo en un majestuoso salón, que conservaba el mismo estilo del palacete, aunque con la presencia de los Suri resultaba aún más tenebroso.

Siminod Suri estaba sentado en una silla, que más asemejaba un pequeño trono, una especie de túnica oriental confeccionada con hilos de oro cubría su cuerpo y su aspecto era atemorizante. Su rostro pétreo hacía recordar a un ídolo antiguo, su mirada penetrante estremecía al alma misma, a pesar de que la iluminación del lugar y sus profundas cavidades oculares ocultaban sus ojos. Una cabellera larga, sedosa y nívea cubría la mayoría de sus facciones cenizas. Aún ante la evidencia de que su cuerpo soportaba la carga de varios eones, mostraba una extraordinaria fortaleza.

Al notar la presencia de los advenedizos, Siminod hizo un ademán, como respuesta emergió de entre los estantes de un antiquísimo librero Retap Suri. Éste no era sino un reflejo morboso de Siminod, tan idénticos como dos gotas de sangre. Ambos ancianos se dirigieron hacia una estancia y los recién llegados les siguieron con cautela. Los Suri se acomodaron detrás de un escritorio estilo victoriano. Dikynnus se acomodó en un sillón delante de ellos, Rad’id y Emanon permanecieron de pie. La hermosa trigueña extrajo en silencio unos documentos del portafolio que cargaba y de inmediato se los mostró al par de viejos.

- La situación legal de Emanon le impide continuar con su encomienda. De hecho esto nos pone en peligro a todos. Los de la Central quieren iniciar una investigación a fondo sobre las actividades de William y a través de él llegar hasta ustedes.- La mirada de Dikynnus parecía retar a los ancianos, era verdad que estar ante su presencia le ponía de malas, pero también era cierto que ella misma fue quien eligió trabajar para ellos. La mestiza hojeaba unos papeles grises para seleccionar algunos y alcanzárselos a los ancianos.- He tenido que hacer uso de todo lo que tengo a mi alcance y disposición para refrenar el proceso.

- Quizá necesitemos de alguien más para concluir lo que Emanon fue incapaz de realizar.- Retap Suri arrojó despectivamente la documentación sobre el escritorio.- Alguien en quien podamos depositar nuestra entera confianza.

Rad’id suspiró resignado y con gesto molesto intercambió miradas con Dikynnus. Volvió a sacar el puro del bolsillo de su abrigo y lo llevó a sus labios para mordisquearlo nerviosa y pensativamente. Evidentemente sabía a lo que se refería el anciano. Dikynnus, al hacerse de la misma opinión, meneó la cabeza en forma negativa, sonrió sarcásticamente y aseveró.

- Considero por demás innecesaria la intervención de Rad’id Susru en este asunto, debido a su retiro reciente de toda actividad relacionada con nuestros intereses. De hecho, su prolongada ausencia subraya lo inoportuna que calificaría su participación en este trabajo en particular.- Nuevamente la mirada de la mestiza retaba a los dos ancianos, pese a que su actitud indolente y neutral no se había visto alterada en ningún momento. Pero era también evidente que aquella hermosa mujer había comenzado a fastidiarse.

- Es por ello que Rad’id necesitará de tu apoyo para llevar a buen término esta tarea.- Siminod Suri se disponía a encender una lámpara para calentar un recipiente que contenía una roca cristalina que despedía un vapor, que el viejo succionaba con una manguera como si la fumara.- Vayan con Emanon, él se encargará de proporcionarles el equipo necesario y los detalles prudentes para continuar lo que dejó inconcluso… ¡Sdrave! ¡Que Galaph guíe sus pasos y los lleve por el sendero de la victoria!

- ¡Sdrave! – Contestaron lo dos mestizos al unísono y de inmediato se retiraron, dejando a Dikynnus recogiendo los papeles del escritorio de los Suri.

La famélica mano de Siminod agarró con fuerza la muñeca de la mestiza, y con mirada lasciva recorrió el trayecto de su brazo a su pecho y a sus ojos. Con una mueca que asemejaba una retorcida sonrisa en tono amenazante le advirtió:

- ¡Cuida cada uno de sus movimientos! ¡Mantente alerta! ¡Confiamos en que no nos defraudarás!

- Descuide Señor… ¡Así será!- Dikynnus retiró su mano y suprimiendo un gesto de asco contestó.- ¡Sdrave!

La hermosa mestiza salió del salón con un paso provocativo y sensual, natural en ella, sintiendo los arponazos libidinosos que le propiciaban las miradas de los ancianos.

- ¿Crees que hacemos lo correcto? – inquirió Retap.

- No pudimos haber actuado mejor.- contestó su hermano.
(continuará)

jueves, febrero 21, 2008

Espía de ángeles

En la profunda negrura de las sombras acecha,
mira con desdén la insoportable vacuidad de sus existencias,
los repele por su absoluta normalidad,
los saborea y se imagina el mosaico de gustos que encontrará en su sangre,
los mira atentamente,
los persigue,
intercambia miradas con las gélidas criaturas que le susurran sus secretos,
los hutushes son vampiros,
los hutushes son como dioses escondidos en cáscaras de humanos,
y los ángeles vuelan a su alrededor,
respetando su existencia,
a los hutushes les teme Dios,
porque son seres extraños a su creación...

En la profundidad del alma
del acechante ser de hadas
existe un hutush que clama por exponer su existencia....
su mirada está gélida como su cielo,
sus límites de carne no detienen el ímpetu obsceno de su alma,
el hutush espera para crear su pueblo...

Para nacer,a veces se duele...
para nacer,
hay que matar el cielo...
renovar al azul....
renovar el duelo...

Es simplemente lo mejor,
o simplemente lo más fácil,
no habrá retorno de su estado,
un salto al abismo quizá,
pero valdrá la pena la muerte,
para cambiar la razón de su sufrimiento,
quizá una nueva existencia entre las sombras ya no sea necesaria
y para matar a la oscuridad maldita,
haya que crear un abismo nuevo que se la trague....
quizá una rendición ante lo más arriesgado,
quizá el empuñamiento de un arma redentora que corte...
la tela triste de la realidad de un sólo tajo...
quizá hacer un nuevo capullo para renacer como un leviatán boreal....

La Custodia (Segunda Parte)



El todo terreno recorría a gran velocidad la carretera, los árboles y algunos animales silvestres eran testigos azorados del rugido y del poder de aquella escurridiza criatura carmesí. En su interior, Kurt Joyce, Sandra Kane y Celtus Ryder discutían acerca del motivo de su viaje.

- ¡Les aseguro que es imposible que mi padre se haya metido en problemas fuera de su control!- dijo Celtus en tono de preocupación.

- ¡Malditos pueblerinos! De seguro ellos debieron haber interferido en sus asuntos y echaron todo por tierra. Sea lo que haya sido que tu padre hubiera estado haciendo Celtus.- Kurt encendió un cigarrillo y lanzó una gran bocanada de humo.

- Más vale que no abras tu bocota y te comportes, Kurt. Recuerda que venimos a ayudar al señor Ryder...

