jueves, noviembre 15, 2007

"ZATHANIK" (Primera parte)

(Viene del post anterior)

En un lentísimo fade in la cámara va recorriendo una especie de tarjeta de circuitos muy larga y extensa, en la cual notamos que se comienzan a quemar algunos de los caminitos marcados en su laberíntica superficie para formar la palabra "ZATHANIK". De ahí la pantalla comienza a desvanecerse a blanco mientras la palabra "ZATHANIK" se vuelva cada vez más oscura. Finalmente, la palabra misma también se desvanece a blanco.

En la pantalla blanca vemos que se acerca una niña montada en su triciclo, ambos dibujados con pocas líneas... casi infantiles. Vemos que la niña se integra a lo que parece la acera de una comunidad suburbana gringa... mira a la cámara y, mientras conduce su triciclo nos platica acerca de las cosas comunes que bien podrían hacer perder el estilo hasta al más ecuánime.

La niña sigue conduciendo su triciclo por la acera hasta que llega a una esquina y trata de cruzar la calle. Al hacerlo, de súbito una ambulancia da la vuelta a la esquina y la atropella. La niña queda bajo las llantas de la ambulancia, su cabeza volteada de manera antinatural mientras un charco de sangre crece bajo de ella.

La niña no deja de mirar en ningún momento hacia la cámara y, en vez de mostrar dolor, sonríe y le dice al espectador:

- Por mí no se preocupen yo estaré bien. Y mientras me suben a la ambulancia, les voy a platicar la historia de Bobby.

La cámara hace un paneo hasta una barda cercana, se nota que del otro lado hay una especie de sauce, dado que sus ramas sobrepasan la altura de la barda y sus hojas cuelgan invadiendo un poco la visión de los transeúntes. Mientras se realiza este paneo la estética de dibujo infantil va cediendo a una escena en live action donde vemos a un niño de unos cuatro o cinco años pasar por debajo de las ramas del sauce.

El niño es Bobby.

De repente, Bobby es jalado por algunos brazos del gados, peludos y simiescos que provienen de las ramas del sauce. El chico se espanta y trata de emprender carrera hasta dar vuelta a la esquina. Una vez ahí, nota que los monos que le tratan de subir al sauce ahora le arrojan piedras y porquerías. Bobby sigue corriendo, pero la barda es muy larga. Bobby aún no tiene edad ni permiso para cruzar la calle, así que esa no es opción. Bobby intenta llegar hasta la siguiente esquina, pero al pasar junto a una puerta, es jalado por un anciano hacia el interior.

- ¡Shhhh!- le dijo el anciano, colocando su dedo índice frente a su boca.- Así no podrás escapar de ellos. Métete por esa puerta para acortar camino.- El anciano, vestido como granjero, señaló una puerta de metal con una abertura en la parte superior, a manera de escotilla, rematada por una pequeña reja.

Bobby, sin hacer más preguntas, se metió por ahí.

La puerta daba a un pasillo largo con otras puertas a ambos lados del mismo. Conforme Bobby avanzaba, manos huesudas, ampolladas y sucias salían de las escotillas de cada puerta para intentar asirlo. Accidentalmente, una de las puertas se abre hacia su interior y vemos a una niña herida y sangrando en el piso (efectivamente, la niña caricaturizada del principio) mientras con esfuerzos trata de gritarle a Bobby que siga su camino y que no se detenga. Bobby se asusta aún más y corre.


El pasillo parece interminable y, conforme avanza Bobby, se reduce de tamaño. Más adelante, Bobby nota que detrás de las puertas hay toda una gama de fenómenos que son contenidos en condiciones infrahumanas.


Todos gritan. Son una orquesta cacofónica de aullidos y lloriqueos. A todos se les escurre la tristeza en forma de fluídos corporales.


Bobby sólo quiere salir de ahí. Bobby quiere llegar hasta el final. La puerta del final cada vez queda más cerca, pero el techo ha bajado tanto que es imposible proseguir si no es a gatas (ya falta poco, sólo unos cuantos metros más).


Finalmente, Bobby se acerca a la pequeña puerta al final del pasillo. Es semejante a la puerta de entrada pero mucho más pequeña. La luz de un sol veraniego se asoma por las rendijas.


Adiós a los fenómenos.


Cuando Bobby abre la puerta, una mano lo jala hacia el exterior. Se trata del viejo granjero.


"Malvado anciano. Sólo me hizo arrastrarme por su pasillo tenebroso". Piensa Bobby.


El anciano lo mira con alegre gesto y le dice:


-Ya falta poco muchachito... ahora debes conversar con nuestro cerdo. Él era un gran sabio y profeta, pero fué tentado por la soberbia y ahora sólo engorda para ser sacrificado en alguna buena festividad. Pero no ha dejado de ser sabio.