- Popsy.- Interrumpió Celtus- A mi padre lo conocen como Popsy en Tumbsville.

- En verdad no entiendo cómo es que un catedrático de Belial Sake College haya preferido la vida y el ambiente agreste, propios de un vagabundo.- comentó Sandra.

- También recuerda que ya hace algunos años que mi padre se marchó de Belial Sake, y sus motivos no fueron propiamente el anhelo de cambiar de aires.

- Así es Sandra, Gary Ryder dijo que tenía una misión por cumplir en las colonias y que el despejarle las polillas a las inteligencias mediocres de los parvulitos que se arremolinaban en torno a él no le iban a ayudar en nada.- Agregó Kurt.- Estamos llegando a Cryptown, el seminario de la Orden de la Última Noche está a unos kilómetros más adelante. Ahí recogeremos con Traehdas Taeuber los libros que te pidió tu padre.- Anunció enseguida.

Celtus suspiró resignado, desde que su padre y él fueron exiliados de su patria pocas veces habían estado juntos, huyeron a América en busca de un refugio para ellos y su gente. Afortunadamente algunos de sus compatriotas ya se les habían adelantado y fundaron varias colonias donde podían vivir en paz y armonía, lejos de las intrigas y las amenazas de su rancia aristocracia; pero no estaban a salvo aún: las colonias fundadas fueron Belial Sake, Tumbsville, New Sassbürg, Saint Pierce Port y Cryptown, y eran constantemente acechadas por fuerzas más terribles que aquellas de las que estaban huyendo. Los libros que se hallaban en el monasterio de la Orden de la Última Noche habían significado el cisma de su familia desde que tenía uso de razón. Y aún lo seguían siendo.

- Creéme Kurt. Ya abomino tales libros. Desde que mi padre perteneció al parlamento de nuestra otrora patria no han representado más que problemas y maldiciones para nosotros.

- ¡Ni que lo digas! Todavía mi padre está padeciendo por recuperar lo que perdió a causa de ellos. Pero eso es algo que él mismo se buscó. Yo nada tengo que ver ahí.- Respondió Kurt.

- Así es, amigo, así es.

Sandra notó el gesto de fastidio en el semblante de Celtus, y sin decir nada, tomó su diestra entre sus manos y besó al muchacho en la mejilla. Lo más comprensivo que Kurt acertó a hacer fue guardar silencio, encender un cigarrillo turco y acelerar el vehículo.

Poco antes de llegar a una desviación sinuosa que llevaba al noviciado, los chicos encontraron un cerco policíaco que les impedía subir. Celtus reconoció entre los uniformados al Marshall Jones, de inmediato se dirigió a saludarlo y el oficial le devolvió el gesto con una sombra en el rostro.

- Marshall... ¿Qué sucedió ahora?- inquirió Celtus.

- Tal pareciera que alguien abrió nuevamente la caja de Pandora y soltó todos sus males en los alrededores: unos seminaristas fueron encontrados en extrañas condiciones, algunos de ellos en estado de shock, la mayoría catatónicos... No sé, esto me parece muy raro. Hace un par de días desaparecieron cuatro personas y tu padre estuvo involucrado. Ahora esto y... – el policía se rascó la nuca dubitativo.

- ...Y mi padre también tuvo algo que ver.

- ¿Preguntas o afirmas?- A pesar de la expresión, el marshall parecía más compasivo que hostil.- En realidad tu padre no es partícipe directo en esto, pero conoce a varias de las víctimas. Alguna vez llegó a suplir en su cátedra al padre Taeuber.

- ¡Es precisamente a quien venimos a visitar! – Exclamó Kurt mientras intentaba saltarse el cerco. Sandra lo detuvo en seco con una mirada fulminante.

- ¿Nos permite ver al padre Taeuber?- inquirió Sandra con una caída de ojos al estilo “gretagarbonesco”. Kurt encendió un cigarrillo mientras la arremedaba.

- Mmmhh... Veré qué puedo hacer, pero no se muevan hasta que se los indique. Y Celtus... espero que esta visita sirva para que puedas ayudar a tu padre a no meterse en más líos. Y si lo ves, díle que me agradaría charlar con él.

- De acuerdo marshall. Lo prometo.


Más tarde los tres estaban en el interior del claustro en busca del padre Taeuber. El interior era una gran Babel de camilleros, víctimas y espectadores. Casi todos los afectados tenían la mirada perdida, los músculos destensados y el miembro erecto y amoratado. La mayoría sangraba de los oídos, la nariz y la boca. También mostraban pústulas en la mayor parte de su cuerpo. Kurt miraba divertido a las víctimas, que estaban cubiertos con sus propias sábanas, cuando se le presentaba la ocasión levantaba los sudarios para ver sus rostros contraídos, Sandra le propinó un manazo a manera de correctivo y Kurt farfulló una letanía inentendible con marcado afán ofensivo.

Sin embargo, Kurt dió un tirón a la sábana del seminarista que miraba y, corriendo de manera desaforada entre las víctimas arrebataba de los cuerpos sus cubiertas. Posteriormente, y saltando como saltimbanqui, tomó de la sotana al padre Taeuber y le señaló insistentemente los vientres de los desafortunados. Taeuber se quedó atónito. Sandra, indignada, intentó alcanzar a Kurt para calmar su excitación y ponerle un freno a sus malos modales. Celtus la detuvo con una caricia en el codo izquierdo y le señaló también el vientre de uno de los afectados:

- ¿¡Vae victis!? – Sandra no entendía lo que estaba sucediendo, las ampollas formadas en los cuerpos estaban distribuidas de tal manera que formaban frases. Sin embargo, ahora comprendía lo que Kurt veía con sorna bajo las sábanas de las víctimas.

- Y éste es de lo más elocuente: ¡Abyssus abyssum invocat! – Taeuber tenía un sombrío semblante. De reojo observó a los camilleros y demás personas que se ocupaban de atender a los heridos, de inmediato realizó un discreto ademán en el aire con su siniestra, que parecía brillar con una luz ámbar, y con voz tronante dijo ante todos: “Quod scipsi, scripsi... Veritas odium parit...Vulnerant omnes, ultima necat... Acta est fabula”.

Todos, a excepción de Sandra, Celtus y Kurt, siguieron haciendo sus obligaciones sin comentar nada acerca de lo ocurrido. El sacerdote caminó hacia uno de los pasillos y los tres chicos lo siguieron en silencio, hubiera sido un mutismo perfecto de no haber sido por Kurt, quien raspara una cerilla en la frente de un santo de piedra para encender otro cigarrillo turco.

- Está sucediendo... – dijo el sacerdote.- Hace algunos días presentí la llegada de un ser totalmente diferente a todo lo que nuestra raza ha conocido... en verdad no sé cómo explicarlo pero los pergaminos con los tratados del Concilio de los Grandes Pueblos comenzaron a arder en llamas negras. Eso solamente significa que fueron transgredidos por un ente demasiado poderoso. Ni siquiera los más viejos aaritas o los más sabios warvsh pueden romper su sortilegio. Algo muy terrible se acerca, jóvenes amigos. – Taeuber miraba a su alrededor con temor contenido. – Celtus... tu padre está involucrado en esto y... está perdido.

- ¿Los libros fueron consumidos por el fuego?- inquirió Kurt.

- No, intuyo que fue una mera manifestación paranormal etérea, una especie de aviso. – respondió Taeuber.- Precisamente los volúmenes que se refieren a las leyendas del regreso de los paradioses y de los pueblos vencidos fueron los que se incendiaron. Revisé los textos y tal pareciera que una horda de sucubbus e incubbus son la avanzada de tal retorno. De hecho las condiciones en que se encuentran las víctimas de anoche parecen corroborarlo.

- Pero es obvio que ningún maldito humano puede creer esta historia.- aseveró Kurt mientras apagaba su colilla en el ojo de un ángel tallado en piedra ante la mirada reprobatoria de todos. De reojo los miró a todos y levantó los hombros en señal de falsa inocencia.

- Más adelante se explica algo acerca de un tal Sin, una especie de ente de siete veces otros seres, y siete mentes en una sola o algo por el estilo… - Agregó Taeuber.

- Y ese tal Sin es una especie de heraldo de alguna otra divinidad, un metademonio llamado Harkaghalastrah, hijo del parademonio Harphagon. Antes de que mi padre dejara la cátedra para iniciar su investigación de campo, le ayudé a realizar algunas traducciones y el tema se relacionaba mucho con esto…

- Si eso es cierto, lo más seguro es que tu padre se esté enfrentando en estos momentos contra Sin o hasta el mismo Harkaghalastrah. – El semblante de Kurt cambió de su habitual indolencia a un gesto más preocupado y pensativo. De inmediato soltó una carrera desenfrenada hasta llegar al todo terreno. - ¡Muevan el maldito trasero! ¡Si hay alguien que puede darnos una pista de la ubicación de tu padre, es ese marshall acartonado!

- Me parece que el joven Kurt es mucho más perspicaz de lo que parece. – Taeuber le entregó los libros a Celtus y le extendió una bolsa de cuero pequeña. – Tengan esto, puede que les sea de utilidad. ¡Que las bendiciones de Galaf y Brigmignishdah les sean pródigas en protección!

- Por lo regular Kurt no demuestra preocupación alguna por nadie. – Afirmó Sandra. – Me parece muy extraño que en esta ocasión se muestre tan solícito.

- Por cierto… ¿a qué se debía su visita jóvenes amigos?- inquirió Taeuber.

- No lo sé con exactitud… Esta mañana Kurt se levantó y todo lo que acertó a decir fue que teníamos que venir por estos libros, porque mi padre se los había solicitado… en sueños.

- Mmmmh. Tal pereciera que el nexo entre tu padre y tu amigo es muy fuerte… Si averiguan algo y necesitan ayuda, no duden en hacérmelo saber. ¿De acuerdo?

- De acuerdo Señor.

Kurt gritó a sus amigos que se hacía tarde y al llegar todos al todo terreno, verificó que los libros estuvieran debidamente guardados. Sandra fue designada conductora mientras los dos muchachos descifraban los datos proporcionados por Taeuber y el marshall y especulaban acerca de su próxima parada.

- Vayamos a Tumbsville, tengo la certeza de que encontraremos algo cerca del aserradero.- declaró Kurt.


(Continuará)

La Custodia (Primera parte)


Mortirmer Hessell descansaba tras un arduo día de trabajo y oración en el seminario. Su celda era cómoda y poseía lo suficiente para cubrir sus necesidades, que gracias a sus votos de humildad, no requerían de mucho para ser satisfechas. Hacía tan sólo un par de años que Mortirmer descubrió su vocación y quiso dedicar su vida al servicio del Señor. Ya había pasado un largo rato que la soledad de su aposento le había incitado a meditar ciertos conocimientos teológicos aprendidos durante sus clases del día. Dehesas interminables de ensueño e inspiración hacían presas sus pensamientos y lo llevaban hacia lontananzas insospechadas de teorías y raciocinios. Todo ello bajo el auspicio de la fe en el creador celestial en el cual se empecinaba tanto en creer y en adorar.

Un ruido proveniente de fuera llamó su atención, quizá podría tratarse de algún animal, quizá no. El joven aspirante a sacerdote se levantó de su lecho y decidió asomarse por la minúscula ventana de su celda. Antes de alcanzar a rozar los fríos barrotes con la punta de su nariz, un nuevo sonido emanó de la espesura de la noche, instintivamente Mortirmer tomó su libro de evangelios y lo apretó con fuerza. Sus ojos buscaron al posible origen de aquella manifestación auditiva, pero no pudieron encontrar nada. Y así estuvo por un largo momento. Tras aburrirse y autorreprocharse de haber estado sacrificando sus horas de sueño de una manera tan fútil, el seminarista resolvió regresar a la frugal comodidad de su cama. Dio la vuelta en pos de su rincón y trató de conciliar el sueño.

No bien apenas cerró los párpados, una voz excesivamente dulce y melodiosa surgió desde la diminuta ventana. Mortirmer escuchó su arrullo, en una lengua tan inaudita como desconocida para él, inaudita... sí. Tal canción afectó su ser, que una vorágine de sensaciones y emociones se manifestó en un instante de manera sorpresiva. Su cuerpo se tornó fláccido y sin fuerza, a excepción de su miembro, que pareciera estallar en cualquier instante, incluso sus músculos abdominales resentían tal esfuerzo.

El canto se tornó en risa, una hilaridad irracional que parecía obedecer a cierto patrón rítmico. Mortirmer jadeaba a ese mismo compás, mientras su cuerpo se convulsionaba en perfecta sincronía. A sus propios oídos, cada cosa que escuchaba era aumentada exponencialmente, al grado de que hilillos de sangre salían tímidamente de por sus orejas. Lo cierto es que si alguien hubiera pasado cerca de su celda no hubiera percibido nada más que el concierto de los grillos a la madre noche.

Sorpresivamente una nueva sensación recorrió el cuerpo de Mortirmer. Una ligera opresión sobre su piel se manifestó. Un toque suave y terso lo recorría de pies a cabeza, a pesar de las ropas de lana que vestía el hombre. Un aroma dulzón y ciego invadió la habitación. Y Mortirmer comenzó a olvidarse de sí mismo: ni la risa, ni las convulsiones, ni la erección, ni el toque, ni el aroma parecían tener un final. Si hubiera podido controlar un poco su cuerpo, habría notado que el hombre muerto en su cabecera era consumido por unas llamas invisibles y devastadoras.