Bobby sube los hombros en un gesto de fastidio y mira hacia el azul del cielo. El anciano lo lleva hacia un corral donde se encuentra un enorme cerdo maloliente. El animal es quizá más grande que el mismo anciano y su gesto es retador y antipático.


- Anda... pregúntale algo inteligente al cerdo para que ya te puedas ir. El te responderá todo aquello que quieras saber.


El niño se acerca con temor al gran ser. Lo mira con detenimiento, mientras el cerdo hace lo propio. Bobby observa sus pezuñas, los rollos de tierra y mugre que se le hacen en los pliegues de su piel. Poco a poco, la idea de hablar con un cerdo le parece divertida. Finalmente se decide, voltea a mirar al anciano antes de sonreirle al cerdo y le pregunta.


- ¿ Cuándo llegaré a casa?


El cerdo lo mira con indiferencia y toma con el hocico un poco de la comida pútrida que se encuentra en el suelo. Y con una gran parsimonia se voltea. Bobby piensa que ha sido engañado y mira con enfado al anciano mientras el cerdo comienza a retraer la cola para exponer su sucio ano ante el niño.


- Ya te encuentras en casa.- Es la respuesta que se deja escuchar mientras el cerdo suelta una flatulencia asquerosa, cuyo hedor se percibe como si uno acabara de cometer un pecado muy grave y mortal, que parece inhundar todo el lugar.


Bobby se tapa la nariz horrorizado y mira con sorpresa al anciano. No da crédito a lo que acaba de suceder: El cerdo habló por el ano.


Una gran sensación de vértigo invade a Bobby y cuando intenta gritar de horror se da cuenta de que sólo salen sonidos guturales de su garganta.


Le parece imposible articular palabra alguna. El anciano sonríe satisfecho.


Bobby voltea hacia la barda y ubica al sauce. En él se encuentran los monos que lo molestaban al principio.


Pero ya no los mira con miedo. Bobby comienza a brincar y a gritar como los monos y se dirige hacia ellos.


El cerdo tenía razón. Ahora se encuentra en casa.


Ahora Bobby es uno de ellos.

miércoles, noviembre 14, 2007

Pop Corn (Palomitas o Rosetas de Maíz; de acuerdo a si son Región 4 o Región 2)

Como de costumbre, tras pagar mi boleto y comprar el consabido combo de palomitas con refresco y hotdog (ahora comienzo a comprender esa panza de sapo chelero que me cargo) me dirigía a la sala asignada y busqué, una vez dentro de ella, un lugar en la antepenúltima fila de asientos, lo más céntrico posible en referencia a la pantalla.

No habíamos muchos en la sala... de hecho sólo estábamos 6 personas en todo el lugar. La cortina mecánica que desnudaba a una brillante y satinada pantalla me hizo recordar aquellos viejos cines majestuosos de mi infancia.

Algunos de ellos, quizá los más populares, con sus programas dobles en plan de permanencia voluntaria. Cines como el "Cosmos", el "Ópera", el "Rosas Priego", "el Dorado 70", los "televicines Palacio Chino", el "Vallejo 2000", el localísimo "San Carlo" o el cine-teatro del pueblo "Elvira Lecona", fueron los templos de la caída de baba de un chiquillo que ni siquiera pestañeaba cuando miraba todas aquellas fantásticas imágenes proyectadas en la pantalla ancha. Recuerdo muchos más... pero quizá el más entrañable para mí fue aquél al que fui por primera vez solo, en los albores de mi adolescencia, y que disfruté hasta casi finales de la década de los 90's, cuando cayó el último de los colosos de la cinematoproyección chilanga: el "Cine Apolo Satélite".

Siguiendo con lo de la cortina, el San Carlo y el Ópera tenían la cualidad de tener dos estatuas de mujeres que simulaban recoger la cortina que cubría a la pantalla. Era cuestión de estar atento para ver si aquellas dos movían los brazos para tal titánica tarea (recuerden yo sólo era un puberto). El cine Ópera, además, tenía dos pisos de butacas. La pantalla en verdad era grande. Y además se especializaba en películas de corte familiar, en especial aquellas surgidas de las entrañas de la casa Disney y Touchstone films.

El cine Apolo Satélite era lo más adelantado en estrenos de temporada y de tecnología. Recuerdo haberme emocionado ahí con míticas producciones como Flash Gordon, Batman (la primera de Tim Burton), Dangerous Liasions, entre otras...