Un vaho amarillo verdoso se hizo presente. Tal pareciera que el humo de un incienso lascivo fuera atrapado en la invisible cáscara de una mujer, que se empecinaba en seducir a Mortirmer: donde antes las sensaciones sobre su piel, un cuerpo desnudo y transparente se hallaba. Aún así, el hombre no pudo evitar quedar atrapado en la mirada gris de aquel extraño ser. Poco a poco la mujer se fue materializando, es decir, se hizo visible. En condiciones de espectador ajeno a los hechos, quizá Mortirmer la hubiera confundido con alguna de aquellas jóvenes artistas que aparecían en las películas de ciencia-ficción con el cuerpo embarrado de betún verde azuloso simulando ser la visitante de algún planeta extraño y hostil, proveniente de una galaxia más allá del espacio-tiempo conocido por el hombre. Pero en su función de participante pasivo de los hechos, a Mortirmer le parecía un espectáculo digno de poner a prueba su fe, ya que hacía mucho que la razón lo había abandonado.

Aquella extraña mujer poseía una belleza singular, a pesar de su color mortecino y con su voz melodiosa le susurraba a Mortirmer frases capaces de ruborizar a la más vulgar de las libidos en varios kilómetros a la redonda. El seminarista sentía la sangre que fluía por sus orejas resecándose en su almohada y la imposibilidad de controlar un sólo músculo de su cuerpo seguía siendo motivo de su desesperación. Aquella mujer comenzó a cubrir su rostro con ósculos que dejaban marcas en su piel como si hierros candentes le acariciaran, pero el dolor no se hacía presente, dado que todo se hallaba concentrado en un miembro que no había dejado de estar erecto desde que empezara esta peculiar experiencia. Mortirmer se sentía cubierto por carne tibia que se apretaba cadenciosamente a su alrededor, incluso los movimientos espásmicos que manifestaba su cuerpo se habían acoplado al ritmo de aquella sensación. A aquel hombre dejó de importarle oponer resistencia, si bien ni el placer ni el dolor visitaron su cuerpo, a la vida misma poco se le hizo continuar habitando su cáscara.


(Continuará)

La Custodia (PROLOGO)


Nadie miraba hacia la calle. Todas las criaturas respetables de Tumbsville dormían plácidamente en sus hogares. Esto solía ser muy común en los poblados pequeños cuya economía se basaba en la explotación de minas de carbón, o en aserraderos; afortunadamente para este pueblo, sus actividades radicaban en ambos. Como en toda población humana que se precia de serlo, no todos sus habitantes contaban con una familia cariñosa, una cena caliente, sábanas de franela limpias y un fuego acogedor esperándolos tras la larga jornada. No señor, no todos tienen esa suerte. Pero el hombre siempre se las ha arreglado para suplir con otras cosas aquellas que no satisfacen sus necesidades. Casi al llegar a la periferia del pueblo, unos anuncios luminosos y un hedor a cerveza amarga y cigarrillos baratos conformaban el calor de hogar para los menos afortunados: aquellos que mitigaban los embates de la soledad y la frustración con roces lascivos de mujeres más amargas que la cerveza; negociando una falaz ternura no tan barata como los cigarrillos, pero en algunas ocasiones más reconfortantes, al menos mientras duraba el intercambio comercial.

Algunos gustaban de matar su tedio molestando a los malditamente más afortunados que ellos, a aquellos que quizá por haber robado un poco aquí, otro tanto allá, o simplemente por un golpe de suerte, tenían más plata que uno y conseguían a las nenas más sofisticadas y correteadas por la bola de fracasados que se daban cita noche a noche en los tugurios de los alrededores. En ese caso uno tenía que conformarse con las fofas mujerzuelas que sólo eran expertas en embriagarlo y sustraerle a uno la billetera, claro, maldiciéndolo porque era un pobre diablo que no tenía ni en qué caerse muerto. Y eso cuando la suerte se comportaba misericorde y considerada. No cabe duda, la vida es dura.

Billy Oates era uno de los inconformes aquella noche. Se quejaba amargamente para sus adentros de la endemoniada buena suerte que tuviera Popsy Ryder. El viejo Ryder acababa de recibir su retribución en aras de su promoción en el aserradero. Ahora la hermosa Tabitha se deshacía en atenciones para con el viejo. Evento que resultaba nefasto para la opinión de Billy Oates. Sólo tenía que esperar el momento adecuado y empezaría la bronca. Un pretexto, y su muina contenida por fin tendría una vía de escape. De todas maneras, si se le llegara a pasar la mano con el viejo Ryder, Tabitha no le haría mucho caso que digamos. Además, Billy estaba cansado de estarse sobando el lomo siempre y jamás ser tomado en cuenta para nada. Una temporada en la sombra sería como el equivalente a unas vacaciones pagadas, sin tener que preocuparse por otra cosa que no fuera dormir y comer a sus horas. Siempre y cuando la pena no mereciese hospedaje en la penitenciaria estatal.

Billy aguardó durante un largo rato. Las botellas de cerveza se obstinaban en multiplicarse a su lado, vacías y ruidosas. Popsy se había limitado a bailar con su amiguita esa maldita música campirana que lo vuelve loco. Simplemente el viejo era demasiado estúpido como para querer meterse en problemas con alguien. Billy se aburrió y se levantó tambaleante de su lugar. Su diestra, guardada en el bolsillo de su cazadora, asía con impaciencia la navaja automática que adquiriera en su última visita a la ciudad. Si, aquella navaja que brincaba al momento de rozar un botoncito, y no daba tiempo al oponente de siquiera pestañear antes de sentir el frío metal hurgando en sus entrañas. Con toda la decisión que permiten más de una docena de cervezas, Billy se dirigió hacia Popsy y Tabitha. Dispuesto a asestar un único y mortal golpe, Billy se detuvo en seco a causa de la voz que provenía de la puerta de entrada.

- ¡Buenas noches Popsy! ¡Buena la has hecho con tu promoción!- exclamó jubilosa la voz.

- ¡Así es Marshall Jones! ¡Creo que por fin comienzo a ver frutos de mis esfuerzos!- Respondió el viejo sin soltar a su acompañante, ni perder el ritmo de sus pies.


- ¡Enhorabuena Popsy! ¡Felicidades! Sigue celebrando... pero sin crear problemas.- El Marshall hizo su comentario dirigiéndose sutilmente a los demás parroquianos.
- Lo intentaré, Marshall. Le juro que lo intentaré.- Contestó el viejo, guiñándole el ojo.- Pero me sería más fácil si usted me acompañara celebrando. ¡Ande! ¡Tome a una hermosa mujer y baile con nosotros! ¡Las piezas van por mi cuenta!

- En otra ocasión mejor Popsy. Si la señora Jones se entera de que estuve celebrando contigo, me tocaría dormir en la celda por los próximos tres meses, sometido a una dieta de pan y agua.- El Marshall se retiró entre el estallido de risas de los concurrentes, no sin antes hacer una última advertencia.- De todas maneras, pórtate bien. No sea que decida tomarte la palabra.

- ¡Ja, ja, ja! ¡De acuerdo Marshall! ¡Estaré al pendiente! ¡Salud!- Popsy bebió sin respirar el contenido de un tarro recién servido de cerveza, mientras que su bella acompañante le sobaba la calva y le guiñaba el ojo al Marshall.

Billy Oates maldijo entre dientes. Guardó la navaja, que ya había rasgado el forro de su bolsillo, pidió otro tarro de cerveza, encendió un cigarrillo y se volvió a acurrucar en su rincón.