En el verano de 1988 me tocó ser partícipe de la experiencia de ver ahí Rattle and Hum con el recién estrenado sistema THX. Simplemente impresionante. Bono y los muchachos parecían estar ahí especialmente para la multitud de chamacos caguengues que hacíamos una larga cola con horas de espera y demás para poder disfrutar de sus interpretaciones en pantalla. Lo mejor d etodo fue para la segunda parte de la cinta en la que ya todo es a color y los acordes de "When the streets have no name" te enchinaban la piel mientras te transportabas al lugar del concieto. Hubo quienes en un desplante espontáneo de creatividad comenzaron a sacar los encendedores en plena sala de cine a la par del público inmortalizado en la pantalla. Realmente un espectáculo genial.

Nada mal para cuando tienes 14 años...

Posteriormente... años más adelante, el mencionado sistema THX me daría una sorpresa más cuando al ver Godfather III, en la escena donde los capos de la mafia están reunidos en un banquete y de repente comienza a escucharse un ruidito raro. En la misma sala de cine, la gente se confundía y volteaban a mirar la parte trasera de la sala... porque el famoso ruidito era inquietante... fueron los 20 segundos más impactantes que he tenido al mirar una cinta en su exposición ideal. De repente... sale en pantalla un enorme helicóptero que echa cuenta de los mafiosos, hija de Michael Corleone incluída, si mal no recuerdo, y los que nos encontrábamos en la sala... quedamos totalmente azorados.

Más adelante... me tocó ver ahí mismo Waterworld con un Kevin Costner tritón y con un audio increíble... en las partes donde se encuentran la chica y la niña en la balsa del tal homo ictius, se podía escuchar levemente, y muy separado del audio de diálogos y música incidental, el oleaje del mar y las campanillas que se encontraban cerca de la planta de tomates del héroe. Quizá no haya sido una gran película... pero la experiencia ha sido inmejorable...

Finalmente... según recuerdo... cuando Lucas, padre del THX y de la saga de Star wars, decide lanzar al mercado su saga remasterizada con sonido THX y escenas nunca antes vistas y demás monerías... no creí que habría mejor lugar para disfrutar de tal despleigue de mercadotecnia más que... exactamente... el cine Apolo Satélite y su pantalla gigante con su sonido THX. Oh decepción... hasta el momento... los operadores de las salas de cine creen que tener un buen audio es sinónimo de hacerles explotar los tímpanos a la audiencia... y peor aún cuando se trata de un blockbuster comercial como la saga de Star Wars. En efecto, la cinta fue restaurada, parchada, mejorada... pero el audio mejorado con la infame tendencia de subirle al volúmen hasta dejar inconsciente al respetable, hizo de una experiencia que ofertaba demasiado, una cruel tortura auditiva de más de dos horas... Con ese espectacular sistema de sonido, no era necesario tal despliegue de estupidez... pero en fin...

El hecho es que tras hacer estas memorias, el estruendo del anuncio de la tienda de moda me llamó la atención y me hizo reflexionar acerca de que vivo en un país donde los cineastas se tienen que poner a hacer comerciales conceptuales con modelos anoréxicas y con modas espantosas para poder medio llevarla por esta viña del señor.

El arte al servicio de la publicidad (espero que no se me malinterprete, no me quejo de las maravillosas fuentes de trabajo que genera la publicidad, me quejo de que me las inoculen forzosamente a través de los ojos en el cine).

Lo que es peor, he venido al cine a pagar un boleto que me permitirá ver de menos unos 25 minutos de espantosos comerciales (lamentablemente, en muy pocas ocasiones me ponen anuncios publicitarios ingeniosos y dignos de mención) en su versión larga para cine... La experiencia en sí no sería mala de no ser porque de esos 25 minutos sólo 6 o 7 pertenecen a trailers de otras películas... bueno... tras el último intento descarado, de la empresa que dirige esta cadena de cines, por hacerme gastar más en su dulcería y aumentar un par de lonjas más a mi ya rubicundo puerquecito, por fin comienza la "peli" que vine a disfrutar.

Está a punto de comenzar lo verdaderamente bueno... (continuará en el siguiente post)

martes, noviembre 06, 2007

En sus marcas, listos...

El viento soplaba frío como siempre lo hace en estos días de Noviembre, era la víspera del Día de Muertos y estábamos afuera del Frontón México esperando las últimas indicaciones de la jornada. Hasta ese momento lo que habíamos recolectado se encontraba amontonado bajo la cúpula central del Monumento a la Revolución. El Organizador nos miraba a todos con satisfacción y con una sonrisa sardónica miraba de reojo los objetos reunidos.

No parecían importarle los charcos de sangre que esporádicamente se repartían en la plancha que sostiene al mausoleo.

Pasaron cinco minutos más, hasta se reunieron, casi en su totalidad, los participantes del juego.