Al poco rato llegaron un par de conocidos de Billy, después de atisbar entre el humo concentrado de tabaco corriente que cubría el ambiente, localizaron al inconforme y se acomodaron a su lado. La plática entre ellos no iba más allá de la escatología habitual entre la gente de su calaña. Billy se quejó acerca de su mediocridad arrastrada y cultivada a través de los años y de, lo que ante sus ojos resultaba, la injusticia divina que le acaecía constantemente. Los dos advenedizos pronto se identificaron con los argumentos de Billy y de inmediato Popsy fue el protagonista estelar, víctima de sus resentimientos.

No tardaron en urdir la manera en la cual se desquitarían de su desgracia. Alguien tenía que pagar por lo que a ellos les sucedió toda su vida: por los azotes de un padre alcohólico, por la liviana conducta de una madre adúltera, por ser objeto de la satisfacción genital de algún aprovechado, por el divorcio que los sumiera mes a mes en la miseria, por los ingratos hijos que ni siquiera recuerdan cómo es su padre, por la estupidez en la cual los sumergió un sistema que no fue diseñado específicamente para ellos, por las frustraciones de adolescentes que marcó su vida para siempre...

Todo estaba resuelto. Popsy pagaría los platos rotos (de cualquier manera ¿quién le manda ser más que los demás, embarrándoles su éxito en la cara como sí fuera un plato de guano?) y Tabitha sería la recompensa por hacer de este mundo miserable un poco más equitativo y llevadero. Si, así es... de esta forma su miseria sería compartida. Sólo había que esperar el momento oportuno, cuando Popsy se llevara a Tabitha a pasar el resto de la velada con él.

El tiempo parecía acumularse al igual que el denso humo de los cigarrillos baratos y los humores de los parroquianos. La dosis de paciencia de Billy comenzaba a agotarse; sin embargo, sus dos camaradas hacían esfuerzos sobrehumanos para mantener en pie el dique que contenía su necesidad de revancha hacia la vida en la figura del viejo. Las botellas de cerveza comenzaban a acumularse en la mesa de nuevo y más grados de alcohol se acurrucaban en sus neuronas. La espera se comportaba de manera perversa con Billy, pero de alguna manera debía vencerla.

Minutos después, Popsy hizo el tan anhelado movimiento por la trinca de rufianes. Entre risas estruendosas y palabras ahogadas por el exceso etílico, el viejo hizo gala de su fuerza y salió de aquél lugar con su lasciva compañía en brazos. Billy intentó levantarse de inmediato, pero la mano temblorosa de uno de sus beodos amigos lo detuvo.

- ¡Aguarda un poco! ¡Tsssst!... ¡No comas ansias “B-B-Billyboy”!

- ¡Maldita sea! ¿Acaso no ves que el viejo se nos larga?

- ¡Calma, viejo amigo! A donde quiera que vaya, el viejo Ryder no tardará en dormirse, Tabitha lo despachará: robará su plata y nosotros nos encargaremos de ella. Recuerda que ladrón que roba a ladrón... ¡Demonios! ¡Será divertido poner mis manos encima de ese pichoncito!

Billy volvió a sentarse de mala gana. Tomó un prolongado sorbo de cerveza y encendió un cigarrillo. Uno de sus compañeros se levantó y se dirigió hacia un pequeño grupo que jugaba baraja en una mesa cercana, intercambió unas cuantas frases y algunos objetos con uno de ellos, posteriormente regresó con Billy y el otro, que impacientes aguardaban su regreso.

- De acuerdo amigos. Ya es hora.

Acto seguido, los tres abandonaron el lugar. Esa fue la última vez que se supo de ellos en el pueblo.



Hacía cerca una eternidad, a su parecer, que había dejado su hogar. Simplemente la sensación de correr en libertad lo sedujo hasta el punto de considerar inútil oponer resistencia alguna. Eso y el hambre. Tenía más de tres días que no probaba bocado... Esa noche el depredador encerrado tras sus muros de parquedad y cautela se había liberado. Recorrió los bosques que separaban un pueblo del otro y se sintió más en casa. Hasta que llegó a la periferia de Tumbsville. El asalto de los recuerdos rozaba su conciencia a medida que se acercaba al poblado.

Un grito infrahumano llamó su atención, bien sabía que así debía de ser, una onda de choque recorrió su dorsal, invadiéndolo de insana alegría. Todo sucedía tal y como su padre lo había predicho, el momento estaba cada vez más cerca.

Corrió a través de la maleza hasta llegar a la cercanía de una cabaña que parecía contener un gran espectáculo de destellos y truenos en su interior. Dos cuerpos, aparentemente calcinados y luego congelados, yacían a escasos metros de los muros de la vivienda. Pese a su estado, se adivinaba aún el terror esculpido en sus rostros.

Un tercer cuerpo se hallaba postrado en postura fetal. Aún con vida e intacto.

Fue entonces cuando la alegría colmó al advenedizo: a un ademán suyo aquél cuerpo se elevó por los aires y, a manera de parecer un grotesco personaje de guiñol, fue manipulado por su voluntad hasta el punto de quedar parado de frente a los cuerpos sin vida.

Un gran fulgor rojizo invadió el cuerpo flotante, mismo que lo sacudió violentamente. De súbito aquel cuerpo se posó suavemente sobre el terreno y su expresión se tornó tranquila y descansada. Miró de reojo la cabaña y admiró por un momento los haces de luces que escapaban por sus ventanas.

Se encaminó hacia los cadáveres y los recogió. Llevándolos a cuestas se internó en el bosque hasta llegar a un claro. Depositó los despojos en el suelo y se sentó a su lado. Con gran parsimonia comenzó a disponer de ellos, devorándolos. Por fin su hambre estaba siendo saciada.

- ¡Padre Harphagon! ¡Sea tu voluntad la que se cumpla a partir de este momento! – Profirió en son de plegaria al terminar su banquete.

Así fue como llegó Harkaghalastrah, y desde entonces caminó entre nosotros...
(Continuará)

Terrena Inferna (Primera parte)

- ¡Demonios!- Una vertiginosa marabunta de argumentos cruzó por la mente de William Emanon al sentir el gélido metal acariciándole la nuca.

- ¡Dije que soltaras esa maldita pala! – Ordenó amablemente el detective, mientras oprimía un poco más el cañón del arma contra la cabeza de Emanon. - ¡Y levanta las manos sin intentar pasarte de listo! ¡Creéme que en este momento sólo necesito un pretexto para perforarte la cabeza! – La voz del policía era determinante. - ¡Date la vuelta len-ta-men-te!