- De acuerdo... ya nos faltan menos pruebas que al principio.- dijo burlón el Organizador.- Ahora tendrán que buscar los holocircuitos que están repartidos en la ciudad. Las autoridades ya se han dado cuenta de lo que estamos haciendo y han dado la orden de detenerlos con fuerza letal. No hay más ley que los proteja, mas que aquélla de la supervivencia de los más aptos. Son las 18:15 hrs., lo cual quiere decir que sus rutas por el Centro Histórico van a estar pletóricas de cainitas... Su prueba comienza... ¡Ahora!

Todos los presentes salimos corriendo en busca de los holocircuitos que nos había pedido el Organizador. Yo corrí hacia el Paseo de la Reforma y me dirigí hacia su intersección con el Eje Central. Uno de los holocircuitos se encontraba flotando y girando a dos metros sobre el nivel de la cinta asfáltica.

Los automóviles se avanzaban con una furia incontenible. El flujo vehicular semejaba el de una banda lijadora, con una fuerza devastadora e inmisericorde. Miré hacia donde se localizan el museo Franz Mayer y el teatro Hidalgo, tres de mis competidores se encontraban ahí dispuestos a sortear los automóviles para alcanzar el objeto pedido. Tenía que actuar rápido. Comencé a correr sobre la acera y tomé vuelo. De un salto, un poco infortunado, logré asirme de la puerta trasera de un autobús troncal. No sin dificultad, pasé a la parte opuesta de donde me encontraba, con la esperanza de no caer antes de tiempo y perecer ante los neumáticos de un automovilista.

Casi al acercarme al holocircuito, uno de mis competidores tomó a un par de traunsentes y los arrojó al arrollo vehicular. Algunos automóviles alcanzaron a frenar para evitar atropellar a las desgraciadas víctimas, mientras el el perpetrador aprovechó para saltar entre los automóviles detenidos y obtener su objetivo.

El autobús del cual me valí para llegar al mismo punto se enfrenó, gracias a la maniobra del otro competidor, y la inercia me proyectó por encima de los toldos de algunos automóviles.

Aproveché el impulso para poder saltar sobre el holocircuito. Nadie nos dijo cómo colectarlos, y honestamente tampoco tenía idea alguna de cómo hacerlo. Al momento de acercarme al holocircuito, estiré mi mano y lo toqué. Un gran destello esmeralda pareció detener el tiempo en aquel instante. El holocircuito comenzó a meterse a mi mano a través de la punta de mis dedos. Podía ver de manera muy clara cómo las venas de mi mano se iluminaban de verde fosforescente, seguidas de las venas del brazo y demás. Cada poro de mi piel se sentía atravesado por una invisible y punzante aguja, fue una breve agonía.

Vi a mi cruel opositor detenido en el aire con un arma blanca sostenida en su diestra, dispuesto a herirme con tal de obtener el objeto luminoso. Sin pensarlo, lo golpeé hasta que rebotó en la parte frontal de otro autobús troncal que venía en contraflujo.

En ese instante, el tiempo volvió a tomar su curso normal.

Mi opositor fue arrollado por el autobús hasta la esquina de Fco. I Madero con el Eje Central, dejando un caminito de sangre y víceras por todo el carril.

Yo caí de lleno en la calle y me saqué el aire. No recuerdo muy bien qué siguió, pero creo que me rodé hasta la acera. Sin mayor percance que un par de magulladuras y algunas roturas en el forro de mi gabardina negra.

Los otros dos competidores se dirijieron hacia donde yo me encontraba con la rabia distorcionando sus facciones y algunas armas contusas en las manos.

Estaba claro que no venía a darme los primeros auxilios. Así que me levanté como pude y corrí a través de los carriles de automóviles hasta llegar a la Alameda Central. De un brinco llegué a la parte donde se encuentran los árboles y comencé a trepar para esconderme.

Mientras trataba de no estar jadeando, pensaba en dónde se podrían encontrar el resto de los holocircuitos. El objeto que había asimilado mi mano me dió la respuesta: mi visión se modificaba y se adaptaba a las penumbras (para este momento, la oscuridad nocturna ya había hecho presa a la ciudad) y, entre las siluetas de las construcciones y de las personas, los otros holocircuitos brillaban con un resplandor espeluznante. También podía distinguir a aquellos que ya poseían un holocircuito. Lo cual nos colocaba en igualdad de condiciones. Esperé a que se acercaran los dos competidores que instantes atrás querían golpearme y, uno por uno, me deshice de ellos.

Corrí nuevamente hacia el Paseo de la Reforma y traté de ubicar al holocircuito más cercano. Ajá... se encontraba hacia el antiguo Mercado de Discos. A la entrada a Peralvillo y la Lagunilla.

Una de las reglas del juego era tomar los vehículos para transportarnos y conducirlos nosotros mismos. Así que tomé por sorpresa a un policía de tránsito que molestaba a los vaguillos que se encontraban cerca de la estación del metro Garibaldi y le quité la motocicleta.