- ¡P-puedo explicarlo todo! – Emanon obedeció sin titubeos al engabardinado que no cejaba de apuntarle. Al quedar de frente al tipo que le amenazaba, no pudo evitar esbozar una tímida sonrisa. Era obvio que anteriormente se había topado con aquel hombre. También era obvio que no era favorecido por su simpatía. En efecto: el detective Hannibal Arkoff, del Departamento de Investigaciones Especiales (D.I.E.), había sido coprotagonista de William Emanon en varias de sus correrías, la mayor parte de ellas como actor renuente de las mismas. Algunas veces compartiendo el mismo lado, en algunas otras no. De cualquier manera, no era un alivio para William la presencia de su viejo conocido en ese preciso momento. - Arkoff... ¿Puedo aclarar todo esto? Es de vital importancia que me escuches...

- ¡Cállate necio! ¡En la Central lo explicarás todo cuando se te tome declaración! – Apoyando las palabras de Arkoff, que no dejaba de encañonar a Emanon, un oficial llegó a esposar al sospechoso y, acto seguido lo guió hasta introducirlo a la parte trasera del auto patrulla.

Todos callaron durante el viaje. Al llegar a la “Central” (Centro de Detención Criminal Preventiva), Emanon sufrió en carne propia los embates del poder burocrático habitual, antes de poder hacer una llamada telefónica infructuosa y, posteriormente, ser recluido en una húmeda y mohosa celda.

No le quedó mayor consuelo que rumiar su coraje: Nadie se había molestado en escuchar su versión de los hechos. Lo habían tratado peor que si se tratara de una bestia. Emanon se sentó en el camastro, apoyó sus codos en sus rodillas y agachó la cabeza entre ellas. Cada segundo de espera conformaba una eternidad por sí mismo. Una temeraria rata que había osado deambular a manera de burla por la celda terminó aplastada por la poderosa suela derecha del cautivo. Emanon sonrió satisfecho al constatar que el animal no se movería más y pateó su regordete cuerpo hacia un rincón oscuro.

Unas pisadas parsimoniosas y firmes comenzaron a conformar el ruido de fondo de aquel recinto. El eco exageraba de manera superlativa cada paso, y a su vez, cada uno de ellos sumergía progresivamente el ánimo de Emanon. Bajo la verdosa línea luminosa que se escapaba por la parte inferior de la puerta de la celda, se adivinaba una sombra que se acercaba al unísono del rítmico conjunto de pisadas, hasta que ambos fenómenos cesaron su avance. Un estrujante ruido de llaves y maldiciones se ocupó de sustituir la anterior cacofonía y, por fin, la puerta cedió. Un hombre enfundado en una gabardina beige se acercó hasta quedar parado justo a escasas pulgadas frente a Emanon. Este recorrió visualmente desde los enlodados mocasines italianos, el pantalón verde musgo, el sobretodo, la corbata a rayas mal acomodada, la camisa percudida hasta la férrea mirada acusadora de su visitante. Arkoff se había dignado a realizar su triunfal aparición. Emanon profirió un improperio en voz baja.

- ¡Señor... William... Emanon! ¿Qué vamos a hacer con usted? – El policía sacó un cigarrillo de entre sus ropas y lo encendió con una cerilla, que posteriormente arrojó hacia el mismo rincón donde Emanon arrojara el cuerpo de su reciente víctima. La rata, aún con vida, contrajo los músculos del lomo al sentir el calor del proyectil aún encendido del detective. Tras una pausa, obligada por una prolongada inhalación, Arkoff soltó una azulosa bocanada de humo y se acomodó en el camastro, imitando la postura de su interlocutor. – Tienes cargos por conducir a exceso de velocidad y con presunta imprudencia, por participar en trifulcas, por pirómano, por golpear policías, en fin... ¡Pero con un maldito demonio!...- Los ojos de Arkoff estaban por saltar fuera de sus órbitas. - ¡Profanar tumbas y cercenarle la cabeza a los cadáveres de unos monjes! ¡Eso es pasarse de la raya! – Evidentemente la consternación del policía evolucionó en cólera. Dio tres fumadas más a su cigarrillo para después arrojarlo a donde la rata.

- Arkoff... ¡Por favor, hombre!... De nada sirve que te exhaltes, ni que te pongas histérico. Déjame hacer una llamada a...

- No es necesario. Tus patrones ya enviaron a la caballería. ¿Sabes algo? – Arkoff le ofreció a Emanon un cigarrillo, a la par que se disponía a encender otro. - Me mudé a Legnadabria porque lo consideraba un país pequeño e insignificante. Creía que esto era más tranquilo que Londres y París. Y lo primero que me encuentro es a criminales como tú caminando tan campantes de la mano de cuanta basura paranormal se les puede ocurrir. – Emanon no pudo evitar sonreír. - ¡Créeme que se me esta agotando la dosis de paciencia con ustedes! ¡Esto no es normal! Ni siquiera sabía que existía este estúpido lugar y heme aquí en pleno país de las pesadillas. – Arkoff tomó aire y trató de calmarse, no era tampoco muy normal que fumara un cigarro tras otro. - Ahora bien... explícame con detalle lo que hacías en el monasterio Anrefni Anerret desenterrando y decapitando cadáveres.

- Arkoff... ¿Hannibal? ¿Puedo llamarte así? – Emanon miró con cansancio al detective mientras éste asintía también con fastidio. Emanon sonrió nerviosamente y comenzó a negar con la cabeza mientras se recargaba en la pared y se preparaba como quien se dispone a contar una gran historia shamánica a los miembros más jóvenes de la tribu. Miró de reojo a su expectante interlocutor, que no dejaba de analizar su lenguaje corporal.- De acuerdo Hannibal, verás: sucede que existe un orate que dice ser supremo sacerdote de una orden que adora a un parademonio llamado Harphagon. Este imbécil cree tener la capacidad de invocar las almas de los demonios menores, servidores del tal Harphagon y hacer que se sirvan de los cuerpos de los monjes ya muertos para resucitar. Según sus mismas creencias, si se decapitan los cuerpos huéspedes, los demonios menores no podrán poseerlos y, por lo tanto, no podrán manifestarse físicamente ni ayudar al tipo este a dominar el mundo. Cuando mis socios y yo descubrimos eso decidimos tomar cartas en el asunto.

- ¡Vaya! – Arkoff se recargó en la pared con las manos entrelazadas tras su nuca, fijando su mirada en la nada, y meditando lo que Emanon le contara. Luego miró a Emanon con gesto de mortificación, mismo que dió paso paulatino a una expresión burlona y se coronó con un estallido de carcajadas. Emanon rompió a reír también. - ¡Será mejor que espere a que lleguen tus amigos!... Realmente estás experimentando un mal viaje, amigo Will. – Arkoff se reincorporó y se dirigió hacia la puerta de la celda. – Pero antes de que te largues de aquí, te voy a mandar al médico para que sepa qué demonios te metiste en el cuerpo. – Arkoff salió de la celda y nuevamente el ruidero de llaves y maldiciones volvió a presentarse, seguido del concierto de pasos que se marchaban.

- ¡Por Ghalaph! – Emanon sopló sobre las cenizas del cigarro que le aceptara al detective y se recostó a lo largo del camastro. No quería imaginarse siquiera lo que le esperaba cuando saliera del encierro. No cabe duda, la vida es dura.


Mientras tanto, Arkoff se sorprendía a sí mismo encendiendo un cigarrillo más en lo que recorría el pasillo que lo sacaría de la zona de reclusión preventiva para dirigirse a su oficina y preparar el papeleo de la detención y la fianza que se pagaría para que Emanon saliera libre esa misma noche.

- Harphagon... tal parece que después de tantos años la mención de ese nombre me provoca aún escalofríos. ¡Maldita sea! En más de veinte años sólo he perseguido sombras, y hoy, que ya estoy a punto de tocar las puertas de la senectud, por fin estoy sobre algo en concreto. Malditos sectarios... me pregunto si serán los mismos de los que hablaba Emanon... – Arkoff lucía un semblante poco afable a la vista de sus compañeros de trabajo. En ese momento sus pensamientos y conjeturas le daban más bien un aspecto hosco.

- Detective Arkoff... – La voz chillona de una secretaria le sacó de sus pensamientos. – ¿Gusta que le lleve café?

- Sí. Por favor... y avíseme cuando el detenido salga. – Arkoff entró a su despacho con la cadencia de un autómata.

Al cerrar la puerta, se despojó de su gabardina y la colocó en un perchero viejo que estaba estratégicamente colocado para cubrir la humedad que comenzaba a botar el papel tapiz de la pared. El hombre se dejó caer pesadamente sobre el sillón tras su escritorio, abrió uno de los cajones y comenzó a hurgar en él. Encontró un sobre amarillento y de su interior sacó varios recortes de periódico, fotografías y algunas reproducciones de viejos informes policíacos. Arkoff extendió los papeles en la superficie del escritorio y comenzó a observarlos pensativamente. Buscó en sus bolsillos y descubrió que sus cigarrillos se habían terminado. Arrugó el envase vacío y lo arrojó al cesto de basura. Un leve toquido en la puerta llamó su atención.

- Adelante.

- Aquí está su café detective... – La secretaria dejó una taza deshechable sobre el escritorio, acompañada de unos sobres de sacarina y crema en polvo. – ¿Se le ofrece algo más?

- Sí. Consígueme otros cigarrillos. – Le extendió un par de billetes a la chica sin apartar la vista de los recortes y las fotografías. – Y que sean de cajetilla dura, por favor.

La secretaria salió contrariada de la oficina. Después de todo, ¿a quién en su sano juicio se le ocurre pedir cigarrillos bien entrada la madrugada?

(continuará)

Después de horas


ESC. 1 EXT. NOCHE. CALLE.

LUCA CAMINA DESPREOCUPADA, ESCUCHA UN GRITO Y CORRE A VER QUÉ PASA. ENCUENTRA A UN VAGO ATACANDO A UNA MUJER, ELLOS NO LA VEN.

LUCA EXHIBE GARRAS Y COLMILLOS.


LUCA

(VOICE OVER)

Odio a los que abusan de los más débiles.


LA MUJER PATEA LA ENTREPIERNA DEL VAGO, LE GOLPEA LA NARIZ HACÍA ARRIBA CON LA BASE DE LA PALMA, Y LE DA UNA PATADA DESCENDENTE EN LA RODILLA. DESPUÉS SE VA TRANQUILA DEJANDO AL VAGO TIRADO.


LUCA

(VOICE OVER)

Y me gusta cuando los débiles dejan de serlo.


Corte a negro.



Colaboración de Lizardo Ramírez

Ese obscuro objeto de deseo


ESC. 1 EXT. NOCHE. CALLE.

ERIK CAMINA POR LA CALLE HASTA LLEGAR A UNA FIESTA DE TRIBUS URBANAS.

SE MEZCLA Y SE INSTALA EN UNA ESQUINA.

VE A LUCA BAILAR EN MEDIO DE TODOS, SOLA.

ELLA LO VE DESPUÉS, MIENTRAS SE ACERCA A ÉL LA GENTE EMPIEZA A DESAPARECER Y TAMBIÉN SU ROPA.

ELLA LO AVIENTA A UN SILLON, LE QUITA LA ROPA Y SE MONTA EN ÉL.

SUENAN GOLPES.


Corte a:
ESC. 2 INT. NOCHE. DEPARTAMENTO.

LUCA, VESTIDA SOBRE LA CAMA, SE DESPIERTA POR LOS GOLPES EN SU PUERTA.

SE LEVANTA Y ABRE A ERIK.


ERIK.

Hola.


LUCA.

Hola, estaba pensando en ti.


ERIK.

Cosas buenas espero.


ERIK ENTRA.


Corte a negro.


Colaboración de Lizardo Ramírez

Un día de furia

ESC. 1 INT. NOCHE. DEPARTAMENTO.

LUCA OBSERVA LA NOCHE DESDE SU BALCÓN. SE ESCUCHA QUE ALGUIEN TOCA LA PUERTA Y DESPUÉS UNA VOZ DESDE AFUERA. LUCA HACE CARA DE FASTIDIO.



VOZ EN OFF.


¡Luca, abre! ¡Soy yo!



Corte a:



ESC. 2 EXT. NOCHE. AZOTEA.


LUCA TREPA A LA AZOTEA DE UN BRINCO, SALTA DESPUES A OTRAS DOS, CAE A UN CALLEJÓN Y SALE CAMINANDO A LA CALLE.



Corte a:



ESC. 3 EXT. NOCHE. CALLE.


LUCA CAMINA POR LA CALLE. UNA MUJER DE NEGRO VIENE EN SENTIDO OPUESTO, SE CRUZAN Y SE SALUDAN.



MUJER.


Hola, Luca.



LUCA.


Hola, T.




SIGUEN SU CAMINO.



LUCA


(A la cámara)


Tánatos tiene esa mirada otra vez. Va a ser una de esas noches.



Desvanecimiento a negro



Colaboración de Lizardo Ramírez

Somos Guerreros




ESC. 1 EXT. NOCHE. CALLE.LUCA CAMINA POR LA CALLE HASTA LLEGAR A UNA PLAZA PÚBLICA. ESCOGE UN LUGAR Y SE SIENTA.


LUCA (VOICE OVER)

Hace mucho tiempo, cuando esta enorme ciudad era solo una aldea, en este mismo sitio tuvo lugar una batalla de leyenda. Esta plaza se construyó para recordar esa carnicería. (Pausa)Hoy el aire se siente, tal vez, como aquél día.


LUCA SIGUE SENTADA.


LUCA (VOICE OVER)

¡Ya están aquí!


UN GALLARDO CABALLERO Y UN DEMONIO APARECEN EN LADOS OPUESTOS DE LA PLAZA. SE MIDEN Y SE LANZAN AL COMBATE.


LUCA (VOICE OVER )

Rara vez las fuerzas opuestas pelean tan abiertamente. Nunca he sabido que alguno supere al otro de una manera definitiva, no importe, el espectáculo es en verdad único.


LUCA LOS VE PELEAR.


Corte a negro.