Al llegar a donde se localizaba mi nuevo objetivo, me salió por sorpresa otro competidor que viajaba en el techo de un microbús. Ambos rodamos por el pavimento y la motocicleta se estrelló contra una de las estatuas de los héroes insurgentes que le dieron a esta tierra su independencia... ¿o eran héroes de la Reforma? El caso es que nuevamente caí y mi gabardina se rompió un poco más. Aproveché el impulso para someter a mi competidor y con la inercia que llevábamos ambos nos golpeamos contra un muro del Mercado de Discos. Un certero codazo en la barbilla y un estrellón de cráneo contra la banqueta dieron cuenta de él. Me acerqué al holocircuito y lo toqué. En esta ocasión, una fuerte descarga eléctrica acompañó al mapeo esmeralda del sistema circulatorio de mi cuerpo. Mi cabello estaba ligeramente erizado. Y mis ojos comenzaban a destellar un leve brillo verdoso.

Mi siguiente objetivo se encontraba no muy lejos de ahí. Había que llegar a la antigua estación de trenes, en Buenavista y tomar el siguiente holocircuito que se encontraba en el interior de una de las cúpulas del Museo del Chopo.

Sin perder más tiempo, rompí el cristal de un viejo Dart K y en él me dirigí hacia mi siguiente parada.

Grande fue mi sorpresa al descubrir que en el Museo del Chopo se estaba llevando a cabo un evento masivo. Un grupo de música dark llamado The Cranes había decidido hacer gala de su talento esa noche. Al llegar a la calle donde se encontraba el museo, me bajé del Dart K sin mayor reparo, dejándolo a media calle. Corrí hacia un edificio viejo de departamentos que se encuentra a un lado y subí hasta llegar a la azotea. Tras recorrer mentalmente algunas variantes de cómo alcanzar mi objetivo, me percaté que algunos de mis competidores me tomaban la delantera. Así que decidí correr por una barda que comunicaba ambas construcciones y, al final de la misma, salté hasta asirme del viejo exoesqueleto de la cúpula del museo. Abajo se escuchaba el estruendo de las ovaciones del público ante las interpretaciones erizantes de Alison Shaw y compañía. Ya tenía bien ubicado mi objetivo: en la cima de la cúpula. Asímismo, ya tenía ubicados a mis contrincantes, que me pisaban los talones.

Al subir hacia el holocircuito, golpeaba los cristales de la cúpula, con suficiente fuerza para aflojarlos, mas no para romperlos del todo. Uno de mis competidores quizo seguir mis pasos y terminó enmedio de una maraña de fanáticos darketos y cristales que detuvo por momentos penosos el concierto. Afortunadamente, cuando toqué el holocircuito, el destello provocado por nuestro contacto se desimuló un poco por el juego de luces que traía el grupo recién interrumpido.

Me dejé escurrir por una parte de la estructura externa del museo, pero en un mal cálculo fuí a dar a uno de los pasillos superiores del mismo. Un tipo de seguridad notó mi presencia y de inmediato se dirigió hacia mí para sacarme de aquél lugar. Aprovechando mi atuendo negro, me fue fácil perderme entre los asistentes al concierto. Pasé a un lado de donde se encontraba mi competidor derribado, en medio de un charco de sangre y de cristales rotos. Algunos asistentes desafortunados ya eran atendidos por paramédicos. En ese momento la banda decidió continuar el recital.

Me dirigí hacia la salida, no sin notar los puestos de comida y souvenirs que se aprovechaban de las cortas economías de los asistentes. Al pasar por ahí una mano me detuvo y me ofreció un snack... una especie de tostada de maíz color púrpura.

- ¡Anda! ¡Cómelo y dime qué te parece!- me dijo la regordeta mujer.

Lo tomé y lo comí... la textura era muy simpática, tal pareciera que estaba comiendo alguna golosina gringa, de esas que parecen de vil plástico, pero con los grumos del maíz y su consistencia. No percibía sabor alguno.

-¡Ja, ja, ja! ¡Quita esa cara, que sólo es una tostada donde la masa está hecha de maíz y sangre de res!- me informó la gorda con gesto burlón.

Me di la vuelta, ignorándola completamente y seguí mi camino. Aún quedaba en mi mano un poco de la tostada, así que me la terminé con otro mordisco.

Tras empujar a algunos fanáticos y guardias de seguridad, me dirigí en búsqueda de mi vehículo. Para sorpresa mía, ya había sido tomado por algunos fascinerosos del barrio.

Envalentonado por mis recientes éxitos, me acerqué a ellos para recuperar el automóvil. Pero uno de ellos, más rápido que mis saltos y mis puños, sacó una pistola y me disparó en plena cara.

Nunca supe quién ganó la competencia. Seguramente no fui yo, porque en ese momento el juego se había terminado para mí.

El niño que vino del barro

Esto lo escribí hace algunos ayeres para un concurso de cuento infantil (por cierto, no me gané nada):

En un poblado cercano al bosque Lachao vivía Quiché, hija de Oquichtli el labriego y de Ihuala la bella. Como poco tiempo hacía que el sol iluminaba sus días, la niña de mirada dulce y ánimo travieso, corría y jugaba por todo el bosque, como todo chiquillo de su edad.

Las criaturas silvestres le amaron, y quisieron compartir su alegría y sus juegos, pero Quiché no podía entenderlos. Este problema pronto atrajo a la soledad y al llanto como compañeros de juegos de Quiché.

Conmovido, un mono habló con Nauhua Contla, o sea la Madre Tierra, y con su amado Señor del Cielo, Tahuan Teeca. El mono les pidió que le regalaran a Quiché el don de entender el antiguo lenguaje del bosque Lachao. Fue tal la insistencia del simio, que Nauhua Contla y Tahuan Teeca accedieron enternecidos a su petición, siempre y cuando el mismo mono participara de los medios para regalarle ese don a Quiché. El mono alegremente aceptó el trato.

La Madre Tierra tomó barro de su propio corazón para darle forma y sustancia a su regalo, el Señor del Cielo lo roció con una hermosa nube para dotarlo de movimiento y vida. Posteriormente, el mono amasó y amasó el barro y el agua hasta crear un curioso muñeco, muy semejante a ese gran animal que llaman hombre, y para que no se quedara sin alma, el mono le dió la suya. El sol secó al muñeco con un abrazo luminoso y, finalmente, el muñeco fue colocado en donde Quiché pudiera encontrarlo.

Con el alba, la niña despertó al recibir el primer beso solar en su mejilla. Una gran alegría se albergó en su pecho y no pudo esperar más para salir a dar un paseo por el bosque. Tras internarse entre la multitud de árboles y de sentir la hierba fresca bajo sus pies, la pequeña descubrió con gran emoción aquella figurilla que parecía estar esperándola. Con una gran sonrisa tomó al muñeco entre sus brazos. Animada lo besó... y fue así como la magia se hizo: ¡El muñeco de barro se transformó en un niño! Quiché lo llamó Coanacotzin, y desde entonces la tristeza y la soledad abandonaron el recinto de su alma.

El hijo del bosque le enseñó a la chiquilla la lengua de la naturaleza: platicaron con el jaguar y con el venado; el arroyo y el viento les contaron historias de tiempos antiguos y olvidados por los hombres; y los árboles cuidaban de sus sueños por las noches. Cada mañana, una criatura distinta le daba los buenos día a Quiché. Coanacotzin le enseñaba nuevas maneras de entender al bosque. Y la felicidad alimentó el corazón de la niña.

Pero un día, tras una terrible tormenta que azotó el lugar, Quiché salió a jugar con su amigo y no lo encontró. Lo buscó cerca del arroyo, le preguntó al viento si lo había visto, pero no supo nada de él. El águila y el quetzal volaron para poder hallarlo. El venado y el jaguar acompañaron a Quiché en su búsqueda, pero Coanacotzin jamás apareció. En poco tiempo Quiché conoció a todas las criaturas del bosque Lachao, aunque no volvió a ver al niño que vino del barro.

Fue entonces que la niña buscó con los ojos del corazón y comprendió que Coanacotzin no se había marchado, ahí había estado siempre: En el canto de las aves, en cada gota de rocío, en el perfume de las flores, en las estrellas del cielo, Coanacotzin vivía en todo el bosque. Su voz era la del viento y su risa estaba en cada uno de los destellos del sol. Su cuerpo era cada ser viviente que existía en el bosque, aún los humanos, aún la misma Quiché. La niña aprendió entonces que jamás habrá soledad en el alma, mientras exista amor en el corazón.

Nota: La imagen la tomó mi amigo Víctor Araos en uno de sus fascinantes viajes al interior de la República Mexicana. Honor a quien honor merece.

sábado, noviembre 03, 2007

Las visitas tienen sueño

Hará cosa de algunos años que uno de mis mejores amigos pasó a mejor vida. Lo curioso del asunto es que avisó que ya se iba al encargarme que le echara un ojito a sus hijos y a su esposa.