Colaboración de Lizardo Ramírez

Los Muchachos Perdidos


Mi nombre es Luca. Pongo crema en mi café y miro por la ventana, algunas tímidas gotas de lluvia empiezan a caer. Mientras espero pienso en la voz de Erik, quien por cierto está retrasado. No importa, esta cafetería está abierta toda la noche. Como siempre que nos reunimos para esto pienso en cómo nos conocimos, hace muchos años, en otro país, en medio de la guerra.

Buscaba refugio luego de que la iglesia donde vivía se quemó, es increíble cómo la gente cree que la fe va a protegerlos de la balas, caminaba por la calle y me detuve frente a la ventana de un restaurante. Dentro había soldados y algunos aristócratas. Fue cuando Eric pasó junto a mí, volteó a verme y yo a él. Ninguno apartó la vista, y cuando llegó al final de la calle se detuvo y me hizo una seña. Me acerqué.

- ¿Tienes hambre? –preguntó.

Asentí.

- Ven.

Dimos la vuelta y nos metimos a un callejón detrás del restaurante.

- Va a anochecer –dijo. - Nos esconderemos hasta que cierren.

- Soy Erik.

- Yo soy Luca.

Pasaba de la medianoche cuando entramos. En la cocina ya no había ni sobras. Tomé platos y vasos, Erik bajó al sótano y regresó con restos de pan y queso y una botella con un poco de vino y velas. Después de comer salimos y empezamos a buscar donde escondernos. Encontramos un edificio en ruinas y nos acomodamos dentro. Empezaba a amanecer cuando nos despertó un soldado, nos dijo algo que no entendimos y hubo un silencio, luego golpeó a Erik con su arma en la cara y él cayó al suelo sin sentido, después llamó a más soldados. Apartó su arma y se acercó a mí, cuando intentó quitarme la ropa Erik se levantó, los otros entraron en ese momento y Erik dijo en voz baja:

- Largo.

Terror puro llenó a los soldados quienes salieron dando tumbos unos con otros y con las paredes.

- No sabía que pudiéramos hacer eso –dije.

- ¿Nosotros? ¿Cómo sabes que soy diferente y que eres como yo?

- Sólo lo sé. Desde que me quedé sola he sentido que no soy como la gente a mí alrededor, luego encontré gente que se sentía como yo, un soldado y un político al que no pude acercarme. Y ahora tú.

Desde ese momento nos dedicamos a buscar y aprender. Aprendimos que somos mestizos de elfo y vampiro principalmente con algo de sangre de otras razas y que eso bloquea algunas de nuestras habilidades, porque no somos elfo ni vampiro o alguna otra raza. Estamos en medio de todos. A cambio no tenemos debilidades específicas y podemos hacer muchas más cosas. Erik por ejemplo puede hacer que cualquier se llene de terror, ya sea con la mirada, con su voz o hasta con una sonrisa. Y por cierto aquí viene.

- ¿Quién es él? -me pregunta el muchacho nuevo que ha estado sentado frente a mí.

- Él es Erik, y también es como tú.


Lo accidental es necesario y
lo necesario es así mismo accidental.
Engels



Colaboración de Lizardo Ramírez

Dutch Honmain


No existía cosa más emocionante que amarrarse el cabello en una improvisada cola de caballo y subirse al tejado a escuchar los sonidos del universo mientras observaba su magnitud, y reflexionaba acerca de las cosas que había estado dejando de hacer día a día por estar sobreviviendo.

Le parecía increíble ver cómo se perdían las maravillas del cosmos entre las torres de humo que anunciaban la presencia perpetua de la involuntarización que estaban sufriendo todos en ese maldito lugar. Ese mirar de nubes enajenantes que esconden detrás de sus obesas formas grisáceas la visión de un mundo más allá de su propio mundo, conformaba la metáfora perfecta de acuerdo con lo que sucedía en su interior.

Era emocionante salir a mirar el cielo por lo que implicaba estar en los tejados: ser la diana ejemplar de los francotiradores para preservar la paz y el orden de acuerdo a lo establecido por las leyes de los Altos Amos Industriales. Sus asesinos personales se divertían matando a las personas que a su juicio resultaran sospechosas de sabotear el imperialismo de terror que se había impuesto sobre la voluntad de los trabajadores. No deseaban más caudillos que guiaran las voluntades mermadas de sus neoesclavos, ni que despertaran la más mínima esperanza por mejorar su situación. Por todos lados se satanizaban a los que por la noche se atrevieran a lucir su ocio por considerarlos agentes de la maldita ciudad-estado Chemisaad.

(Chemisaad:
Existe la leyenda de que alguna vez un pueblo fue víctima de una maldición ancestral que le impedía ejercer el libre comercio y la práctica productiva en masa, debido a que padecía un terrible apetito, únicamente saciado por la hema de sus semejantes. Uno de ellos se armó de valor y salió en busca de una cura para tan terrible enfermedad, durante muchos años vagó por todas las Tierras Inhóspitas, hasta que al fin logró contactar a Nihl-Reghomaj, el Consejero de los Reyes del Adviento, y fue él quien le enseñó el arcano arte de la destilación de sustancias a partir de los elementos que ofrecieran las hazañas de Ghaliam. El joven pagó un precio muy alto por tal portento: renunciar a su vejez y sobrevivir a las generaciones que de él se engendraran. A final de cuentas regresó a su pueblo y pudo curarlo. Pero también curó las pestes que dominaban y controlaban las vidas de los hombres, y recibió tributo por ello.

Al pasar del tiempo se hizo de algunos aprendices que, por motivos aún desconocidos, le rendían fidelidad absoluta, siendo ellos la extensión misma de sus sentidos. Esto ocasionó la ira de los Hijos Divinos del Primer Mestizo Histórico, aquellos Altos Señores en cuya memoria falible se dedicaron en salud a fomentar el progreso de la nueva Era Industrial, el nuevo culto a la fuerza creadora del Vapor. Es por ello que declararon prohibida la mención nominem de aquel sanador fortuito, descendiente del clan Susru, los hijos bastardos de los Warvs.

Susru tomó a su gente y se marchó hacia el corazón de las Tierras Habitadas por los Hijos de Jehovs, donde por artes hechiceras forjó una ciudad-estado que jamás encontró hogar alguno en los mapas, sino que, cual jauría nómada, se desplazaba ensombreciendo los paisajes que tenían el infortunio de encontrarla.

En esta maldita ciudad, las estrellas se encapsulan en tubos enormes, y las distancias se miden por el tamaño de las murallas envitradas. En esta maldita ciudad se da la muerte de la disciplina y el orgiástico designio de aquello a lo que los Altos Señores Industriales temen: la libertad….)

De súbito sus pensamientos era interrumpidos por el fulgor de unos ojos brillantes y el zumbido de un proyectil que destrozaba un pedazo de teja. Una torcida sonrisa se manifestaba en su rostro y comenzó a saltar entre los tejados. Buscó entre sus ropas una bengala y con un tubo oxidado golpeó cuanta superficie estructural encontró. Los cañones formados por las construcciones le respondían con ecos agudos y sus perseguidores, adivinados entre la niebla, se rozaban los unos con los otros en medio de una coreografía estridente y accidentada.

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