Holga decir que uno de sus hijos ha sido mi amigo desde hace más de una década. La cuestión es que desde su deceso, mi cuate me estuvo visitando en sueños para que le diera sus saludos y sus mensajes a su hijo.
Así es que, cuando mi amigo (el hijo) estaba haciendo algo extraordinariamente bien o extraordinariamente mal, yo me convertía en el i-Pod de su padre y le hacía llegar (yo creo que con cierta distorsión, nada intencional) las aprobaciones y jaladas de oreja de parte de su progenitor.
Todo vía directa desde el más allá vía sueños inquietos.
La última ocasión que fui "contactado" sirvió de pretexto para volver a platicar con mi amigo. En aquella ocasión se acercaba el aniversario luctuoso del padre y, por circunstancias ajenas y muy extrañas, entre mi amigo y yo hubo un distanciamiento notable. Nos reunimos y platicamos como yo creo que nunca antes lo habíamos hecho. Le comuniqué lo que su padre deseaba decirle. Y comentamos lo curioso que nos resultaba que el señor no se lo pudiera decir aél mismo en sus propios sueños.
Dado que se acercaba la fecha del aniversario luctuoso del señor, decidimos hacerle un pequeño homenaje. Durante los siguientes dos o tres meses nos pusimos a realizar una semblanza en video para recordar al señor como siempre lo habíamos querido. Y ampliamos la visión al entrevistar a sus amigos y familiares.
Así nació "Bajo tu mirada". Una video-producción de nulo presupuesto, pero con mucho corazón y mucha pasión en su manufactura. Fue mi primera producción que duró más de 10 minutos. En el proyecto se involucró otro de mis más queridos amigos y, entre los tres, lo llevamos a cabo.
Quizá el resultado final dejó mucho qué desear ante los estándares de calidad profesionales y demás... pero ante los estándares del corazón... nos dejó mucho a todos... Yo creo que, sobretodo y a todos, a mi amigo y a su padre les dejó más... quizá fue la pieza que faltaba para que ellos dos estrecharan más su lazo...
Desde entonces, ya no me necesitan de intermediario. De alguna manera eso ha sido bueno... porque como se dice por ahí: "de pronto, las visitas tienen sueño..."


Abur

jueves, noviembre 01, 2007

De regreso a casa

No hay nada más reconfortante que al marcar la hora de la salida (por favor coloquen aquí la imagen mental de Pedro Picapiedra gritando "Yabba-Dabba-Doo!!!" tras escuchar la chicharra pterodáctila de fin de jornada), salga uno de la oficina para transportarse a la comodidad de su vehículo y dirigirse al abrazo tierno y anhelado del hogar.

Me he visto a mí mismo salir de la oficina, despedirme del resto de los compañeros que aún quedan en aquél recinto del deber con un "¡Ya me voy... familia!" y dirigirme a ese vehículo imponente que hará mis delicias de viaje al transportarme tan campechanamente a casa. Hablo de mi "Monster Truck" 4x4 con llantas de casi 3 metros de diámetro y reforzadas para aplastar lo que sea, sin mencionar los tiernos aditamentos que le he puesto no sólo para aplastar, sino también para triturar.

El tránsito infame que me separa del anhelado hogar lo amerita: las casi 2 horas de camino entre ese duelo de voluntades que representa viajar a través de las vías rápidas de esta ciudad de México hacia sus suburbios mientras se tripula un auto compacto es casi comparable con un dolor de muelas agudo mientras se disfruta de un deliciosa bolsa de cacahuates japoneses en un concierto de Pantera.

En la Monster Truck, sólamente tengo que activar la rampa hidráulica que, tan mecánica como servicialmente, baja para ser abordada por mí y llevarme con suavidad a una cabina, tan cómoda y tan apapachadora que casi no dan ganas de apearse de ella, para seguir con esta dulce experiencia.

Me coloco el cinturón de seguridad con gran diligencia, activo el sistema de aire acondicionado y prendo mi sistema de sonido de última generación a 5.1 canales para escuchar aquella maravilla musical carioca llamada "La chica de Ipanema".

Prendo el motor y lo escucho rugir. Por allá, a lo lejos, noto cómo a un anciano le da un infarto tras escuchar a mi "muchachita" y de inmediato recuerdo el postulado darwiniano de la ley de la selección natural con aquello de la supervivencia del más apto. No me queda más que sonreir mientras checo cómo luce mi cabello en el retrovisor.

Es ahí cuando comienza el placer de transportarme del trabajo al hogar.

Al arrancar, la Monster Truck va dejando una prueba fehaciente de su paso por esta tierra. Cual mitológico Titán, avanza a través del tránsito nutrido del Periférico.

"Olha que coisa mais linda, Mais cheia de graça, É ela menina, Que vem que passa
Num doce balanço, caminho do mar..."


Una señora loca cree que se me va a meter enfrente sin siquiera poner su luz direccional. Pobre ingenua, queda en calidad de mancha feliz, gracias a su falta de pericia en mis neumáticos izquierdos.

"Moça do corpo dourado, Do sol de Ipanema, O seu balançado é mais que um poema
É a coisa mais linda que eu já vi passar..."


Un mocoso lucido, quiere impresionar a su novia haciendo gala de audacia y pericia (muy mala por cierto, a decir verdad no se ha estrellado gracias a que un ejército celestial lo resguarda y a que a esta hora los conductores de las otras unidades no tienen ganas de discutir con un tipo listo que aún huele a talco para bebé). Lo miro venir desde unos diez vehículos atrás y con ternura miro cómo desaparece de mi retrovisor, mientras escucho el rechinar de sus llantas para evitar caer bajo las mías y es ahí cuando escucho cómo de manera escandalosa se sube a un camellón para ver detenida su loca carrera por un árbol. Simpáticos que son los adolescentes... se juran amor eterno y se dejan separar por un tronco que incrusta sus ramas en sus ojos, robándoles así la última mirada de amor.

"Ah, porque estou tão sozinho, Ah, porque tudo é tão triste, Ah, a beleza que existe
A beleza que não é só minha, Que também passa sozinha..."


Hay un punto en el camino en el que el Periférico da paso a una carretera federal, ¿si mencioné que vivo en los suburbios de la ciudad de México?, es ahí donte el trayecto se pone interesante en verdad, un conductor de trailer que se va incorporando, piensa que es gracioso meterse a la parte central sin avisar y obligando al resto de los automovilistas a frenar de manera intempestiva, mientras su gran gusano mecánico hace las delicias de la carretera arrastrando sustos y expresiones pentatonales a su paso. Al mismo tiempo, un avispado conductor de transporte suburbano considera oportuno hacer una acción similar en espejo, a la del trailer. Para diversión mía y de la Monster Truck, ambos quedan adelante de mí mientras compiten por violar una ley más: en este caso la de la física que dice que dos cuerpos no pueden ocupar el mismo espacio simultáneamente. Para comprobar que tal ley es posible de ser modificada, acelero y poco a poco me voy acercando al par de ingeniosos personajes. Poco a poco, va quedando un hermoso tapete de vidrio, metal y película antiasalto tras mi paso.

Estoy feliz. He comprobado que las llantas de la Monster Truck en realidad aplastan y trituran. No queda lo suficiente ni para hacer una identificación de ADN de ninguno de los conductores del trailer ni del foráneo. Lamentablemente tampoco de la carga de ambos.

"Ah, se ela soubesse, Que quando ela passa, O mundo sorrindo se enche de graça
E fica mais lindo, Por causa do amor..."

Estoy por llegar a mi casa. La brisa del recorrido juega con mi cabello y sonrío tras haber experimentado un viaje tan relajante. No he hecho más de 40 minutos... he de confesar que no he venido a una velocidad superior a la permitida... Llego al estacionamiento y me llama la atención el tronar de dos automóviles que se habían equivocado de ubicación al permanecer en mi lugar correspondiente. Espero que la chatarra no impida que la rampa hidráulica me coloque suavemente en el suelo. Afortunadamente no es así.

Activo la alarma del vehículo. Y camino unos 50 metros hacia mi hogar.

Mi esposa dijo que habría pan francés para la cena.

¡Qué hermosa es la vida en realidad!

Entre sueños y devaneos

Hará cosa de algunos 10 años atrás que tuve una amiga en la universidad que me platicaba acerca de los sueños que tenía el día anterior. La mayoría de los cuales, eran registrados en un cuaderno de forma italiana. Ahí, mi amiga registraba todas sus ordalías oníricas y todos sus miedos manifiestos en esas mismas experiencias en el país del sueño. Años más tarde, tal anécdota me llevaría a concebir la idea de un libro (que jamás escribí, aclaro) basado en mis propias experiencias con mis propios sueños, al cual llamaría (en un despliegue espectacular de creatividad): Onírica.

En los últimos 15 años he tenido sueños que me han marcado. Algunos de ellos muy espectaculares, otros traumáticos (que incluso han sido detonantes de cambios en mi conducta habitual), sin faltar los proféticos y los clásicos "deja vúes".

Todo ello, junto con algunas ocurrencias al momento de escribirlos aqui, será lo que se encuentre usted, amigo lector, en los posts de este blog.

Sé que tengo otros espacios en la red donde hablo de mi vida cotidiana y de lo que me gusta, así como sableo artículos que se me antojan interesantes en la red, o expongo la limitada creatividad visual de la que soy capaz de generar. Espero que eso aquí no suceda. Aquí voy a hablar de una vida imaginaria e imaginada, con frecuencia platicada por mí mismo.

Quizá resulte interesante. Quizá no.

No hay nada definitivo.

Y eso es lo bueno.

Y sin más ni más...

Comenzamos.

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